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La pelota de Storm golpeaba la pared frente a Clara de forma constante, firme y con apenas unos segundos entre cada choque con el muro.

El perro seguía la trayectoria de la pelota con la cabeza, sus orejas se mantenían alerta esperando a que Clara la lanzase en otra dirección para empezar a jugar. En ese momento él era un espectador del enfado de su dueña, y seguiría siendo un poco más hasta que ella sacara de sus pensamientos al estúpido enmascarado.

— De ti depende que fracase la misión, Clara —imitó la voz grave del hombre con ridiculez, lanzando la pelota cada vez con más fuerza.

Justo cuando iba a golpearla en la cara por el rebote contra la pared, Storm saltó y atrapó el objeto redondo de color rojo con la boca antes de que le hiciera daño.

Ella apartó los brazos que la iban a escudar de la pelota, y miró al perro boquiabierta. Ghost acertó cuando dijo que él la protegería, pero, ¿y cuándo no estuviera él? No se imaginaba una vida sin Storm, ni ahora ni antes de conocer al teniente.

El pastor alemán dejó caer la pelota a los pies de Clara, sus ojos negros fijos en los de su dueña. Agachó la parte delantera de su cuerpo, en posición de estar preparado para jugar, haciendo sonreír a la mexicana.

— Vale chico, nos vendrá bien distraernos un rato.

Clara salió de entre los muros de cemento en los que se refugiaba cuando quería estar sola. Volvió a acudir a la compañía del cielo nocturno y el sonido del viento levantando polvaredas de tierra seca en la zona donde entrenaban Los Vaqueros. La soledad momentánea le calmaba y se sentía mejor comprendida por su perro que por muchas personas de ese lugar.

Pasaran los años que pasaran, Storm sería un aficionado a las pelotas sin importar sus años. Para ella siempre sería un cachorrillo alegre y enérgico.

Sólo la acompañaban el silencio nocturno y las pisadas de Storm por la tierra, levantando ligeras capas de polvo iluminadas por los focos de la zona. Era una iluminación bastante exagerada, Clara se sentía más en un campo de fútbol que en una pista de entrenamiento. Volvió a lanzar la pelota, pero Storm no fue a por ella con la energía que rebosaba hasta hace unos segundos.

El teniente despertó de su escaso descanso entre suspiros ahogados y un sudor frío recorriendo su columna. Las pesadillas eran frecuentes en su trabajo y en su vida diaria, aunque había algunos meses en los que eran más frecuentes. Su última racha lo estaba derrotando a pasos agigantados. Su mente se esforzaba en recordarle una y otra vez cada una de las torturas que sufrió años atrás en México. Le echaba la culpa a volver a ese país, cuando se juró a sí mismo que no volvería a hacerlo.

La de esa noche no fue como las demás. No, las otras no lo dejaban sintiendo el calor las manos de los que abusaron de él en aquel agujero de tierra, entre barrotes oxidados y el sonido de finas gotas colándose por pequeños agujeros creando un sonido repetitivo e infernal hasta que sus oídos eran capaces de ignorarlo.

Necesitaba aire. En la soledad de su habitación no volvería a conciliar el sueño. Salió de la incómoda cama, poniéndose en primer lugar la máscara con el cráneo cosido en lugar de la sencilla balaclava estampada que usaba para dormir, y se puso su chaqueta antes de salir de esas cuatro paredes.

Él llegó mucho antes que Clara al campo de tiro, y pudo recostarse contra el frío metal de un contenedor sin nadie que lo molestara. El peso de la cajetilla de tabaco que llevaba en uno de sus bolsillos lo llamaba a gritos. Llevaba toda su vida diciendo que dejaría de fumar cuando quisiera, pero cada cigarrillo sólo le hacía darse más asco a sí mismo por las similitudes con el desgraciado que fue su padre. Las marcas de cigarrillos hechas por él estampadas por su piel se lo recordaban.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora