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—¡Atención! ¡Su majestad, el príncipe Süleyman! —Aygün observaba desde el balcón de sus aposentos la llegada del príncipe de la corona. La familia real lo esperaba frente a las puertas para darle una cálida bienvenida, no solo al príncipe, sino también a Hafsa hatun y la sultana Hatice.

—Veo que nuestros esfuerzos empiezan a dar frutos —comentó la sultana, mientras observaba a la señorita Fulane, su criada y madre del príncipe Mahmud—. Hatica, tráeme a esa mujer de inmediato. Ahora que he regresado al palacio del sultán, no perderé ni un segundo hasta ver muertos a mis enemigos.

Mientras tanto, el príncipe Süleyman abrazaba con fuerza a sus hermanos, a quienes había extrañado muchísimo.

—Que este matrimonio te traiga felicidad, mi amada hermana —le dijo a Beyhan, quien recientemente contrajo nupcias con Ferhad —. Felicidades, hermana querida, soy afortunado de tener tanta belleza ante mis ojos. —le dijo a Şehrazad, mientras sostenía en sus brazos a la pequeña sultana Duygu.

—Süleyman, hermano mío, me harías muy feliz si vinieras a mi palacio a visitarnos.

—Ten por seguro que lo haré, hermana mía —volteó para continuar saludando a su familia—. Gheverhan, eres tan hermosa que la luna muere de envidia cada noche. Me enteré que estuviste enferma ¿quedaste con alguna molestia?

—No, hermano, gracias a Allah pude recuperarme por completo.

—Entremos al palacio, estamos agotados por el viaje y mi príncipe debe saludar a su majestad. —Hafsa se regocijaba de gozo al saber que su hijo dirigiría el imperio durante la guerra.

La primera noche desde la partida del sultán, los problemas no se hicieron esperar, puesto que el tener a las cuatro favoritas reunidas era un mal presagio, o al menos eso se murmuraba entre los sirvientes del palacio. Aquellos sirvientes que habían buscado refugio en la señorita Aygün, regresaban del lado de Hafsa, pues tenía una poderosa carta a su favor.

—Acércate, señorita Fulane, déjame conocer al príncipe Mahmud —ordenó Aygün; se encontraba tomando aire en el jardín, después de una tensa semana sin la presencia del sultán—. Eres muy afortunada, señorita, has dado a luz a un príncipe.

—Así es, su padre y yo estamos muy orgullosos de nuestro hijo. —respondió la joven llena de gozo. A ella le incomodó su respuesta: no estaba segura si fue su entusiasmo o el hecho de que olvidara a quién servía. Detalló de pies a cabeza a la joven, a quién no consideraba una favorita. No era digna de tal título, pues era una ingenua que se arrastraba ante Hafsa.

—Siéntate a mi lado, conversemos un rato. Ya que hace mucho no estamos en contacto, supongo que tienes tanto tema por hablar hasta que me aburras ¿no es así, señorita Fulane?

—Hatun, yo...

—Has estado ocupada en los aposentos del príncipe, ya lo sé, yo te envié ahí ¿recuerdas? —la señorita empezaba a ponerse nerviosa, y solo deseaba tener de nuevo a su hijo junto a ella—. Recuerdo que me hiciste una promesa, la cual dejaste de cumplir pocos meses después del nacimiento de tu hijo —se puso de pie, aún con el niño en brazos, y caminó alrededor mientras jugaba con el pequeño. Más que pasar tiempo con el niño, disfrutaba ver la angustia de su madre—. Déjame pensar cual será tu castigo, porque esto no se quedará así ¿verdad, Mahmud?

—Por favor perdóneme, no le haga daño a mi hijo —suplicó la señorita—. El príncipe me ha dado mucho dinero, le daré el doble esta noche si así lo desea.

Aygün torció los ojos y luego se rio, pensando en que aquella jovencita jamás sería tan rica como ella ni, aunque volviera a nacer. Todos en el palacio le temían, casi tanto como a Hafsa, por lo que debía pelear el doble si quería acabar con sus enemigos.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora