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Era viernes y la semana me pesaba sobremanera. Mientras desayunaba me estaba arrepintiendo de haber salido el miércoles, hacía ya dos días y seguía teniendo algo de resaca todavía.

— ¿Has hablado ya con Damiano o no? —Habló Rebeca.

— No, ni pienso.

— Tía me llamó el miércoles a las tres de la mañana para saber si habíamos llegado a casa, estaba preocupado. —Dijo Sara.

— Sí, se ve que le ignoraste. —Apuntó mi otra amiga.

— Que de gracias que no lo vuelvo a bloquear. —Reí, amarga.

— Vamos a ver, Alma —Sara se giró hacia mí—, yo creo que eso de mentirte ha sido todo un...

— Malentendido —le cortó Rebeca—. Un estúpido malentendido.

Ambas se miraron y yo no comprendí, pero tampoco quise darle muchas vueltas.

— Bueno, vámonos que llegaremos tarde. —Me incorporé.

Caminamos en silencio hasta el trabajo, cosa que me extrañó porque mis amigas siempre están hablando y, al llegar a la puerta de las oficinas, se pararon para que entrase primero. Luego decían que la que estaba rara era yo, no había quién las entendiese.

Atravesé la doble puerta y me paré en seco, todo estaba a oscuras.

— ¿Por qué cojones está todo apaga...?

No pude terminar la frase porque, de golpe, se encendieron todas las luces de la entrada y casi me da un infarto al ver salir a todos mis compañeros gritando, saliendo de diferentes puertas.

— ¡FELICIDADES, ALMA! —Gritaron todos al unísono. Mis amigas se reían detrás de mí.

— ¿Qué cojones? —Acerté a decir, con la mano en el pecho, del susto—. ¿Vosotras sabíais esto? —Me giré hacia mis amigas.

— ¡Claro, boba! —Rió Rebeca.

Todo el mundo se acercó a felicitarme. Victoria, Thomas y Ethan vinieron los últimos a abrazarme. Miré a todas partes con algo de disimulo, pero no vi a Damiano por ninguna parte, hasta que, unos minutos después, vi a alguien caminar por el pasillo en dirección a donde estábamos los demás y todo el mundo comenzó a cantarme el cumpleaños feliz.

Damiano venía sonriendo hacia mí, con una tarta en las manos. Caminaba despacio para que no se apagasen las velas. En un acto reflejo, le devolví la sonrisa nada más verle y él ensanchó la suya, relajando su semblante.

No le había sonreído de manera consciente, sino que las sorpresas me ponían algo nerviosa porque nunca sabía cómo debía reaccionar, así que supuse que le di a entender algo que no era, ya que cuando llegó, apoyó la tarta que llevaba entre las manos en una mesa auxiliar y me besó en los labios. No quise montar ninguna escena, así que simplemente me dejé besar, mientras escuchaba vitorear a todo el mundo de fondo. Agradecí que fuese un beso corto.

— ¡Sopla las velas! —Gritó alguien.

— Pero antes pide un deseo. —Me sonrió, con cariño, el director.

Fui a hacer lo que se me había ordenado y después de soplar, me quedé observando la tarta, paralizada. Se me paró la respiración al leer lo que había escrito en aquel pastel. Era la portada provisional de la mini serie con una fecha. Una fecha para dentro de dos meses.

— ¿Qué...qué es esa fecha? —Pregunté, con el corazón acelerado.

— Es justo lo que estás pensando. —Contestó Damiano.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora