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La tensión que tuvo lugar en aquella habitación no pareció disminuir con las horas, y alcanzó su punto más álgido en un bar cualquiera de Las Almas en una noche fresca y veraniega. Los niños jugaban en la plaza hasta tarde y los habitantes de la ciudad charlaban animadamente en cada banco donde se posaba la vista. Clara había echado de menos estas calles y a su gente.

Ir allí empezó como una idea de Alejandro. Él tenía un ritual antes de una misión; unos shots de tequila y una charla jovial bajo unas luces mucho más coloridas que las de la base, acompañada de buena música y una compañía aún mejor.

Y puesto que en unas horas tendría lugar el ataque al Sin Nombre, el coronel quiso ayudar a Clara a distraerse de todo asunto relacionado con las fuerzas especiales esa noche. Vio sus heridas por la mañana en el comedor y no pudo evitar indagar qué le había pasado, pues se sentía culpable de haberla dejado salir sola. Ella le respondió que fue una caída, lo cual no era una mentira del todo, y con eso lo dejó pasar.

Antes del anochecer se presentó en la puerta de su dormitorio con un vestido y unos zapatos de tacón nuevos para ella, y Clara se opuso a una noche de diversión al principio. Alejandro insistió, diciéndole que no le vendría mal volver a la ciudad por unas horas, y terminó aceptando su oferta. Quizá el alcohol despejara su mente de todo fantasma curandero de forma repentina.

Llegó a una plazoleta de Las Almas agarrada del brazo del coronel, más a modo de protección que como apoyo para no caer en el suelo empedrado de la calle. Hacía años que no llevaba zapatos así, y una caída parecía ser su mayor preocupación, la cual pasó a ser insignificante al ver a Soap y al teniente sentados en una mesa al fondo del local. Sin uniforme y sin armas, excepto Ghost que llevaba otra versión de su famosa máscara sin cráneos en relieve. Sólo una tela estampada levantada sobre su nariz que le permitía beber del vaso lleno de un líquido del color de sus ojos a cada pocos minutos.

— ¿Cómo los convenciste de venir a un sitio como este? —cuestionó ella con un susurro al oído a Alejandro.

— Fácil mija, les dije que yo invitaba a la primera ronda. Rudy vendrá más tarde, ¿te importa si voy a saludarlos?

— No hay problema, iré a pedir unas chelas.

— Me conoces bien, Clarita. Estaré contigo en un instante.

Clara sonrió al coronel y se separó de su agarre para dirigirse a la barra. Tomó asiento en un taburete cuyos chirridos se oirían de no ser porque la música ocultaba casi cualquier ruido de volumen inferior a la voz. No tardó en acercarse un barman de pelo canoso y frondoso bigote, y en una de sus manos había un vaso igual al que tenía el teniente en su gran mano. Lleno del mismo líquido. Lo puso delante de ella, el olor a whisky era inconfundible.

— Te vi venir con el coronel Vargas, invita la casa.

— Gracias, pero creo que prefiero empezar con algo más liviano.

Clara y el whisky nunca fueron buena combinación. El ardor del alcohol bajando por su garganta le desagradaba, y le recordaba a cuando Valeria llegaba a casa con su boca desprendiendo ese olor amargo y malhumorada. ¿Seguiría bebiendo eso o habría pasado a beber Moët y Absolut Vodka? Los narcos no se conformaban con alcohol de baja categoría, preferían licores más arriesgados. Era bien sabido por todos.

— Tomaré una michelada, por favor.

— Ahorita mismo.

Ghost no le quitó ojo desde que puso un pie allí. El vestido color sangre que llevaba dejaba poco a la imaginación, y la vista de sus piernas expuestas le provocó tener que tomar unos sorbos a su bebida para que su cerebro se enfocase en la sensación de la quemazón y no en imaginar tener esas piernas sobre sus hombros mientras él empujaba dentro de su cuerpo.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora