Hoy es el día.
Va a ver al tal Louis y le va a dar su aprobación. Si a su madre le caía bien no tenía duda de que sería una gran persona.
Esa misma mañana de lunes había llegado muy temprano a su oficina para poder terminar algunos asuntos antes de tiempo y hacerse un hueco a eso de la siete y media, hora a la que, según Anne, Louis llegaba para pasar un rato entreteniendo a sus bebés y acompañarlos en su desayuno.
Su intención es unirse a la tradición.
Avanza con paso firme por la planta más alta del edificio, saludando a las pocas personas que ya están con las miradas absortas en los ordenadores y atendiendo llamadas constantemente.
Todas ellas teniendo tiempo para dirigirse cordialmente al jefe, no queriendo tenerlo en su contra.
A decir verdad, el hecho de que fuera el CEO de la empresa no es más que un complemento a su figura imponente y varonil que tiene desde que comenzó su etapa universitaria. Incluso su complexión delgada pero musculosa salió a relucir algo antes en el instituto, cosa que no le libraba de miradas indiscretas y risitas nerviosas en los pasillos.
Tampoco le dio mucha importancia. Sabe que es un hombre atractivo pero el don de la palabra solo lo tiene en los negocios. No se le da muy bien comenzar una conversación distendida y agradable fuera del ámbito del trabajo y mucho menos si claramente la persona en cuestión no es de su agrado.
Su semblante serio habitual lo decía todo.
Solo sus amigos más cercanos derretían esa faceta en su vida cotidiana, pero solo con sus hijos es incapaz de esconder los hoyuelos y la sonrisa como clara muestra de amor y orgullo hacia ellos.
Una vez que llega a la planta donde se encuentra aquella famosa sala que él apenas pisa, puede observar a través de la puerta de cristal que da a la habitación la silueta de un cuerpo delgado y curvilíneo, algo más pequeño que él. En frente, dos pequeñas cabezas muy conocidas asienten a todo lo que dice.
Decide entrar sin avisar cómo de costumbre para encontrarse con aquella imagen.
"Mierda"
Mierda. Eso piensa él.
Acaba de encontrarse con el hombre más precioso que ha visto jamás.
Ojos azules, abiertos a más no poder; semejantes al color del cielo y algo al mar por las notas verdes que se aprecian en ellos, que suponen que sobresalen fruto de la formal corbata de tonos oliva que descansa en el pequeño pecho.
El traje le queda a la perfección abrazando el delgado, pero ya puede apreciar qué definido cuerpo, ajustándose en sus caderas de una manera exquisita. Su cabeza le traiciona pidiéndole a los dioses que se dé la vuelta sabiendo que esas vistas no se quedarían atrás.
No sabe si se ha notado su expresión de asombro, pero decide reaccionar rápido como siempre hace.
"¿Eso es lo que les enseñas a mis hijos?" La cara que pone el joven castaño frente a él, con mejillas sonrosadas incluidas, hace que le tiemblen las piernas.
"Lo s-siento, señor" Un cariño inexplicable se despierta en él al verlo tan nervioso por una tontería. "Yo, solo, bueno..." Resopla intentando aclarar sus ideas. "No sabía que eran sus hijos, yo de verdad que solo juego con ellos de vez en cuándo, conozco a su madre y d-desayunamos juntos a veces."
Harry se acerca a él asintiendo, con los brazos cruzados y haciendo el papel de su vida fingiendo estar serio cuando solo quiere sonreír.
"Louis, ¿verdad?" Le mira, ya a una distancia más cercana , y deja salir su voz algo más grave de lo normal mientras le tiende la mano como saludo; aunque en el fondo sabe que solo quiere saber si el pequeño hombre se siente tan suave como se ve.
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Little work || l.s
Fanfiction"Hola, monstruitos". Como cada mañana desde hace un mes, dos pares de pequeños brazos le rodean el cuello, llenando de risas el vestíbulo de aquella oficina en la quinta planta situada en uno de los edificios centrales de la ciudad. "Lou" El diablil...