╰•★ 23 ★•╯

1.7K 179 39
                                    



Él estaba allí. Podía sentirlo. Acechando como una sombra tras la barra. Había vuelto a la ciudad, pero ella no lo quería allí. Algunos la llamarían rencorosa. Otros dirían que estaba loca. No le importaba. No podía ni debía volver a acercarse a ese hombre. Ni a sus compañeros de trabajo.

Porque no venía solo. Soap y dos hombres más, uno que parecía mayor que todos ellos con barba y otro más joven de piel morena que sonreía sin parar con lo que fuera que le contaba Johnny. Estaban en su lugar de trabajo, y lo detestaba. Trataba de ignorarlos, pero se le escapaban miradas fugaces cuando iba a servir a una mesa cercana o pasaba por su lado.

De hecho, Clara no les había servido sus bebidas a ellos; lo había hecho Romeo, su compañero de trabajo. Era un chico joven, apuesto y alto, pero no se parecía a cierto teniente.

Romeo llevaba meses persiguiéndola para tener una cita, y esa noche ella se planteó aceptarla al acabar su turno. No podría enamorarse de él ni aunque lo intentara, porque se había negado a toda posibilidad de encontrar pareja desde que él se fue. No podía dejar que todo hombre que pasara por su vida jugara con su corazón como quisiera. No era sano.

Estaba mosqueada, y se notaba por su manera de frotar las mesas que limpiaba para nuevos clientes. Tenía ganas de acabar su turno e irse a casa. Solo esperaba que él no la siguiera o la acosara durante su estancia en Las Almas. Lo más probable es que estuviesen aquí porque corría el rumor de que Valeria se había escapado de la cárcel.

La mayor de las Garza había provocado una masacre en prisión con solo un trozo de cristal y un arma robada a su primera víctima. No eran rumores. Valeria era capaz de eso y más, solo que esparciéndolo como un rumor la gente tendría menos miedo a que ella volviese a ser la dueña de las calles. Y eso siempre significaba un reguero de cadáveres.

Alejandro apareció entonces en el mesón, y fue directo hacia la barra a por algo de tomar.

— Clarita, te veo bien.

No lo estaba. Porque mientras miraba a los ojos del coronel, sentía otro par de ojos mirándola.

— Gracias, coronel —respondió secamente con una sonrisa falsa—. Romeo, ¿puedes encargarte? Tengo que ir adentro a por unas bebidas.

— En seguida, chiquita.

El hombre de pelo castaño la tomó de la cintura al pasar por su lado, y nadie más que Alejandro pareció darse cuenta de cómo Ghost apretaba los dedos sobre su vaso. Tanto que el vidrio comenzó a agrietarse, y tuvo que soltarlo para evitar atraer atención indeseada por romperlo. Lo cierto es que deseaba romper el vaso contra la cara del pobre muchacho. Los celos no entraban en sus características. Era mucho peor que los celos; era posesividad.

Y no tenía ningún sentido ser posesivo con una mujer a la que llevaba medio año sin ver. Y a la que solo trató como una más. Ya hacía tiempo que los sentimientos se salieron de control y ahí estaba la prueba de ello.

Clara cerró la puerta del baño de mujeres con un golpe seco y tomó aire. Toda esta tensión entre ellos era como una ilusión adolescente sacada de una película. Apoyó las manos en el lavabo y se miró al espejo. Había recuperado algo de peso y con la anaranjada luz su piel parecía más morena de lo que en realidad estaba.

Abrió el grifo y se echó agua en la cara. Sus mejillas ardían, no sabía si de furia o de nerviosismo, y sus manos estaban inquietas. Este ni siquiera era el baño en el que empezó todo, y a pesar de ello los recuerdos se reproducían en su mente a toda velocidad. Había perdido la cabeza por completo. Y todo por un hombre.

Tomó una gran bocanada de aire y salió al mesón de nuevo. No estaba. Ni él ni Alejandro o los otros soldados.

Agarró una bayeta para seguir limpiando las mesas que se iban quedando vacías, la humedeció y comenzó con su tarea, hasta que una voz familiar la saludó.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora