TERCERA PARTE

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—¿Qué fue lo que sucedió, Mesut? Te creía muerto. —inquirió Davut durante el camino.

El hombre estaba tan débil que arrastraba los pies. También hervía en fiebre, y empezaba a desvariar.

Mesut se encontraba en una situación crítica, y Davut lo sabía. Por más que anhelaba escuchar lo que tenía por decir, debía dejarlo descansar y bajo los cuidados del médico, solo así podrían ayudarse mutuamente.

Con ayuda de Kahraman, dejaron al hombre sobre el lecho e inmediatamente se apartaron para que el médico lo atendiera.

—La corona... la corona viene con la muerte. No habrá un mañana para los rojos. No habrá un nuevo amanecer...

—¿De qué está hablando este hombre, paşa? —inquirió Kahraman.

—No tengo idea. Llegó ardiendo en fiebre y en estado de obnubilación. A estas alturas me cuesta comprender lo que dice —Entonces apareció Öztürk Demir efendi, quién era el encargado de proteger a la familia del paşa, informando que tenía importantes visitas y era solicitado por su esposa en el salón principal—. Tengo fuertes sospechas de que este hombre es buscado por enemigos que también podrían ser nuestros, así que por ningún motivo permitas que alguien entre o salga de esta habitación hasta que yo lo ordene ¿Entendido? —Kahraman asintió—. Una criada se encargará de proveer al médico de lo que necesite, pero traten de ser precavidos.

Dicho esto Davut cerró la puerta y avanzó junto a Demir efendi hacia el salón. Por fortuna, los aposentos para invitados se encontraban en una zona bastante apartada de las habitaciones principales, por lo que el paşa tenía fe en que, Allah mediante, todo saldría bien.

Al llegar, su esposa fue la primera en recibirlo con una sonrisa. Aunque le dedicó una mirada sugestiva, procuró ser discreta, acto que Davut agradeció.

La familia de Esvet se encontraba de visita, quienes para ese entonces estaban embelesados consintiendo a sus nietos Boran y Rağıp.

—Bienvenidos, suegros. Que felicidad recibirlos esta tarde.

—Pronto tendremos un viaje a Sicilia y no quería irme sin ver a mis preciosos bebés —respondió la señora Anna Cecilia, madre de Esvet—. Es una lástima que no puedan venir con nosotros. Me gustaría que viviéramos todos juntos.

—Madre, recuerda que el sultán confía en Davut para este trabajo. No podemos defraudarlo. —musitó la joven Esvet, quién estaba sentada junto a su suegra Efsun.

—Vamos a hablar en tu despacho, Davut. Dejemos que las mujeres se pongan al día. —Solicitó Eraso Carusso, padre de Esvet, pues tenía asuntos importantes que tratar con el paşa.

Al oír esto, Esvet rechistó.

—¿Pero qué es lo que sucede? ¿Desde cuando el trabajo es más importante que la familia? —la joven expresó su desaprobación y agarró del brazo a su padre. Ella era consciente de las circunstancias en las que se llevó a cabo su matrimonio, sabía que su padre tenía intenciones de importunar a Davut, y aquello era algo que no permitiría—. Por favor, padre, dejemos el trabajo de lado y sentémonos a compartir una taza de café. Los niños echan mucho de menos a sus abuelos, y si soy honesta yo también.

—Nuestra hija tiene razón, Eraso. Mejor ven a ver a Rağıp, tu nieto ya ha empezado a dar sus primeros pasos. —ante la insistencia de las mujeres, Eraso hizo caso y fue a sentarse junto a sus esposa, no sin antes dedicarle un mirada de advertencia a su yerno.

Davut lo detestaba. No solo por el hecho de que provocó que se casara bajo una amenaza, sino que también conocía la clase de hombre que era. Eraso Carusso era un adinerado comerciante proveniente de Italia, quién poseía bastas tierras en dónde cultivaba diferentes tipos de alimentos, los cuales exportaba hacía el imperio otomano y muchos de sus estados vasallos. Sin embargo, esta solo era una cara de la historia.

Eraso Carusso estaba involucrado en asuntos que, hasta el momento, no se le habían revelado por cuestiones de seguridad. Davut sospechaba que financiaba algún tipo de guerra, pues el hombre tenía mucha influencia en varios imperios, pero era algo que recientemente estaba investigando junto a Kahraman. En varias ocasiones, Eraso ordenó a Davut que facilitara el paso de su mercancía hacía la capital, quién bajo amenazas cumplía las órdenes de su suegro.

Davut intentó en dos ocasiones interceptar la mercancía, pero de alguna manera sus planes se veían frustrados. Fue cuando Eraso dejó de herirlo a él para posar su atención en la familia del paşa, que decidió detener las incursiones y buscar la verdad por otros medios. Tenía varios hombres infiltrados en los negocios de la familia de su esposa, por lo que esperaba empezar a recibir noticias en los meses venideros.

—Hijo, ven conmigo esta tarde a la mezquita. Rezaremos juntos por el alma del difundo gran visir Merzif. —solicitó Recep efendi. Había pasado alrededor de dos horas desde que conversaron y compartieron delicias turcas en familia. Pronto se haría el llamado a la mezquita, y aquel día en especial Recep quería compartir con su hijo como en los viejos tiempos.

—No es necesario recordar a quienes se quedaron en el pasado cuando hay asuntos importantes de por medio —exclamó Eraso, a quién se le revolvía el estómago cuando escuchaba el nombre de su antiguo enemigo.

—Padre, nada es más importante que Allah...

—¡Cállate, Esvet! —demandó a su única hija— Esta es una conversación de hombres.

—Suegro, no se enfade con su hija, ella solo quiere lo mejor para esta familia.

—¿Dices entonces que una niña de veintiún años es más inteligente que yo?

—No es eso lo que trato de decir —explicó Davut, reprimiendo sus deseos de golpearlo ahí mismo. Era un hábito muy común en Eraso, lo que lo convertía en un hombre despreciable y descortés—... Padre, perdóname. Mañana iremos a la mezquita. Te doy mi palabra.

Suspiró. Le costaba aceptarlo pero hacía infeliz a su padre, y detestaba tal situación.

A pesar de que no amaba a Esvet, Davut no consentía el trato despectivo que tenía Eraso para con la madre de sus hijos, pues había prometido cuidarla el resto de su vida y era lo que haría.

El paşa respetaba a su mujer. Constantemente le daba el lugar que le correspondía, sin importarle de quién provenía la ofensa. La pareja aún estaba aprendiendo a convivir, no obstante, ambos se respetaban y valoraban los límites entre ellos, lo que los hacía funcionar muy bien aunque no hubiese amor.

—Pediré a las criadas que les lleven té y más bocadillos al despacho. Así trabajarán mejor. —dijo Esvet, quién evitaba mirar a toda costa a su padre pues sabía que este la observaba con odio.

Besó los labios de su esposo, deseándole éxito en su trabajo y, cuando ambos hombres desaparecieron, se disculpó con sus suegros.

—No comprendo la actitud del efendi. que Allah lo perdone porque yo no sería capaz de alejar a alguien de sus costumbres religiosas y culturales.

—Padre Recep, por favor perdónelo. Sé que la actitud de mi padre no ha sido la mejor, pero le prometo que yo personalmente me encargaré de que Davut haga peregrinación como castigo por no atender el llamado de Allah.

—Dulce hija —Recep acarició el rostro de la joven e hizo que se pusiera de pie, pues se había arrodillado frente a él—. La nobleza de tu corazón se percibe a leguas. Mira Efsun, Allah fue bueno. ¡Muy bueno! Tu nuera es una mujer maravillosa.

—Así es —Efsun acarició su mano, sonriéndole con dulzura—. Que Allah te bendiga, mi niña. Que Allah te bendiga.

—Basta, me harán llorar de orgullo —musitó la señora Anna Cecilia—. Efsun, querida, prometiste darme un paseo por el jardín ahora que la primavera está aquí.

—Claro, señora Anna Cecilia. Llevemos a los niños. el sol les hará bien.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora