En medio del cielo brilla la enorme luna, no por reflejo de la luz del sol, sino por mérito propio. La luna en el cielo de este mundo, tiene una actividad volcánica tan grande, que grandes océanos de lava son visibles, con las columnas de humo de los volcanes, cruzando su cielo como una bestia que le dio un zarpazo a la luna.
A mi espalda un tintineo de metal me alerta, y cuando giro la cabeza, las cenizas incandescentes consumen a un esqueleto, que deja caer su armadura y ropas, que duran un poco más antes de volverse más cenizas. Solo un escalón por encima de ellos, una masa de esqueletos se mantiene de pie en las escaleras, en el límite máximo de la luz de la antorcha.
«Para ser mi primera incursión, va bastante bien», pienso al mirar el techo arqueado roto, con sus pinturas apenas reconocibles bajo la luz azulada de la antorcha en mi mano, una antorcha que no da calor y arde desde una piedra, la misma se prende fuego cuando el sol desaparece del cielo, pero si la antorcha se la pasa en la sombra, no prenderá en la noche, y por eso solo prenden las que están cerca de ventanas o en pasillos rotos.
Bajando la mirada me quedo contemplando los restos de las columnas, aun erguidas pero agrietadas, rodeando cada lado de las anchas escaleras, tan grandes que diez personas podrían caminar una al lado de la otra sin toparse, y veinte apenas estarían rozándose hombro con hombro. Por todas las escaleras hay cadáveres esqueléticos, con armaduras de metal propias de la edad media, hasta soldados con uniformes de tela, propios de la infantería de línea, siempre en grupos donde los soldados de armadura, cubrían a los soldados con fusiles, lo cual no se si llega a tener o perder sentido. Como sea, al final de las escaleras, más esqueletos me esperan con ansias, justo al límite del alcance de la luz de la antorcha.
Doy un paso para bajar otro escalón, y un enorme grupo de esqueletos se vuelven cenizas.
Siempre con un ojo en los esqueletos, me dedico a revisar los cadáveres, recuperando desde cartuchos de tela para fusiles, cinturones y en especial las ropas en mejor estado, que voy doblando y guardando en una mochila de cuero, el dinero que algunos soldados llevan consigo, quizá su última paga en vida, también lo recolecto. Y repitiendo el proceso en cada escalón, termino llegando al final de las escaleras, donde un amplio vestíbulo con estatuas rotas, y más rastros de batalla, me dan la bienvenida, pero mi atención se centra en unas enormes puertas entreabiertas, de las cuales asoma la misma luz azulada que emana mi antorcha.
Pasando a toda prisa entre el estruendo de los esqueletos y sus armaduras siendo destruidas, llego a un pequeño jardín que ha visto mejores días, con unas enormes rejas metálicas llenas de las antorchas que llevo en mi mano, en donde debieran estar las puertas, una masa de esqueletos, zombis a medio pudrir, cadáveres tan hinchados que parecen estar por explotar, y más aberraciones formadas cadáveres, se lanzan con desesperación intentando cruzar el hueco iluminado, volviéndose cenizas al contacto con la luz de las antorchas, formando una suerte de hoguera sin fuego.
—Mierda... —es todo lo que acierto a decir al pretender regresar por donde vine, no sea que las antorchas decidan fallar justo ahora.
Pero al girarme veo una extraña armadura echada contra las puertas, sus articulaciones rotas, dejan ver engranajes y cables de metal, tuberías cruzan bajo el metal y en las zonas blandas, mangueras negras se adentran hasta la espalda, donde una pequeña chimenea se une a una especie de motor que parecía impulsar esta armadura.
«¿Autómatas? ¿exoesqueletos?», me pregunto al levantar la celada del yelmo para descubrir un cráneo inerte, sin la mandíbula y grietas que la bajan en la zona de los ojos.
Cerca de la puerta y al interior de la catedral, más esqueletos y seres de pesadilla se empiezan a formar, repelidos solo por la luz de mi antorcha, además de las que cuelgan de las reja, de modo que viendo como la horda es muy densa por las puertas y una antorcha más no terminara de destrozarlos, no tan rápido como se lanzan al menos, doy una prueba adentran-dome de regreso en la catedral, viendo como los esqueletos se queman y destrozan, pero en cuanto me alejo lo suficiente, vuelven a surgir desde las sombras.
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Batalla de héroes.
FantasyEl ser autoproclamado como: Dios. Los secuestro y los envió a otro mundo. En un mundo de muerte y guerra, en el eterno girar del destino, sin comienzos ni finales, un grupo de seres proclamándose como dioses, juegan con un sin numero de razas para...