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Examino el contenido del frigorífico. No puedo hacer nada con un bote de nata montada, un frasco de crema de cacao y mantequilla de cacahuete.

—No tienes nada en la nevera —le digo cuando se acerca por detrás y coge el frasco de mantequilla de cacahuete.

Acuna el frasco con el brazo, desenrosca la tapa con la mano sana y lo deja sobre la isleta de la cocina, antes de encaramarse sobre un taburete y proceder a meter el dedo y lamerlo hasta dejarlo reluciente.

—Iré al supermercado —digo. Cierro la puerta de la nevera y me dirijo hacia la escalera.

—Iré contigo.

—Vale. —Sigo caminando.

—Iré porque quiero —dice con tranquilidad. Me detengo en seco.

—Vale.

—Hannie, ¿quieres mirarme? —Su tono es impaciente. No me gusta.

Me vuelvo para poder verlo, suplicándole en silencio que inicie la conversación, pero él se limita a mirarme. Casi parece enfadado.

—Voy a vestirme.

Doy media vuelta de nuevo y lo dejo en la cocina.

Me ducho en el cuarto de baño del dormitorio de invitados y me quedo de pie bajo el agua caliente durante una eternidad, como si pudiera enjuagar todos mis problemas. Cuando por fin salgo de la ducha, revuelvo entre mis maletas y descubro que Felix ha embutido un poco de todo en ellas, literalmente. Me pongo un jersey azul con pantalones rasgados y mis converse.

Me miro al espejo, pero a pesar de mis intentos mi aspecto no ha mejorado mucho. Tengo los ojos tan hundidos como los de Minho, y su presencia no ha llenado el vacío que siento desde el domingo. Quizá lo he entendido todo mal. Quizá lo mejor para mí sería marcharme, porque lo que es seguro es que no me siento mejor por estar aquí. Suspiro al ver mi reflejo, intentando sonsacarle alguna respuesta, pero sé que el único que puede darme las respuestas que busco está sentado en la cocina, hinchándose a mantequilla de cacahuete. Agarro mi celular y bajo.

Está dormido. Lo miro, sentado en el sofá, con una pierna en alto y la palma de la mano reposando sobre el pecho. Tiene la boca ligeramente entreabierta y sus pestañas parpadean. Lo dejo, me marcho a la cocina para tomarme una píldora y aprovecho el tiempo para mandarle un mensaje a Felix, para que sepa que todo va bien, aunque no sea cierto, y luego telefoneo a mi hermano. Con todo lo que ha pasado, se me había olvidado que en teoría iba a quedar hoy con él.

—¿Jisung?

—¡Jihyun! —Cómo me alegro de oír su voz— ¿Dónde estás?

—En el hotel que hice la reserva...me ha fallado, así que he buscado otro lugar

—¿Cómo están mamá y papá? —pregunto.

—Preocupados —contesta. Sabía que iban a estarlo.

—No tienen por qué.

—Pues lo están. Y yo también. ¿Dónde estás?

«¡Mierda!»

¿Qué dónde estoy? No puedo decirle dónde estoy exactamente, y con quién.

—En casa de Felix —miento.

No es que Jihyun vaya a hablar con él o a visitarlo para averiguar la verdad. Además, mamá sabe que iba a estar en casa de Felix, y estoy seguro de que se lo habrá dicho. ¿Me está poniendo a prueba?

Se hace el silencio en la línea telefónica al mencionar el nombre de Felix.

—Ya veo —dice poco después— ¿Todavía?

ManiacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora