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Clara procuró no prestar atención a Ghost, y le prestó tan poca que la pregunta que le hizo se le olvidó en pocas horas, las mismas que tardó en volver a estar en brazos de Johnny.

Volvió a la realidad con un gemido ronco del escocés sobre la superficie de su cuello, notando su salida y entrada entre sus piernas. Su comportamiento adolescente dejaba mucho que desear, pero no iba a renunciar a lo que fuese esto solo por el placer que le proporcionaba.

Una sacudida la catapultó al orgasmo bajo el fornido cuerpo masculino, elevando la cabeza hacia el techo y aguantando las ganas de gritar su nombre en agradecimiento a las sensaciones producidas en su cuerpo. Para que Ghost y cualquiera que estuviera cerca la oyera, para que el teniente supiera que no podía controlarla como a uno de sus soldados.

Ella no era una soldado, era una Vaquera recién llegada al ruedo, y mientras cabalgaba las olas de placer se lo dijo a sí misma. La cuestión era si Soap se dejaría cabalgar por la furia mexicana llamada Clara o la pisotearía al igual que el suelo de un establo.

El temblor y el último vaivén de caderas de Soap le indicó que él también había terminado y obtenido su recompensa. Restregó su áspero vello facial por el cuello de Clara, al haber descubierto que era una de sus zonas más sensibles, observando el enrojecimiento de la piel con una sonrisa. Luego se enderezó y miró a los ojos a la joven, ambos con los iris ennegrecidos gracias a la dilatación de sus pupilas.

— Preciosa —afirmó él besándola en la frente y después en los labios, el segundo beso más parecido a una caricia.

La deslumbrante sonrisa de Clara apareció ante sus palabras, acompañada de suspiros cansados por las acciones recientes. Estuvo abajo todo el tiempo, lo cual no significó mantenerse estática. Nunca fue una estrella de mar en la cama, aunque prefería estar frente a su acompañante para ocultar la piel de su espalda.

— Necesito una ducha —dijo ella queriendo apartarse de la prisión que formaba el cuerpo de Soap sobre el suyo. No pudo debido a que el moreno se dejó caer sobre ella, abrazándola con fuerza—. Johnny...

— Venga, no puedes decir que no estás cómoda.

— No, estoy sudorosa y despeinada. Déjame salir —suplicó ahogada por el gran peso corporal que la apresaba.

— Dame cinco minutos, ¿crees que los hombres somos máquinas?

— Si fuerais maquinas el mundo sería un lugar mejor. ¡Ay! —Exclamó cuando recibió un mordisco en la clavícula. Él suavizó el dolor dejando besos húmedos después.

Podría pasar todo el día con ella debajo, sin enmascarados siniestros al acecho ni recibiendo órdenes de un general con humor de perros por su edad.

— Johnny, necesito irme. Tengo que hablar con Alejandro... —Le acarició la fuerte espalda intentando disuadirlo.

— Te dejaré ir con una condición.

— Vale, puedes mirarme mientras me baño.

— ¿Qué? ¡No voy a hacer eso! No soy un pervertido.

Clara suspiró, el peso de la derrota hacía más presión en ella que el escocés de noventa kilos que no la dejaba salir de la cama. Por sorpresa, Johnny retrocedió y se apoyó en sus rodillas, dejándola libre.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora