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— ¡Ghost!

— ¡Soap!

El teniente cargó el fusil de francotirador con rapidez y lo apoyó contra la cornisa del rascacielos. Encontró al sargento sujeto por el terrorista Hassan Zyani, a punto de ser lanzado por las ventanas ahora rotas del piso cuarenta. Su sangre se heló al instante. Disponía de un solo tiro para salvar a Johnny, y aunque no era la primera vez que estaba en esta situación, la adrenalina corría por su torrente sanguíneo de igual manera. Por suerte, su pulso siempre fue estable y no tenía problemas en estas situaciones.

Entonces, ¿por qué le temblaba la parte superior del cuerpo como si no fuera más que un simple cadete? Era una sensación completamente desconocida hasta la fecha y que no le gustaba ni lo mas mínimo. Solo podía haber una razón por la que su cuerpo manifestase esos síntomas de inquietud. Y esa razón tenía nombre.

Clara. No la veía desde que se la llevaron al hospital debatiéndose entre la vida y la muerte y no había dejado de preocuparse por ella desde entonces por mucho que no deseara hacerlo. Joder, era ridículo. Un teniente con los suficientes años cautivado por una novata; había caído demasiado bajo.

Sacudió a la atrayente chica de su cabeza y puso su dedo en el gatillo. La vida de Soap pendía de un hilo y no había tiempo para andar pensando en ella. Efectuó el disparo a la vez que Hassan arrastraba a su compañero al filo de la ventana.

Solo se oyó el eco en los alrededores.

Soap tan solo tuvo tiempo para ver su cráneo siendo perforado y su cuerpo inerte cayendo antes de caer él también al suelo. Sus piernas temblaban más de lo que le gustaría admitir, y el vaho de su aliento se fundía con el frío aire de las alturas de Chicago. Todo había acabado.

Tomó aire y activó sus comunicaciones.

— Buen disparo, teniente.

— Buen trabajo, sargento —respondió su superior mucho más calmado, con más ganas que nunca de volver a poner un cigarrillo entre sus labios. Y una copa, a ser posible.

//

Desde un banco solitario de la plaza central de Las Almas, Clara buscaba entre los contactos de su móvil barato el del coronel, para darle su adiós y agradecerle todo lo que había hecho por ella. Dudó de si pulsar el botón de la llamada, pasando el dedo por la pantalla muy indecisa.

No se le daban bien las despedidas, y más cuando involucraban a seres queridos. El coronel lo era, al igual que muchos de esos soldados que había conocido durante su estancia en la base. No olvidaría la ayuda que Rodolfo le había proporcionado con el pastor alemán. Y tampoco olvidaría a esos dos hombres que habían cambiado su vida por completo.

Pulsó el icono verde en cuanto los británicos aparecieron en su mente. No debería acordarse de ellos, puesto que ni siquiera se despidieron ni la visitaron en el hospital los días que allí pasó. No se merecían que les dedicara ni un minuto en su hiperactiva mente. Alejandro no tardó en contestar.

— ¿Diga?

— Alejandro, soy Clara —carraspeó y tragó duro para intentar bajar el nudo en su garganta.

— ¿Clara? ¿Saliste ya del hospital? Siento no haber vuelto, hemos estado muy ocupados en la base.

— Lo entiendo, estoy bien. Gracias por preocuparte. De hecho, quería hablar contigo.

— Adelante —respondió con su voz rasposa.

Hubo unos segundos eternos de silencio en la línea para ella, que se había quedado muda y no era capaz de mediar palabra. Antes de que pudiera añadir nada, el coronel tomó la palabra.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora