38: Davut

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Ankara, se encontraba en uno de sus mejores momentos gracias a la administración de cierto paşa, quién siguiendo las sugerencias de sus mentores, se estaba destacando como gobernador. El valiato prosperaba, principalmente gracias a sus cuarteles de Jenízaros, quienes se estaban preparando para la próxima campaña del sultán.

A Davut le agradaba el proceso que estaba viviendo en el valiato, puesto que se había esmerado bastante en ser el mejor. Refugiarse en el trabajo lo ayudaba a disuadir sus problemas emocionales: por un lado, el amor de su vida no contestaba ninguna de sus correspondencias, y por otro lado estaba Esvet, quién a pesar del poco trato que tenía con su esposo se había enamorado de este.

Los últimos días había estado teniendo pensamientos horribles, sobre todo quería morir para no seguir sufriendo.

—Puedes pasar, Kahraman. —dijo en cuanto escuchó el llamado tras la puerta. Se trataba de uno de sus hombres leales, por lo que agradeció en su mente la compañía, puesto que de haber seguido en la soledad de su despacho, se habría deprimido.

—Paşa, traigo importantes noticias: El Kan de Crimea fue asesinado en su propia tienda de campaña.

Davut lo observó anonadado.

—¿Qué dices? ¿Estás seguro?

—Sí, paşa. Aquí tengo la carta del embajador de Crimea Uzbeg Cemal. En ella narra lo sucedido —Davut recibió el papel el inmediatamente lo leyó—. Los Nogais están persiguiendo al pueblo de Crimea desde que asesinaron a Mehmed l Giray. Las personas claman por la protección del sultán.

El Khan había sido brutalmente asesinado hacía aproximadamente diez días atrás, al igual que su hijo y Kalgay del valiato: Bahadur, a quién le cortaron manos y pies y posterior a ello, colgaron a un árbol cerca de la tienda dónde falleció su padre para que se desangrara.

Era evidente que había sido traicionado, y debía investigar ese asunto.

Davut depositó la carta en su escritorio y suspiró. Ya se encontraba bastante tenso por la problemática con los persas, y ahora debía pensar en una posible guerra contra los Nogais.

—Trae a un mensajero de inmediato. Su majestad debe actuar rápidamente. —Kahraman acató la orden y se dirigió a la salida, en dónde por poco se tropieza con la esposa del paşa.

Esta llegaba con una bandeja en sus manos, pues al notar la ausencia de Davut decidió ir a buscarlo. A pesar de que vivián bajo el mismo techo, eran muy pocas las veces en que se cruzaban sus caminos.

—Esposo, toma una pausa del trabajo y bebe un poco de té. Ten cuidado al tomarlo porque aún está hirviendo —sugirió con una sonrisa.

Al ver la humeante taza de té frente a él, y sentir cómo sus fosas nasales se inundaban de tan agradable aroma, no tuvo más opción que obedecer. Sonrió a su esposa como gesto de agradecimiento y empezó a beber.

—¿Cómo están los niños? —preguntó Davut, recordando que cumplía tres días sin ver a los gemelos. Por supuesto que desaprobaba tal comportamiento, pues era consciente que sus hijos no lo amarían si permitía que crecieran con un padre ausente, sin embargo, tenía ambiciosos planes para un futuro cercano, así que no podía invertir tanto tiempo a su familia como antes.

—Descansando en sus cunas. Hoy cuidó de ellos madre Efsun mientras fui al mercado —se detuvo tras él y apoyó sus manos en los hombros de su esposo, masajeando suavemente sus hombros y espalda mientras él se relajaba por primera vez en todo el día—. Vi cunas muy bonitas en la tienda de Ahmad bey, así que compré algunas cosas más para remodelar la habitación de los niños. Me preguntaba si mañana podrías tomarte el día y acompañarme.

A pesar de lo agradable que se sentía tener un par de manos suaves y cálidas en su espalda, Davut se agobiaba cada vez que ella le sonreía o le daba un gesto de compasión; sin embargo no la apartaba, pues no quería arruinar sus ilusiones. Llevaban casi un mes compartiendo aposentos, lo que le dio esperanzas a la joven Esvet, quién decidió usar todos sus encantos y recursos a su disposición para ganar el corazón de su esposo.

—Trataré de terminar el trabajo esta noche, pero no lo garantizo. Los problemas fluyen como el agua por estos días—se puso de pie y empezó a recoger los papeles sobre su escritorio, pues ese mismo día recibiría a su suegro de visita y no quería que el despacho se viera sucio—. Hace rato escuché el relinchar de unos caballos afuera ¿Ya ha llegado tu padre?

—Aún no ¿Estás seguro que escuchaste bien? Afuera está en calma como de costumbre.

Davut se sintió confundido, y lamentó no haber dejado de lado el trabajo para ver de dónde provenía ese ruido. Aún así continuó con sus deberes, devolviéndole la taza de té a su esposa aún sin terminar.

—Ya puedes retirarte, Esvet. Continuaré trabajando.

—Primero termina tu té, esposo, el imperio no desaparecerá si descansas unos minutos.

—No insistas, Esvet. Solo obedéceme.

La joven se preparaba para responderle a Davut cuando de repente escucharon cuatro golpes a través de la pared. Ambos se sobresaltaron, y posteriormente compartieron una mirada corta y suspicaz. Se escucharon de nuevo los golpes y entonces Davut se dispuso a investigar. A través de la ventana no se divisaban anormalidades, por lo que lo confundió aún más.

Entonces decidió que era hora de salir a investigar.

—Iré a investigar. No te muevas de aquí.

Caminó velozmente en dirección a la entrada, y luego giró a la izquierda rodeando la edificación. Sospechaba que algo no estaba bien, pues los golpes no sonaron como simples golpeteos provocados por animales.

Luego de atravesar las caballerizas llegó al fin a la parte trasera de su despacho y ahí divisó a un hombre tumbado bajo la ventana, de apariencia desaliñada y escuálido. Sacó su daga, mirando con cautela a su alrededor y se acercó lentamente.

—Mesut... Soy Mesut Bey... —musitó el hombre. Lentamente levantó la cabeza, pues le costaba, y cuando su rostro quedó al descubierto fue reconocido.

—¿Davut? —Esvet apareció de repente, avanzando con cautela.

—Ayúdame a levantarlo —su esposa obedeció—. Ve a buscar ayuda, y dile a los ağas que traigan a Kahraman de inmediato. Luego irás con tus hijos y no saldrás de los aposentos hasta que yo lo ordene ¿entendiste?

Aunque estaba asustada y dubitativa, ella asintió con la cabeza.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora