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— Y esta es nuestra zona de entrenamiento. —Señaló Alejandro con su mano, mostrándole a Clara el amplio terreno.

Ella se quedó boquiabierta. Después de ver a Storm, Alejandro le sugirió hacer una visita a su base para familiarizarse con ella. Aceptó sin dudarlo, habiendo visitado previamente el cuartel general, la plaza central decorada con numerosas banderas de México meciéndose con el aire y el edificio de los dormitorios, que conectaba a otro gran edificio también lleno de habitaciones privadas y compartidas.

El sitio podría incluso resultarle acogedor con el paso del tiempo. Todavía no le había comunicado su decisión al coronel de enlistarse en sus fuerzas especiales, porque no estaba segura del todo de si encajaría en ese lugar.

Se consideraba débil, no tenía ni idea de armas y su forma física no era la mejor. Alejandro no consiguió el título de coronel el primer día, eso era lo que trataba de decirse como forma de auto consuelo. Pero ella no quería un título ni estar a cargo de una unidad, quería volverse más fuerte, y contando con la ayuda de Alejandro no sería tan difícil como creía.

— ¿Quieres ver más?

— Madres, por supuesto que sí —respondió dando saltitos de impaciencia.

Solo la idea de entrenar allí le hacía brillar la mirada con ansias. A su edad no había descubierto qué era lo que la apasionaba, y puede que ser parte de las fuerzas especiales fuera una de ellas.

Continuaron viendo los distintos hangares de la base, los vehículos terrestres y del aire y acabando en los jardines que rodeaban el aparcamiento para visitantes y vehículos de mayor tamaño.

— Sé que eres fanática de la naturaleza. Supuse que esta zona sería tu favorita.

— Y supusiste bien.— Clara le devolvió una sonrisa, mostrando lo encantada que se sentía al rodearse de verdes árboles y frondosos arbustos con flores.

— Coronel, le necesitamos en el edificio central —dijo una voz masculina con un característico acento por las comunicaciones de Alejandro.

— Tengo que irme. ¿Te las apañarás bien tú sola?

— Sí. Gracias, Alejandro.

— Búscame su me necesitas, Clara. —Se despidió él marchándose donde lo necesitaban.

Clara miró pensativa el cielo. El sol otorgaba una calidez agradable a su piel canela, y el aire de esa parte de la ciudad era puro, al contrario que el de donde vivía ella. Allí abundaban los olores a comida callejera y al tabaco que fumaban una gran parte de hombres de Las Almas. Todo había cambiado a mejor en pocos días, y eso la tranquilizaba.

Tomó asiento en los escalones que subían al cuartel general, Storm sentándose a su lado y siempre alerta para protegerla. Le acarició la cabeza con suavidad. Quería a ese animal más que a muchas personas que había conocido, y no solo por su fidelidad hacia ella.

Storm era su fortaleza, su protección. Si estaba junto a él dejaba de tener miedo. Gracias a él, en la ciudad eran pocas las veces que se acercaban a ella mientras daba un paseo nocturno o incluso a plena luz del día.
El perro desarrolló un instinto de protección hacia Clara en cuanto dejó de ser un cachorro, y lo mantenía hasta el día de hoy. Daría su vida con tal de salvar la de ella si hiciera falta, y saber eso la reconfortaba. El mejor amigo que cualquiera podría desear.

Alejandro se fue hacia el edificio central, donde lo esperaban Ghost, Soap y Graves, acompañado de algunos Shadows que mantenían su anonimato a través de sus gafas con cristales opacos y bandanas cubriendo toda su cara excepto el puente de su nariz. Eran protocolos de la compañía, su identidad permanecía en las sombras durante el transcurso de sus trabajos.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora