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—Te esperé con impaciencia, incluso creí que me volvería loco de pensar que no volvería a tener esos preciosos ojos frente a mí. — le susurró Davut al oído, encendiendo de nuevo su cuerpo y erizando su piel. Ambos eran tan jóvenes y tontos, que no estaban siendo conscientes del gran pecado que estaban cometiendo.

El castigo, si llegasen a ser descubiertos, era la muerte.

Ambos se fundieron en otro beso apasionado hasta que Mâhıdevran salió del baño de espuma y fue en busca de sus ropas.

—Soy una sultana del imperio otomano, por lo que siempre estoy ocupada. Deberás ser un bey paciente, porque en este juego yo soy el sultán del mundo. —Davut se deleitaba con su desnudez y la delicadeza de sus movimientos, la manera en que las marcas rojizas resaltaba su piel era único, un premio nunca antes visto para un hombre que tuvo muchas admiradoras.

Pero Mâhıdevran era una perla bien resguardada: su piel era tan tersa y suave como la de un bebé, no tenía las manos resecas, ni los pies lacerados. A pesar de tener entrenamientos casi a diario, tenía tantos cuidados que resultaba difícil creer que fuera una guerrera. A los ojos del bey ella era simplemente magnífica.

Se puso de pie y se acercó a ella, de manera dominante y posesiva, porque para él Mâhıdevran ya era su esposa, y ningún otro hombre podría siquiera mirarla sin sufrir la ira de su espada.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo es que me hechizaste de repente? —besó su mejilla con ternura, lo cual la desconcertó. A pesar de que ella era pequeña y delgada, y Davut muy grande, alto y esbelto, siempre fue un súbdito más a sus ojos. El amor no estaba entre sus planes, y aunque ella notaba un comportamiento muy romántico de su parte, pensó que jamás se atrevería a sobrepasar la línea con ella, involucrando el amor—. Te has apoderado de mis pensamientos, sultana de la belleza. Cada que despierto, recuerdo su voz y es la única manera que consigo que mi corazón palpite. Me ofrezco a usted por completo, con la única petición de que me permita entrar en su corazón y no me abandone jamás.

Mâhıdevran lo observó, muy asustada por sus sentimientos. Permitirse ser tan vulnerable como Gheverhan no le agradaba en lo absoluto, pero tampoco le agradaba la idea de que llegara otra mujer y le arrebatara al bey como ella lo haría con Aytaç.

—Te veré el próximo jueves, Davut Bey.

—Mâhıdevran... —sujetó su mano. Con el corazón en la boca y unas terribles ganas de arrodillarse ante ella, rezó a Allah para que ella lo considerara digno.

—No se sobrepase, Bey, recuerde que frente a usted está la sultana de la dinastía más poderosa de todos los tiempos.

—No se sobrepase, Bey, recuerde que frente a usted está la sultana de la dinastía más poderosa de todos los tiempos

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En cuanto la señorita Aygün tuvo a su hija en frente le propinó una cachetada tan fuerte que le reventó el labio. La ira la consumía por dentro, y de no ser sangre de su sangre ya la habría ahorcado con sus propias manos. Pelear con su hermana a muerte por una criada no era gran cosa, pero por un paşa era lo suficientemente grave como para que corriera sangre por los pasillos del palacio.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora