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Ghost contempló el sol subiendo en el cielo de Las Almas con toda la serenidad que pudo aparentar. Sería su último amanecer en México si todo iba bien, pero parecía que se llevaría en su mente equipaje adicional gracias a las hermanas Garza y su enfrentamiento en la mansión del Sin Nombre.

No había vuelto a ver a Clara rondando la zona, y temía que fuese porque no quisiese salir de su dormitorio por evitar verle a él. En lo más hondo de su ser, le dolía que la joven huyera después de lo que habían compartido aquella noche. Él fue el primero que cedió a la tentación por sacar de su sistema todo lo relacionado con Clara, y había caído en una trampa de la que le costaría escapar si no se iba pronto de México.

Y aunque no lo supiera, ella sentía ese mismo dolor en sus entrañas. Estaba harta de ser débil y dejarse pisotear por Valeria cada vez que se encontraban. Y, decidida a dejar de hacer el ridículo, se quedó entre las cuatro paredes de su dormitorio con unos pocos rayos de luz entrando por la ventana y el sonido de su respiración como melodía hipnótica.

Si sus vidas eran tan parecidas, ¿por qué eran polos completamente opuestos el uno del otro? Quizá era que
Simon solo era capaz de ver la luz en los demás y no en sí mismo, o quizá porque en países lejanos donde había estado de misión toda su vida se referían a él como el señor de la muerte por su letalidad y su sangre fría en el campo.

Él primer soplo de aire fresco de la mañana erizó los pálidos vellos de sus fornidos brazos bajo las gruesas capas de ropa. Llevaba divagando desde que interrogaron a Valeria en aquel contenedor y esta intentó evadir las preguntas con más cuestiones sobre qué hacía Clara allí y cómo conseguían que no llorase cuando le hablaban.

— Las Almas necesita soldados, y Clara es de las mejores que tengo, así que deja tu envidia atrás y contesta a Graves —exigió Alejandro con voz profunda e imponente, más Valeria no reculó ni un milímetro en su silla oxidada.

Clara no era un soldado. Había sido entrenada y enseñada a disparar como una, pero no estaba en sus genes. Ella era una mujer caritativa que daba su vida por los demás y que amaba su trabajo en el orfanato por muchas horas que tuviese que pasar allí. Ghost no sabía nada de su pasado ni de cómo era su vida antes de llegar a las Fuerzas Especiales Mexicanas, y aun así, sintió que la conocía más que nadie. Debían de ser imaginaciones suyas, pues no era posible conocer a alguien solo por pasar una noche de pasión juntos.

Sacó la cajetilla del bolsillo de su chaleco, pero no saco uno de esos tubos cancerígenos que antes lo calmaban. No había fumado desde aquella noche, y le echaba la culpa a que había encontrado una adición mas poderosa que cualquier droga. Y esa era Clara. Uno de los motivos por los que la aceptó en su cama fue para intentar pasar página, sin éxito. La chica se había quedado estampada en su piel como una maldición, y temía no olvidarla incluso cuando estuviera en Washington D.C. Guardó la caja y apretó los puños cruzados a su espalda. La vida volvía a burlarse de él una vez más. Ya ni recordaba cómo se sentía estar en paz.

— Ghost, salimos en cinco.

— Recibido, coronel —replicó con la voz seca resultado de una noche de insomnio habitual.

Alejandro pasó por su lado y fue a los hangares para asegurarse que todo iba bien antes de ir al golfo de México a la que seria la última misión junto a los mercenarios americanos y con dos integrantes de la 141.

Ghost echó un último vistazo al edificio donde estaba el dormitorio de la chica y subió al avión con destino a la costa. Todavía le resultaba difícil creer que podría haber confiado en ella y no iba a hacerlo para no abrir un agujero en su coraza irrompible. «Nunca esperes nada de nadie», le dijo Price en una ocasión. Por eso nadie esperaba nada de él. Un trato justo por un precio demasiado alto. Un contribuyente más a su soledad.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora