-15- Alas de zafiro.

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En el transcurso de las semanas transcurridas desde su escape, Linaya había aprendido que ser una vagabunda en una ciudad industrial, era una asquerosa mierda. La suciedad estaba a la orden del día, tenían maquinas a vapor como delataba una estación de ferrocarril en construcción, pero seguían moviéndose mediante carruajes y caballos en calles sucias, llenas de posas de mierda y orina, sin un sistema de alcantarillado. Las principales intersecciones de las calles más concurridas, estaban tan cubiertas de una capa de mierda de caballo, que los carruajes se hundían al cruzar, dejando profundos surcos que dejaban ver partes del empedrado y el grueso de la capa de mierda.

Cerca de la zona de los complejos industriales, llenos del hedor al carbón y el metal, con trabajadores sucios y cansados, las calles eran de lodo y fango, con mataderos de animales que dejaban escurrir la sangre a las calles, llenando el lugar de aterradoras moscas amarillas, tan grandes como un pulgar. Mientras que, en los barrios marginales, las casas retorcidas de madera, apiladas unas sobre otras, ni siquiera tenían calles como tal, solo una muy larga e infinita sucesión de callejones, algunos asemejando túneles por los edificios que se curvaban y apoyaban unos sobre otros.

Y como no podía ser de otro modo, la única zona limpia y ordenada de la ciudad, eran el casco antiguo, donde empezaba prosperar una precaria clase media, en viejos edificios de piedra de estilo antiguo, que disfrutaban de la cercanía a los barrios ricos, obteniendo remanentes de la magia que limpiaba sus calles, les daba agua limpia y tenían patrullas regulares de soldados, que ignoraban los barrios marginales, ignoraban los industriales mientras no hubiera algún problema con los obreros, y se veían esporádicamente en toda la enorme zona intermedia.

Debido a esta estructura, Linaya había conseguido esconderse de los guardias que podían estar buscándola, pero aun que no fuera el caso, cosa por lo demás ilógica, seguir viviendo en la zona pobre intentando esconderse, solo le acarrearía ser apuñalada en un callejón sin nombre, solo para quitarle las botas o terminaría enfermando de alguna cosa extraña, y moriría con dolor en un callejón igualmente sin nombre.

Tenía que dejar la ciudad, no le quedaba otra alternativa. Pero no tenía dinero para pagar el pasaje por el rio, mucho menos para dejar la ciudad en una diligencia escoltada, y hacerlo a pie ella sola, era un suicidio mucho mayor que volver con sus secuestradores, fuera que la aceptaran para mandarla a algún campo de batalla o que la hicieran desaparecer, como hicieron con los otros cientos de personas. No, tenía que ganar dinero de algún modo, dejar la ciudad y buscarse la vida, luego podría pensar que hacer a continuación, alguna forma de volver a casa quizá.

Entonces cuando estaba comiendo en un comedor comunitario, pagado por algún noble hipócrita que ayudaba a la gente una vez a la semana, mientras el resto del tiempo vivía en la más asquerosa opulencia. Una anciana que había visto a Linaya, había negado con la cabeza soltando una maldición, sus palabras le habían atravesado igual que un puñal.

—Mira a la tonta orgullosa —había dicho la anciana—, una cara sin cicatrices y bonita, con un buen par de tetas y un coño limpio. Podría entrar al mejor burdel, hacerse rica o engatusar a algún hijo de noble, matándolo con el arma que tiene entre las piernas.

Linaya se limitó a verla unos instantes.

—¿Tal como te ocurrió a ti? —le había respondido con la más gélida indiferencia—, ¿pero cuando te hiciste vieja y esa arma perdió filo, tu esposo te cambio por un modelo más joven?

Y arreglándose el cabello hacia atrás, con descarada insinuación a la belleza de ese cuerpo, Linaya había agarrado la hogaza de pan duro que les daban, y se había ido del comedor masticándola, sintiéndose aún mejor que en su vida previa, pues en esa vida tenía que valerse más de su ingenio que, de un cuerpo exuberante y llamativo, ahora tenía ambos, y eso le había dado una excelente idea para conseguir el pasaje.

Batalla de héroes.Where stories live. Discover now