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—¡Tú nunca serás una sultana! —gritó enfurecida la sultana Gülbahar, completamente poseída por la ira.

—Puede pensar lo que quiera, Gülbahar, pero le acabo de dar un príncipe al sultán y, como está estipulado en las normas, también se me debe considerar una sultana. —Las peleas cada vez eran más frecuentes y la mayoría de veces era la madre del príncipe Mustafá quién las iniciaba. Se sentía sola, rechazada y humillada. Desde que la señorita Hürrem llegó al harén de su majestad, las criadas no dejaban de murmurar que había sido reemplazada, y eso la quemaba por dentro, pues amaba al sultán con fervor y no concebía que su amor ya no fuese correspondido.

—¡No eres más que una serpiente!

—¿A qué se debe este escándalo? —interrumpió la sultana Nur—. Creí que se trataba de las criadas cuando escuché sus gritos, señorita Gülbahar. Así no se comporta la madre de un príncipe.

—Sultana, por favor discúlpeme...

—Silencio. Váyanse a sus aposentos de inmediato. —ambas le obedecieron. Nur las miró con lástima mientras caminaban y suspiró.

La vida en el harén era terrible, casi un infierno. A su parecer, competir contra casi cien mujeres igual de hermosas e inteligentes para ser la esclava de un hombre cruel y mujeriego debería ser prohibido y penalizado por la ley.

En el pasillo se encontró al gran visir, quién la acompañó hasta sus aposentos mientras trataban asuntos importantes.

En el lugar encontró a su hijo Siyavuş, durmiendo plácidamente fuera de su cama. La criada le explicó que lo venció el sueño esperando a su madre. Ella se sintió conmovida y tuvo intenciones de despertarlo para anunciar su llegada, pero sintió que algo empezaba a mojar la tela de su vestido.

—Gevher...

—Dígame, sultana.

—Con mucha calma y discreción, ve y diles a las parteras que se preparen porque voy a tener al bebé. No quiero que corras o llames la atención ¿de acuerdo? —ella sintió, aunque estaba muy sorprendida—. Y llama a otra criada para que se lleve a mi hijo a sus aposentos. No interrumpiré su descanso.

Las contracciones empezaban a incrementar la intensidad, haciéndola sudar y retorcer del dolor. Procuró mantenerse en silencio tanto como pudo, pero el tiempo pasaba demasiado lento y ya no era capaz de contener los lamentos. Sus gritos eran horribles, lloraba y sufría demasiado.

Pasadas varias horas, Ahmed ağa recibió a su primera hija en brazos. Era una niña robusta y colorada, que no paraba de sacudir los brazos, como si estuviera acorralada en medio de una guerra.

Lamentablemente la sultana Nur se encontraba muy débil por la pérdida de tanta sangre y se desmayó antes de que pudiera echarle un vistazo a su hija.

—Tu eres mi pequeño milagro, hijita —murmuraba Ahmed a su pequeña, quién por fin se había calmado al estar en contacto con el calor de la piel de su padre—. Tu eres mi destino, así como tu madre cuando llegó a iluminar mi vida. Tú eres mi Kadar, mi pequeña Kadar, mi amada Kadar.

(...)

—Bienvenido, Oğuz efendi —lo recibió Damat Ferhad paşa, esposo de la sultana Beyhan y actual Beylerbey de la provincia de Sivas—. Ya que estamos completos, no hagamos esperar más a nuestros amigos.

Oğuz había viajado en compañía de Yahya efendi y algunos hombres para garantizar su seguridad durante el viaje. A pesar de que cada vez eran más los seguidores de la rebelión, ellos no bajaban la guardia.

—Debido a que nuestra reunión debe mantenerse en secreto, se hospedará con un amigo muy cercano, el cual tiene mi completa confianza. Los llevaré ahí para que puedan descansar y hablaremos mañana temprano si les parece.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora