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—Te quiero.

Soy vagamente consciente de que su palma me sostiene la nuca y de que me está pasando los dedos por el pelo. Es una sensación muy reconfortante... y maravillosa. Abro los ojos y me encuentro con una versión algo apagada de los ojos negros que tan bien conozco.

Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la mesita de café.

—¡Mierda! —maldigo.

—¡Esa boca! —me reprende con voz ronca.

Me agarro el tobillo, pero entonces me despierto del todo y recuerdo dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada hacia el sofá, donde encuentro a Minho semi incorporado y con un aspecto espantoso; pero al menos está consciente.

—¡Te has despertado! —exclamo.

Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza con la mano buena.

«Ay, mierda.»

Debe de tener una resaca monumental, y aquí estoy yo, dando gritos. Retrocedo unos pocos pasos hasta dar con la silla que tengo detrás y me siento. No sé qué decirle. No voy a preguntarle cómo se encuentra, es bastante evidente, y no voy a darle una charla sobre seguridad personal ni sobre cuestiones de salud. Lo que realmente quiero preguntarle es si recuerda nuestra discusión. ¿Qué debería hacer? No lo sé, así que decido sentarme con las manos sobre el regazo y mantener la boca cerrada.

Observo cómo me mira y mi mente se inunda de cosas que anhelo expresar pero no puedo. Deseo decirle que lo quiero, para empezar. Y quiero preguntarle por qué no me había contado que dirige un club de sexo, o que tiene un problema con la bebida. ¿Se estará preguntando qué hago aquí? ¿Querrá que me marche? Joder, ¿necesita un trago? El silencio me está matando.

—¿Cómo te encuentras? —suelto, deseando al instante haber mantenido la boca cerrada.

Él suspira y se inspecciona la mano herida.

—Fatal —sentencia.

Ah, vale. ¿Y ahora qué digo? No parece en absoluto contento de verme, así que quizá debería irme antes de empujarlo a abrir otra botella. Aunque en ese caso tendrá que salir a comprarla, y eso probablemente le dé aún más motivos para enojarse conmigo.

Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos, así que me levanto y me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de agua y me marcharé.

—¿Adónde vas? —pregunta nervioso, incorporándose en el sofá.

—He pensado que necesitas beber agua —lo tranquilizo, un poco más animado.

No quiere que me vaya. He visto esa expresión en su rostro muchas veces. Normalmente tras ella suele aparecer el controlador dominante, después de inmovilizarme en alguna parte, pero no voy a emocionarme en exceso. No tiene fuerzas para perseguirme, inmovilizarme o dominarme en estos momentos. Ese pensamiento me decepciona. Mi respuesta lo tranquiliza. Sigo hacia la cocina y miro el reloj del horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en punto. He dormido diez horas seguidas. No lo había hecho desde..., bueno, desde la última vez que estuve con Minho.

Saco la botella de agua de la nevera y lleno el vaso antes de regresar al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro a Minho sentado en el sofá con la cabeza entre las manos y la manta arrugada sobre su regazo.

Cuando llego donde está él, levanta los ojos y nuestras miradas se encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con la mano sana y me roza con los dedos. Retiro los míos rápidamente y el agua se derrama del vaso. No sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su rostro me parte el alma al instante. Está temblando violentamente, y me pregunto si será el síndrome de abstinencia. Estoy convencido de haber leído que los temblores son un síntoma, junto con una larga lista de otros indicios. Sigue mi mirada hasta su mano y niega con la cabeza. Es extraño. Nunca nos había pasado esto. Ninguno de los dos sabe qué decir.

ManiacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora