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Abro los ojos y me encuentro pegado al pecho de Minho. Aún no es de día, lo que significa que es muy, muy temprano, y él no está despierto, por lo que aún no deben de ser ni las cinco. Mi cerebro se despabila al instante y comienzo la tarea de liberarme de su cuerpo sin despertarlo. Es muy difícil. Parece abrazarse a mí con la misma fuerza tanto dormido como despierto.

Me aparto de él con toda la suavidad del mundo, parando y poniéndome tenso cada vez que se revuelve o que suspira en sueños. Tengo el cuerpo rígido cuando me arrastro al borde de la cama. Una vez libre, respiro. He estado conteniendo la respiración un buen rato. Miro a mi apuesto hombre. Quiero volver a la cama con él pero me resisto a la tentación. Lo que tengo planeado me anima a dejarlo durmiendo como un bendito mientras yo me voy de puntillas a buscar mi celular.

Son las cinco en punto. ¡Mierda! Vale, tengo que ser rápido o pronto estará despierto y arrastrándome por las calles de Seúl para que corra una de sus insoportables maratones. Salgo del dormitorio a hurtadillas como un ladrón, en pelotas, recupero mi paquete del arcón de madera y saco el contenido. La bolsa de papel hace ruido y aprieto los dientes. Me quedo helado en el sitio cuando Minho se vuelve boca arriba en la cama y deja escapar un gemido.

Permanezco inmóvil como una estatua hasta que estoy seguro de que se ha vuelto a dormir del todo y entonces me aproximo a la cama, caminando descalzo y de puntillas sobre la gruesa moqueta.

«¡Muy bien, señor Lee!»

Le cojo la muñeca con cuidado y la levanto para luego esposarlo a la cabecera de la cama. Luego doy un paso atrás para admirar mi obra. Me ha salido de perlas. Aunque se despierte, ahora ya no va a ir a ninguna parte.

Recojo el otro par de esposas y rodeo la cama hasta el otro lado. Tengo que arrodillarme sobre el colchón para llegar a su brazo, pero ahora ya no me preocupa tanto despertarlo porque al menos le he inmovilizado uno, aunque está claro que esto saldrá mejor si no puede ponerme ninguna de las dos manos encima.

Con cuidado, le hago pasar el brazo por encima de la cabeza y le pongo las esposas en la muñeca de la mano herida. Tiene mucho mejor aspecto pero me preocupa que pueda lastimarse si intenta quitarse las esposas a la fuerza.

Doy un paso atrás, orgulloso. Ha sido más fácil de lo que pensaba, y Minho sigue durmiendo como un tronco. Prácticamente bailo hacia la bolsa para terminar con mis preparativos y ponerme la ropa interior que me apropié durante mis compras de última hora.

Ay, Dios, se va a enojar de lo lindo. Vuelvo junto a mi dios, con las piernas abiertas, maniatado y desnudo, y me siento a horcajadas sobre sus caderas. Se revuelve y me echo a reír para mis adentros de satisfacción cuando noto que empieza a ponérsele dura debajo de mí. Me siento pacientemente y espero.

Sus preciosas pestañas no tardan en comenzar a moverse y sus párpados cobran vida. Sus ojos encuentran los míos de inmediato y tengo su erección matutina, ya del todo firme, debajo de mí.

—Hola, bebé. —Tiene la garganta áspera y guiña los ojos intentando enfocarme.

Recorro su torso con la mirada. Sus músculos están tensos por la posición de los brazos.

—Hola. —Le dedico una sonrisa radiante y lo observo atentamente mientras recupera del todo la conciencia.

Entonces mueve los brazos y el metal de las esposas suena contra la cabecera de madera. El repentino tirón de sus muñecas hace que abra los ojos de par en par, y yo contengo la respiración sin perder de vista su rostro somnoliento. Frunce el ceño y se mira las muñecas.

Sacude otra vez los brazos.

—Pero ¿Qué coño...? —Todavía habla con la voz ronca. Me mira. Tiene los ojos abiertos y la mirada perpleja— Jisung, ¿por qué demonios estoy esposado a la cama?

ManiacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora