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En cuanto Mâhıdevran bajó del caballo, sintió una alentadora sensación recorrer su cuerpo; como si se estuviese en medio de las llamas, pero estas no hicieran más que cosquillas, dejando una agradable y reconfortante sensación que, al pasar por su piel, relajaba cada músculo.

Aunque el viaje no fue complicado, ella lo sintió agotador, puesto que solo podía pensar en regresar con su familia.

Y ahí estaba: una vez más frente a la hermana que más quería, quién la esperaba con el rostro cubierto de lágrimas y un séquito de súbditos tras ella, esperando poder atender las necesidades de los recién llegados.

Şehrazad la recibió con el abrazo más fuerte que sus delgados brazos le permitieron. A pesar de su embarazo, ella había perdido mucho peso debido a la angustia y el desconsuelo de saber que su familia estaba lejos y en pésimas condiciones, por lo que se estaba reflejando en su cuerpo desde hacía varias semanas.

La conexión entre las hermanas era bastante fuerte desde muy temprana edad: a pesar de que al principio hubo una que otra discusión, ellas eran inseparables y la confianza que había era tan sólida como los muros del Topkapı.

—Hermana... hermanita —lloriqueó. Su corazón sentía un enorme alivio de sentir el calor de su cuerpo de nuevo bajo su abrazo. Eran tantas y tan intensas las emociones de Şehrazad que se reflejó en el bebé, quién lanzó una patada—. Allah ha sido bueno y misericordioso al traerlos de regreso. ¿Dónde está Merzif? —Mâhıdevran le explicó que el paşa se había quedado para ordenar los asuntos de la ejecución de Emirhan, por lo que ella partió primero junto a su hijo—. Está bien, vamos adentro para que puedan hablar con los doctores.

A pesar de saber que ya estaba a salvo, Mâhıdevran no podía deshacerse de una incómoda sensación de peligro que la había estado acompañando durante su viaje a la capital. Se decía así misma que era consecuencia de los infernales días que vivió bajo el yugo de Emirhan, y que poco a poco iba a sanar. Olvidar el pasado era lo que más añoraba en ese momento; poder retomar su vida junto a las personas que amaba era ahora su prioridad.

Le costó entregar a su hijo a los doctores para que lo revisaran. Durante todo el trayecto cargó a su hijo en el pecho, y se sintió plena al ver que el niño descansaba plácidamente. De vez en cuando le echaba un vistazo, pues le gustaba mirar sus regordetes cachetes mientras dormía.

El pequeño Şahanşah había heredado las pestañas de su padre, las cuales sobresalen en su tez blanca y le daban un mayor toque angelical. Era tan solo un bebé y no dimensionaba la gran cantidad de sensaciones que le ocasiona a su madre, quién muchas veces sentía que se ahogaba en amor.

Estar de regreso, luego de más de dos meses de viaje, lo sintió reconfortante, por lo que no tardó en relajarse y descansar. Los sirvientes se quedaban anonadados al verla pasar puesto que las noticias viajan rápido, sobre todo las desalentadoras.

Veinticuatro horas pasaron desde la llegada de la sultana al palacio del gran vizir. Ahora la familia se encontraba reunida, disfrutando de un agradable atardecer en el jardín, pues los niños correteaban por todos lados mientras jugaban con caballos de madera.

—Şehrazad, ¿Por qué tengo una orden del sultán para visitarlo? —A su hermana se le heló la sangre, puesto que había olvidado por completo el asunto con su hermano Süleyman. Estaba tan asustada y desconsolada que dijo cosas que no debía, lanzó acusaciones que no le conciernen, y ahora su hermana iba a tener que enfrentar tal situación—. No le habrás mencionado el asunto con Emirhan ¿o sí?

—Mâhıdevran, te lo suplico: perdóname. Estaba preocupada, sola y angustiada. Ustedes se marcharon, dejándome en medio de la incertidumbre y yo... no sabía a quién más recurrir.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora