Linaya ya no sabía lo que era un día, bueno, malo, la sucesión inagotable del tiempo. Ya solo existía la rutina.
Sus mañanas iniciaban en su celda de cuatro paredes, con apenas espacio para un camastro y un cubo donde dejar sus desechos mortales. Le daban una sopa con verduras aguadas y carne dura como el cuero, que no le sabia a nada en particular, pero le daba la energía suficiente para continuar con lo que esperaba el resto del día.
Diez o veinte minutos después de la comida, era llamada fuera de su celda para ser estudiada por un médico, o al menos Linaya suponía que era un médico, pues acudía con un elegante traje negro a tomar el pulso, medirla de pies a cabeza y sacarle sangre, para luego pasar con el siguiente de la fila. Casi todos los días eran iguales, pero a veces alguien no pasaba la prueba, a veces alguien tenía un aspecto lo bastante malo o el medico veía algo sospechoso, y se los llevaban por la habitación al final de su pasillo de celdas, donde no los volvían a ver otra vez. A veces gritaban y pataleaban, otras veces caminaban con la cabeza agachada, destrozados por la interminable sucesión de la rutina. Extrañamente, nunca sacaban a nadie arrastrándolo fuera de su celda, y Linaya había entendido el motivo desde el primer día.
Luego del examen médico, todos eran conducidos por largos pasillos al patio de un castillo, donde cada día aparecían menos esclavos. El primer día llenaban el enorme patio, tan grande como una cancha de futbol, todos apretados con apenas espacio para todos. Al segundo día había un poco más de espacio, al tercer día Linaya decidió de contar los días y centrarse en sobrevivir, en ver ese patio al día siguiente, para ser capaz de ver la luz del sol y el cielo azul.
Tras ser reunidos en el patio, eran conducidos por grupos a diferentes fosos donde eran obligados a entrenar. Levantamiento de peso, carreras, golpear con armas de practica un poste, hasta las manos sangraran, siempre bajo los gritos del instructor que exigía que mejoraran, pero nunca les daba una sola explicación de cómo hacerlo mejor.
El entrenamiento en los fosos era seguido por combates cuerpo a cuerpo, usando armas romas, pero igual de dolorosas. Tenías que luchar por tu vida en esos combates, hombre, mujer, niño o adolescente, no importaba, tenías que luchar por tu vida. Sino luchabas, tu contrincante te golpearía hasta casi matarte, pero el momento donde estuvieras al borde de la muerte, se podía postergar durante horas. Sin embargo, muchos habían muerto por accidente, en su mayoría los niños y los ancianos, los que no tenían condición física suficiente, habían sido eliminados en la prueba medica hacía mucho.
«¿Mucho? ¿Cuánto es mucho?» se preguntó Linaya al detenerse a pensar por un instante, subiendo por una montaña escarpada cargando a su espalda, una mochila llena de arena y piedras. Pero un segundo después, un latigazo de luz roja le golpeo, haciéndola caer mientras el resto de esclavos, continuaban con su trabajo con miradas perdidas.
Desde el cielo bajo flotando un sujeto con armadura, mirando la con desprecio mientras en su mano ardía el látigo, rojo translucido y cubierto de llamas, quemando como el metal al rojo vivo y cortando su cuerpo. Sin embargo, el sujeto chasqueo los dedos, y la herida de Linaya se curó en un instante, antes de que el sujeto le indicara que siguiera el ascenso.
Sacando fuerzas de donde fuera, Linaya se obligó a levantarse y a seguir caminando, intentando ignorar las palizas y las peleas injustas que tenía que hacer antes de iniciar el ascenso, pues sus contrincantes eran guerreros expertos que bloqueaban todos sus golpes, riéndose de sus intentos infructuosos de hacerles daño, pero al menos si luchaba, los golpes y las palizas se reducían a casi cero, siempre y cuando no parara de luchar.
Al llegar a la cima de la montaña, les dieron una ración de comida que todos consumieron en silencio, sin hablar, sin compartir pensamientos, solo comiendo en silencio, puesto que la persona con la que hablabas, podio ser eliminada en cualquier instante.
No existía la amistad, no existía el compañerismo, solo existían la interminable rutina, siempre terminada con una última prueba, la prueba que eliminaba a más de los esclavos, y curiosamente era la más sencilla de todas las que se realizaban.
En la parte más alta de la montaña, a los pies de las escaleras a un castillo de piedra negra, un hombre de barba y túnica violeta, se paraba frente a ellos con una caja de bronce y cristal. En la parte superior de la caja, una esfera de cristal era donde había que colocar la mano, haciendo que se alzaran unos brazos mecánicos con un panel de cristal, donde una sucesión de símbolos extraños determinaba que sería de tu destino.
«¿Hoy moriré?», se preguntó Linaya, con la mente abatida al posar su mano sobre el cristal, mostrando una serie de símbolos que no pudo entender, pese a comprender el lenguaje hablado, no podía leerlo.
—Candidato —dijo el hombre de la túnica, y un asistente anoto el resultado en unas hojas de papel.
—Defectuoso —dijo el mismo hombre a la siguiente persona que paso después de Linaya.
La siguiente persona era un chico de unos quince años, bastante guapo aun que Linaya ya no tenía energías para sentir nada por la belleza, apenas si podía apreciarla.
—Linaje —dijo el hombre que los evaluaba, siendo esas las tres respuestas que tenían esos exámenes.
Aquel chico sería llevado con un grupo de gente que vigilaba la prueba, sentados a la mesa con tasas humeantes y abrigos gruesos para el frio de la montaña. Aquel chico sería tomado por una mujer, como su esclavo personal o al menos eso entendía Linaya.
Tras terminar esa prueba, tenían que volver a bajar con las pesadas mochilas a la espalda, sin parar, sin detenerse a descansar, sin tropezar. Para finalmente terminar el día en sus celdas, adoloridos y tan cansados que solo podían desplomarse en el camastro y dormir, esperando que al día siguiente el medico no dijera que eran basura.
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Batalla de héroes.
FantasyEl ser autoproclamado como: Dios. Los secuestro y los envió a otro mundo. En un mundo de muerte y guerra, en el eterno girar del destino, sin comienzos ni finales, un grupo de seres proclamándose como dioses, juegan con un sin numero de razas para...