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Escupo pasta de dientes por todo el espejo al dejar escapar un grito de sorpresa. El cepillo se me cae de las manos y forma un pequeño estrépito en el lavabo. Me miro la mano izquierda, que de repente siento pesada, y me agarro al borde del mueble para no caerme al suelo. Parpadeo unas cuantas veces y sacudo la cabeza. Debería dejarlo pasar, tal vez estoy alucinando o algo. Pero no. Delante de mí, cegándome, tengo un diamante tremendamente enorme, que luce orgulloso en mi dedo anular.

—¡Minho! —chillo, y empiezo a desplazarme a tientas sin soltar el borde del mueble hasta que estoy lo bastante cerca del diván como para dejarme caer sobre él.

Oigo cómo cruza la puerta del baño a la carrera pero no consigo levantar la cabeza.

—Hannie, bebé, ¿Qué pasa? —Parece aterrado. Se postra de rodillas delante de mí y me apoya las manos en los muslos.

Soy incapaz de hablar. Tengo un nudo en la garganta del mismo tamaño que el diamante de mi mano izquierda.

—¡Jisung, por el amor de Dios! ¿Qué ha pasado?

Me levanta la cabeza con suavidad y me busca la mirada. Su rostro está cargado de desesperación, mientras que el mío está cubierto de lágrimas. No sé qué me ha llevado a decir que sí, pero con la repentina aparición de este anillo en mi dedo acabo de ser tremendamente consciente de la realidad de lo que está sucediendo.

—¡Por favor! ¡Háblame! —ruega con desespero.

Trago saliva en un intento de escupir algunas palabras, pero no funciona, así que recurro a levantar la mano. Joder, pesa una barbaridad. Observo a través de mis ojos húmedos cómo desvía su mirada confundida de mis ojos a mi mano.

—Vaya, por fin lo has visto —dice secamente—. Sí que has tardado. Joder, Sung. Acaban de darme mil infartos. —Me coge la mano y pega los labios en ella al lado de mi nuevo amigo—. ¿Te gusta?

—¡Mierda! —grito sin poder creerlo. Ni siquiera voy a preguntar cuánto ha costado. Esto es demasiada responsabilidad. Un suspiro escapa de mis labios mientras me llevo rápidamente la mano al pecho en busca de mi otro amigo.

—Está a salvo. —Me coge la mano y me la baja hasta colocarla sobre la otra en mi regazo desnudo. Suspiro de alivio mientras él me acaricia el dorso de ambas con los pulgares y sonríe—. Dime, ¿te gusta?

—Sabes que sí. —Miro el anillo. Es de platino, sin lugar a dudas, un aro plano coronado con un reluciente diamante cuadrado. Me están entrando sofocos—. Un momento. —Lo miro con la frente arrugada por la confusión —. ¿Cuándo me lo has puesto?

Sus labios forman una línea recta.

—Justo después de esposarte.— Abro unos ojos como platos.

—Demasiado seguro estabas.— Se encoge de hombros.

—Uno puede ser optimista.

¿Lo dice en serio?

—Yo llamo engreimiento a eso que tú llamas optimismo.— Sonríe.

—Llámalo como quieras. Él ha dicho que sí. —Se abalanza sobre mí, arrastra mi cuerpo desnudo al suelo frío y duro del baño y entierra el rostro en mi cuelo. Me echo a reír mientras él me fuerza.

—¡Para!

—¡No! — gruñe dándome un camino de besos desde el cuello hasta mi pecho, sonríe y me muerde un pezón y empieza a absorberlo en su boca—. Voy a hacerte un chupetón —farfulla alrededor de mi piel.

Incluso si pudiera detenerlo no lo haría. Lo dejo que haga lo que quiera y hundo los dedos en su pelo. Me quedo con la boca abierta una vez más al ver de nuevo el anillo. No me puedo creer que me lo haya puesto antes de preguntarme, el muy arrogante.

ManiacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora