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—¡Atención! ¡La sultana Mâhıdevran! —La sultana salía del harén del príncipe Süleyman, tras darle el pésame a su criada Gülbahar por la muerte del pequeño príncipe Ahmed. Se suponía que el sultán y su hija habían llegado a Manisa para nombrar y celebrar el nacimiento del hijo del príncipe de la corona, pero lamentablemente falleció días antes de su llegada a causa de un terrible descuido de las criadas.

Su intención era encontrarse con Hafsa para regocijarse por su pérdida, pero alcanzó a divisar una melena rojiza y entendió inmediatamente que esa era la mujer que tanta curiosidad le causaba.

—Aleksandra ¿No es así? —la criada volteó de inmediato. A Mâhıdevran le pareció una mujer preciosa, tan bella y exótica como su rival Gülbahar, actual favorita del príncipe. Esta última era tan cercana a Hafsa, que fue imposible hablar con ella para convencerla de que siguiera sus órdenes.

—Si, sultana. —respondió la criada de manera educada.

—Quería conocerte personalmente, he escuchado algunas cosas sobre ti que me han llamado mucho la atención. Eres una mujer preciosa.

—Usted también es muy hermosa, sultana.

—Eres inteligente, bella y valiente: las cualidades que conforman a una mujer otomana. Quién sabe, quizá algún día puedas dejar de ser una esclava y convertirte en favorita. Sin embargo, he escuchado que también tienes poderosos enemigos, y no me refiero solo a Gülbahar, sino también a Hafsa. He luchado contra ella durante años, puedo brindarte protección a cambio de tu lealtad.

La criada escuchó atentamente, aunque sabía las intenciones de la sultana para acabar con la vida de su hermano el príncipe, el cual era su objetivo.

—Discúlpeme, sultana, pero mi lealtad y corazón están con el príncipe Süleyman. Él es mi refugio y mi escudo, no necesito a nadie más —sonrió—. Estoy al tanto de sus intenciones, y solo me queda decirle que no permitiré que le suceda nada al príncipe. De igual modo, usted acaba de cometer el error de revelarme sus intenciones, imagínese dónde el sultán se enterase.

Dicho esto, la criada rusa hizo una reverencia y se marchó, entendiendo que el verdadero enemigo era la mujer a quién acababa de amenazar. 

—¡Madre! —Üveys corrió a los brazos de Nilüfer y la abrazó con fuerza, arrebatándole un quejido

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—¡Madre! —Üveys corrió a los brazos de Nilüfer y la abrazó con fuerza, arrebatándole un quejido.

—¿Qué sucede, mi príncipe? Casi me dejas sin aliento.

—Al fin el sultán me ha asignado la provincia de Konya, madre, por fin soy digno de llamarme príncipe otomano. Nos mudaremos pronto, y tú serás la mujer más poderosa de Konya. —expresó un muy contento príncipe.

—Hijo mío, Üveys, esto va más allá del poder y los títulos; por fin seremos libres. Nos iremos lejos de este palacio y de nuestros enemigos, viviremos en paz y tranquilidad en nuestro propio hogar. Para mí no hay nada más importante que mi único hijo.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora