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Los disparos iban sonando cada vez más cerca de la casa, teniendo pocos minutos antes de que los enemigos entrasen allí y las acribillasen al igual que hicieron a los guardias. Se oían algunos que parecían provenir de un fusil de francotirador por el estruendo que causaban, lo que convertía a Clara en una presa fácil si intentaba huir por donde había venido. Estaba acorralada, y puede que viviendo los últimos momentos de su vida si los que disparaban entraban allí.

— Valeria, ¡hay que irse! —Diego apareció en el salón donde seguían Valeria y Clara, con la respiración  acelerada pero intentando aparentar calma.

— ¿Te crees que no lo sé, pendejo de mierda? —contestó ella al hombre con una mezcla de miedo y rabia en su voz. Miró a su hermana pequeña con otra de sus sonrisas de desafecto—. Hasta la próxima, Clar, si es que sales viva de aquí —dijo huyendo con su pistola bañada en oro en mano como la cobarde que era.

Clara se paralizó en el sitio. Los entornos hostiles hacían brotar en su cuerpo una ansiedad catastrófica que la dejaba inutilizada. Su única opción era buscar un escondite y esperar a que el tiroteo terminase. Con salir viva de allí sería suficiente.

Corrió hacia las escaleras de la entrada, subiendo los escalones de dos en dos presa del pánico. Y al llegar a la planta superior, tuvo que taparse la boca para reprimir el grito de terror por los distintos cuerpos que se repartían por el suelo. La sangre manchaba el suelo, y ella acabó ensuciándose las suelas de sus zapatillas por mucho que tratara de evitarlo pasando entre los cadáveres dando zancadas. Tragó saliva para evitar las náuseas por el olor a sangre fresca, sin parar en ninguna de las estancias que encontraba a su paso.

Cuando llegó al pasillo que daba al tejado miró a ambos lados desorientada. Fuera solo se escuchaban los gritos de los socios de su hermana y otras voces masculinas desconocidas para ella.

— Soap, hay movimiento en el pasillo de la planta de arriba. —La voz de Ghost atravesó las comunicaciones en pocos segundos después de ver por la mira a Clara huyendo despavorida.

No parecía un miembro del cártel, pero no podían quedar sobrevivientes en la casa del Sin Nombre esa noche.

— Recibido, teniente —respondió el ojiazul, mirando a Alejandro a la espera de órdenes.

— Órale, esos cabrones se multiplican como las cucarachas. Sígueme, hermano.

El sargento asintió, subiendo por los escalones que minutos antes pisó Clara en un intento de salvar el cuello. Era evidente que su hermanastra no iba a mostrar preocupación por ella y la dejaría allí. Puede que incluso le quitaran un peso de encima si le quitaban la vida ellos en vez de tener que encargarse ella. Tenía sangre fría, pero no tanta como para matar a alguien con quien compartía el cincuenta por ciento de sangre.

Clara cerró las puertas del armario de madera oscura en el que había encontrado refugio. Acabó en una habitación que parecía ser la de Diego por la gran alfombra de piel de vacuno que la recibió nada más puso un pie allí. Valeria no decoraría su habitación de forma tan extravagante.

Dejó de escuchar disparos de un momento a otro, algo bueno entre tanto desorden. Los dioses no estaban de su lado, fue lo que pensó al escuchar pasos entrando allí y ver por las rendijas del mueble a un trajeado dando tumbos sujetando una herida en su rodilla. Se dejó caer en la cama, rompió un trozo de su camisa e hizo un torniquete improvisado que le rodeara el muslo. Con un suspiro cansado, el hombre cayó de espaldas en la cama, lo que calmó a Clara al volver a estar segura.

No por mucho tiempo. Si los hombres perseguían el rastro de sangre que dejó el otro, la encontrarían y harían con ella lo que quisieran. Se negaba a ser la prostituta del cártel rival, así que debía huir de allí.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora