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—Acabo de recibir las noticias ¿cuál es el sexo del bebé? —preguntó Mâhıdevran al llegar a los aposentos de la señorita Hürrem, favorita del sultán Süleyman. La criada acababa de dar a luz a su primer bebé, y todo el harén estaba a la expectativa del género y el rumbo que tomaría el destino de la criada.

—Felicidades, madre sultana, es un saludable príncipe. —la doctora entregó al niño y esta sonrió de felicidad.

Su familia continuaba echando raíces y pronto serían tan poderosos que acabarían con sus enemigos con nada más que unas pocas palabras. O al menos eso se repetía Hafsa cada día al despertar.

—Allah es grande: a pocos días del regreso de nuestro sultán, nos ha bendecido con otro príncipe. —Mâhıdevran y Nur intercambiaron miradas.

—Felicidades, señorita Hürrem. Que Allah lo proteja y le dé una larga vida. —expresó Nur con una de sus sonrisas forzadas.

—Gracias, sultana. Allah mediante su hijo también nacerá saludable. —respondió la pelirroja, haciendo referencia al nuevo embarazo de Nur. Ella se sintió incómoda, aunque no lo demostró, pues habían sucedido muchas cosas desde que se vio obligada a separarse de su hermana.

Mientras caminaba por el palacio, dos ağas se aproximaron a ella, anunciando que tenían un mensaje de parte de su esposo Ahmed. Este solicitaba una pequeña audiencia en los jardines, lo cual le resultó extraño.

Si había cruzado dos palabras con Ahmed era demasiado. Dormían en habitaciones separadas y nunca coincidían en los pasillos de su palacio.

A pesar de todo, Nur era consciente que él estuvo de su lado desde un principio e incluso se encargaba de asuntos correspondientes a la rebelión.

—¿Qué sucede, Ahmed? ¿Por qué nos reunimos tan lejos del palacio?

—Sultana, no tiene de qué preocuparse. La cité en este lugar porque debo hablar con usted un tema privado y no quisiera arriesgarme a que los rumores se esparzan por el harén.

Ahmed sabía que su matrimonio era un simple acuerdo político, aun así, deseaba mantener tales asuntos en privado, con el fin de no causarle problemas a su esposa.

—¿Y de qué se trata? Habla de una vez, Ahmed. —empezaba a perder la paciencia. Estaba tan acostumbrada a la soledad que se ponía ansiosa cuando estaba cerca de él.

Ahmed respiró, se armó de valor y suplicó el favor de Allah antes de hablar.

—Sultana, creo que los últimos días he sido muy evidente respecto a mis sentimientos. Soy consciente de que las únicas veces que ha sido feliz fue gracias a sus hijos Osmán y Siyavuş, si estuviera en su lugar también alardearía con fervor cuanto amo a mis primogénitos. También sé que solo soy un simple hombre, aburrido y un poco tonto, nada que pueda igualar su inteligencia y poderío —se detuvo un momento para controlar los nervios—... pero ya no puedo evitar este fuego que me quema por dentro. Me cuesta evitar verla en mis sueños, y lo más difícil que hago cada día es evitar contemplar su belleza. He muerto y vuelto a la vida gracias a su voz, a su bondad y a su misericordia.

—¿Cómo te atreves? Recuerda que este fue un matrimonio político. —le reprendió la sultana, quien estaba lejos de sentirse furiosa ante la confesión.

Ella siempre había sospechado de los sentimientos del ağa puesto que el pobre hombre había quedado al descubierto desde el primer día. Aquel día ella le había dedicado la peor de las miradas, pero lo único que consiguió fue incrementar sus sentimientos.

El que Ahmed aún siguiera con vida se debía a sus valores. El hombre era humilde y tranquilo. Aunque Nur no confiaba del todo, le agradaba que fuera un hombre completamente distinto a sus primeros esposos.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora