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—Te quiero.

Siento unos labios carnosos que conozco muy bien acariciando los míos mientras me despierto. Abro los ojos y veo el hermoso rostro de Minho.

—Despierta, bebé.

Me desperezo. ¡Qué gusto! Parpadeo y caigo en la cuenta de que está vestido. Mi cerebro inconsciente toma nota de que con Minho ya vestido no hay peligro de que me arrastre por todo Seúl en una de sus carreras matutinas de castigo.

—¿Qué hora es? —grazno.

—Tranquilo, sólo son las seis y media. Tengo que recibir a unos cuantos proveedores a primera hora. Quería verte antes de irme. —Se agacha, me da un beso que me inunda de su sabor  mentolado.

—No hace falta tener los ojos abiertos para que tú puedas verme —protesto mientras tiro de su espalda para que vuelva a mí. Huele de a aguas frescas.

—Ven a desayunar conmigo. —Me levanta de la cama y me agarro a él con mi cuerpo desnudo y mi estilo habitual de koala— Me vas a arrugar la ropa —dice en absoluto preocupado mientras me saca del dormitorio y me lleva a la cocina.

—Pues suéltame —contraataco. Sé que no va a hacerlo.

—Nunca.

Sonrío satisfecho y absorbo cada gota de agua fresca que desprende.

—No necesito un recordatorio. Puedes venir a comer.

—Esa boca. —Se echa a reír— Lo siento. De verdad que necesitaba verte antes de irme

Me pongo tenso en cuanto lo dice. Bueno, de hecho, en cuanto dice «lo siento».

¡Mierda! Había olvidado su crisis nerviosa de medianoche. Bueno, no es que se me haya olvidado, es que mi cerebro consciente no la ha procesado aún.

—¿Qué pasa?

Ha notado que me he puesto tenso de repente. Me sienta en el frío mármol pero no me sorprende como la otra vez. Estoy demasiado ocupado buscando en mi mente el mejor modo de abordar el asunto.

—Anoche te despertaste —digo.

—¿Sí? —Frunce el ceño y no sé si se siente aliviado o decepcionado.

—¿No te acuerdas?

—No. —Se encoge de hombros— ¿Qué te apetece desayunar? Me deja en el mármol y va hacia la nevera.

—¿Huevos o algo de fruta?

«¿Ya está?»

—Dijiste que me necesitabas. —Lo dejo caer, a ver si lo pilla.

—¿Y? Es lo que digo estando despierto —replica sin apartar siquiera la vista de la nevera. Pues no, parece que no lo ha pillado.

—Me pediste perdón. —Me pongo las manos debajo de los muslos. Vuelve de la nevera.

—Eso también lo he dicho estando despierto.

Es cierto, lo ha dicho todo despierto, pero anoche estaba hecho un poema. Sonríe.

—Jisung, lo más probable es que tuviera una pesadilla. No me acuerdo. —Vuelve a la nevera.

—Te pusiste frenético. Estaba muy preocupado —digo tímidamente. No fue normal.

Cierra la nevera, con más fuerza de la necesaria, y de inmediato me arrepiento de haber sacado el tema. No me da miedo. Lo he visto perder los nervios muchas veces, pero me preocupa el modo en que se abrazaba a sí mismo. No quiero empezar el día con una pelea. 

Se acerca mordiéndose el labio y lo observo con cautela. Cuando llega a mi lado, se abre paso entre mis piernas, me saca las manos de debajo de los muslos y las sostiene entre ambos. Me las acaricia con los pulgares.

ManiacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora