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Un quejido de molestia salió de la garganta de Clara por la mañana al moverse las vendas de su espalda y rozarse las heridas con la tela de su ropa. Siseó fijando la mirada al techo, cada músculo de su cuerpo le dolía por la cantidad de movimientos que hizo dormida. Sentía que no había dormido ni un solo minuto.

No podía pasar todo el día en la cama, y tenía que comunicarle a Alejandro su decisión de quedarse allí, así que no había tiempo que perder. Pero primero tenía que comer algo, según le decían sus tripas. Se alisó las ondas castañas y se dio un lavado de cara antes de salir del dormitorio, dirigiéndose hacia las escaleras que bajaban a la entrada del edificio.

Al salir al exterior la luz del sol le dio la bienvenida al mundo real. Alejandro le enseñó dónde estaba la cafetería el día anterior, por lo que llegó allí apenas sin dificultad cruzándose con soldados del coronel que la examinaban de pies a cabeza. Era la nueva en la academia, por así decirlo, y Clara odiaba atraer las miradas prefiriendo pasar desapercibida, sin poder evitarlo estando allí. Y al no tener a Storm a su lado por estar junto a los otros perros de la base, se sentía insegura y desprotegida. Tendría que buscarlo más tarde.

En la cafetería encontró a Alejandro y a Rodolfo juntos en una mesa, apartados del resto ocupándose de sus asuntos. Fue el coronel quien llamó su atención para que tomara asiento con ellos, no sin antes servirse un café en vaso grande y tomar algo de fruta con la que acompañarlo. Preferiblemente fresas, sus favoritas.

— Clarita, ¿has dormido bien?

— Mejor que nunca —mintió fingiendo una sonrisa. Sus ojeras, sin embargo, la delataban. Suerte que los hombres no repararon en eso.

— ¿Segura? Nos conocemos lo suficiente como para andar con rodeos, mija.

Clara sorbió de su café pensando en qué contestar.

— Lo cierto es que decidí salir a dar una vuelta al no poder dormir —musitó escondiendo su cara tras el vaso de papel—. Fui al campo de entrenamiento, pasé un tiempo allí antes de volver a mi habitación.

Obviamente omitió que por poco un enmascarado no le cortó la cabeza para no alarmar a los hombres.

— Es un buen remedio para el insomnio —dijo Rudy curvando sus labios con simpatía hacia ella—. Chica, el coronel y yo estábamos hablando de ti hace unos instantes. Tenemos una propuesta para ti.

Clara levantó una ceja sin poder figurar qué tendrían pensado para ella.

— Cierto. Primero, ¿quieres que tu perro entrene con los soldados al igual que los otros?

Storm en las fuerzas especiales. Nunca se lo habría imaginado. El perro tenía dotes de sobra para encajar con los demás canes, ella y Alejandro lo sabían. Decidió responder tras unos segundos de silencio en la mesa.

— Madres, es una genial idea. Pero, ¿para qué necesitáis a Storm?

— Órale, espera, todavía no hemos acabado —comentó Alejandro deslizando un formulario por la mesa en dirección a Clara —. ¿Te gustaría ser una Vaquera de forma oficial?

Señaló el papel con su cabeza, mostrándole a Clara una sonrisa de complicidad. Ella sintió su barbilla temblar junto a lágrimas amenazantes en sus párpados. Un ligero miedo apareció en su cuerpo, sabiendo lo duros que podían llegar a ser los entrenamientos. Alejandro le había robado las palabras que no se atrevía a decirle. Asintió levemente al coronel, este dándole un bolígrafo con el que rellenar el papel con sus datos.

Era un favor que él le hacía a Clara. Era una buena chica en su opinión, no se la jugaría como Valeria y podría ser útil en la reunión por mucha falta de experiencia que tuviese en combate.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora