El almirante Kamit se paró en el puente de su aeronave, mirando la ciudad de una asquerosa raza no-humana. Construida por la humanidad, y conquistada por los Taúrobister, los monstruos salvajes que vivían en las grandes llanuras y que, en ocasiones, cruzaban la espada del lamento, en salvajes incursiones contra las naciones humanas, aunque en ocasiones lo hacían bajo contrato, como masivos ejércitos mercenarios.
—Inicien.
Ante la orden del almirante Kamit, las compuertas de las aeronaves de la pequeña escuadra aérea se abrieron, eran apenas diecisiete aeronaves, pero su cargamento era aún más peligroso que cualquier bomba. En las grandes bodegas, hombres y mujeres de otro mundo, esperaban amordazados mientras un enfermero particular, inyectaba una potente droga a base de flores Anizu, que les volvería imparables.
Observando con el semblante serio, Kamit contemplo las docenas de cuerpos que caían a la ciudad, antes de explotar en masivas esferas de Aura, como luz roja y blanca con núcleos negros, que empujaron el aire con tanta fuerza y a tales temperaturas, que todos los edificios comenzaron a colapsar, incluso las aeronaves se sacudieron, mientas sus escudos de Mana y Atma, se iluminaban por la potencia del Aura liberada.
Pero la destrucción no termino allí, puesto que los Taúrobister se habían protegido con su propia Aura y Atma, pero el daño base ya estaba hecho, la ciudad estaba en ruinas, ahora seria inhabitable incluso para esas bestias, que verían mermados sus números antes de iniciar la batalla real, que comenzó cuando los enviados de otro mundo, tocaron tierra en la ciudad en ruinas, como intensos focos de luz de roja.
«¿Que estarán viendo? —se preguntó Kamit al observar la combinación de cortes de Aura y montañas de nieve, que comenzaban a aparecer por toda la ciudad—, ¿A que le temen los enviados de otro mundo? ¿Qué les atemoriza tanto para reaccionar así?»
En el fondo conocía la respuesta a sus preguntas. Las flores Anizu al ser procesadas, permitían que sus efectos se potenciarán, mostrando a los afectados, escenas de pesadillas que los confundían, al mismo tiempo que liberaban de forma forzosa el Aura de sus cuerpos, pero el efecto instintivo de usar ese poder sin entrenamiento, era algo que solo los enviados de otro mundo poseían, lo cual los volvía el sacrificio perfecto.
Entrenar a un usuario de Aura tomaba años, estaba registrado que un maestro de la espada, había entrenado por cuarenta años sin ver los primeros signos de su Aura, y aunque algunos individuos usaban versiones diluidas del veneno de las flores Anizu, buscando desarrollar el Aura más rápidamente, mediante forzar la aparición del poder, eso no les permitía usarla de forma consiente. Por eso lanzar a cualquier individuo drogado, no sería una táctica efectiva en batalla, incluso sería un desperdicio de recursos, y en caso de lanzar un guerrero entrenado, terminarías sacrificando recursos muy valiosos para futuros conflictos. Al final era como lanzar una aeronave, para causar daños masivos a una ciudad, si, hacías mucho daño si apuntabas bien y dejabas caer bombas en su trayectoria de caída, pero seguías perdiendo una aeronave que tomaba años en ser construida.
En la ciudad masivos pilares de Aura se alzaban al cielo, entre ellos surgían destellos poderosos, pero menos llamativos, de Prana, Mana, Aura y Atma, las cuatro energías que todos los seres vivientes dominaban, y que los Taúrobister dirigían contra los héroes fallidos, en un intento de detener a un grupo de humanos desquiciados, que atacaban a todo lo que se movía con el mayor de los salvajismos. Existían casos donde intentaban atacar las aeronaves, pero Kamit se iría antes de que eso fuera posible, además luchando contra los Taúrobister, se consumirían hasta el punto de no tener suficiente poder.
—Es una lástima que solo dispongamos de esto una vez cada mil años —dijo Kamit a su segundo de abordo—, imperios se alzan, prosperan por un siglo o dos y luego caen, durante todo ese tiempo.
—Los linajes heroicos más diluidos aún tienen algo de poder —respondió el segundo de abordo—, deberíamos usarlos igual que estos perros, darles la oportunidad de servir a la humanidad.
—Incluso la sangre diluida tiene sus usos.
—No concuerdo, almirante —el segundo de abordo se aproximó más hacia Kamit, quien seguía mirando la destrucción—, muchos de esos linajes, se aferran a su posición, con la promesa que, mediante los matrimonios correctos, podrán engendrar lo que, en los linajes más puros, producen sin esfuerzo.
—Esa baja producción de héroes y la correcta unión de las líneas sanguíneas, es un mal necesario —aseguro Kamit al imaginarse toda esa destrucción en la capital de su nación, una historia muy real ocurrida hace mucho—, la sucesiva cantidad de uniones entre familiares, hace que los dioses se sientan más predispuestos a lanzar una moneda.
—Esa es la base de mi razonamiento, almirante.
—¿Sabes por qué es seguro almacenar bombas?
—No veo como eso...
—Por qué las bombas no explotan por su cuenta —Kamit se giró hacia el segundo de abordo, aun joven y deseando ser capitán—, los héroes de esta generación pueden ser controlados, los desechos que los acompañan, pueden ser usados sin peligro. ¿Pero un grupo de héroes locos encerrados hasta que su locura los haga estallar? —Kamit hizo un gesto para que su segundo de abordo se acercara a ver la ciudad reducida ríos de sangre y amorfas piedras que nada se parecían a los restos de edificios—, un mundo desgarrado donde estas ciudades serian lo más inocente que se podría ver. Eso es lo que ocurriría si recurriéramos a los matrimonios entre familiares.
»Timonel —llamo Kamit—, de la vuelta, que la flota ascienda a altitud de velocidad crucero, volvamos a casa.
Dejando atrás una ciudad que había sido arrasada en minutos, Kamit se sentó en su silla de mando, sintiendo como su aeronave ascendía mientras las ordenes se cruzaban de un lugar a otro. Ninguno de los tripulantes se cuestionaba tal acción, todos sabían el horror de luchar contra razas no-humanas, ni siquiera se cuestionarían el arrasar una ciudad humana, el reino aliado que habia perdido la ciudad, protestaría con total seguridad, pero ni a Kamit ni a su tripulación les importaba, ellos hacían lo que tenía que hacerse, ellos hacían lo que hacía falta para proteger a la humanidad.
Al mismo tiempo, parado sobre una pila de escombros rodeada de sangre que le llegaría hasta las rodillas, con los cuerpos destrozados de las bestias a su alrededor, una mujer miraba al cielo gruñendo y babeando, viendo enormes bestias voladoras, en lugar de las aeronaves, deseando alcanzarlas pero sintiendo como sus fuerzas menguaban a cada segundo, intentando cortar el cielo con sus manos, arañar las bestias con su Aura, que menguaba hasta no ser más que hilos rojos, cual marioneta que era dirigida por su titiritero. Cuando los hilos de Aura finalmente desaparecieron, la mujer cayo muerta sobre las rocas, igual que los otros cientos de hijos de otro mundo.
YOU ARE READING
Batalla de héroes.
FantasyEl ser autoproclamado como: Dios. Los secuestro y los envió a otro mundo. En un mundo de muerte y guerra, en el eterno girar del destino, sin comienzos ni finales, un grupo de seres proclamándose como dioses, juegan con un sin numero de razas para...