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Estoy helado. Hago una mueca de dolor ante la luz que ataca mis ojos, los abro de golpe y me incorporo de un salto.

¿Dónde está?

Me revuelvo el pelo, salto de la cama y corro al cuarto de baño. No está. Preso del pánico, vuelo escaleras abajo y no paro hasta llegar a la puerta de la cocina.

—Buenos días. —Deja su taza de café y se acerca hacia mí. Es como si estuviera mirando a otro hombre. ¿He estado soñado los últimos dos días?

Lleva puesto un traje negro, una camisa blanca reluciente y una corbata gris. Sus ojos negros brillan encantadores. Está impresionante.

—Bu... buenos días —tartamudeo. Estoy confuso.

Se acerca y me rodea la cintura con el brazo, luego me levanta del suelo y me aproxima a su boca.

—¿Has dormido bien? —pregunta rozándome los labios con los suyos.

—Mmm —murmuro. Me he quedado estupefacto. Estaba seguro de que esta mañana iba a tener que librar una batalla campal con don Difícil.

—¿Ves? Por eso te quiero aquí mañana, tarde y noche —musita.

—¿Por qué? —Frunzo el ceño. ¿Para que pueda hacer esto todas las mañanas? Tal vez lo de mudarme con él no sea tan mala idea, después de todo.

Me sienta sobre sus rodillas y se aparta para poder verme mejor. Se pasa la mano lastimada por la barbilla, levanta una ceja y me dirige una media sonrisa.

«¡Mierda! ¡Pero si estoy en pelotas!»

—¡Joder! —Me vuelvo e inicio una rápida retirada hacia la escalera.

No llego muy lejos. Me pilla a medio camino, me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo.

—¡Cuidado con esa boca!

Me lleva de vuelta a la cocina y me sienta sobre la isleta.

—¡Ay! —grito al notar el frío del mármol en mi trasero.

Se echa a reír y me separa los muslos antes de meterse entre ellos.

—Quiero que bajes a desayunar así todos los días. —Su índice se pasea por mi cadera bajando peligrosamente hasta mi miembro. Ahora estoy más que despierto. Y tenso.

—Estás muy seguro de que voy a estar aquí todas las mañanas —digo con toda la tranquilidad con la que una persona puede hablar cuando un dios le está pasando el dedo muy cerca de su pene semi erecto.

Estoy intentando mantener el control y comportarme como si nada, pero lo cierto es que estoy tieso como un palo y él lo sabe. De todos modos, no puede obligarme a cumplir lo que he prometido en mitad de un orgasmo.

Lucha por contener una sonrisa.

—Lo estoy porque tú aceptaste. Lo que dijiste exactamente fue...

Mira al techo como si se estuviera concentrando mucho y luego me mira a mí.

—Ah, ya me acuerdo. Dijiste: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí!» —Pierde la batalla por contener la risa y las comisuras de sus labios se levantan picaronas mientras introduce un dedo en mi interior.

Me tenso todavía más.

—¡Fue en un momento de debilidad! —No puedo ocultar el deseo en mi voz. Me ha pillado.

Cambio de postura sobre la encimera para facilitarle el acceso. Soy un chico fácil.

—¿Tengo que recordarte por qué fue una buena decisión? —Me besa en los labios e introduce un segundo dedo en mí. De repente, soy puro deseo. No, no hace falta. No tiene sentido pero quiero el recordatorio. Lo agarro de la chaqueta, aprieto los puños y gimo en su boca. Noto cómo se ríe contra mis labios antes de soltarlos y tumbarme sobre la isla de la cocina. El frío del mármol se extiende por mi cuerpo, pero en estos momentos no me importa lo más mínimo. Lo necesito... otra vez.

ManiacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora