21

56 10 0
                                    

—Su majestad, ¿por qué me ha llamado?

—Mâhıdevran, mi bella hermana, ¿cómo has estado? —el sultán la invitó a que tomaran asiento. Los sirvientes habían dejado una bandeja con los dulces favoritos de la sultana, lo cual no pasó desapercibido. Desde que Süleyman se convirtió en sultán, trató de acercarse a ella, pues se sentía culpable por los dos años de exilio que tuvo que vivir injustamente.

Aunque Mâhıdevran no se había negado a tener más acercamientos a su hermano, no podía evitar tener una actitud reacia con él. Estaba tan decidida en quitarle el trono, que lo último en lo que podía pensar era en querer a su hermano.

—Gozo de buena salud, mi señor, todo gracias a Allah.

Süleyman notó que su hermana no tenía intenciones de entablar una conversación, pues respondía frases cortas y siempre desviaba la mirada. A pesar de que lo entristeció, decidió ser directo y no prolongar el incómodo momento que vivía su hermana.

—Me da gusto verte saludable, me hace pensar que he hecho un buen trabajo cuidando de mi familia —ella solo suspiró, pues no pudo esbozar ni una pequeña sonrisa—. He solicitado tu presencia para hablar acerca de tu matrimonio. Mâhıdevran, considero que ya es hora de que te cases y tengas tu propia familia. Eras lo más valioso para nuestro padre, incluso más que sus príncipes, por lo que he decidido que tendrás un esposo digno de ti.

>>He estado pensando en liberar a Merzif de su cargo, para que pueda disfrutar sus últimos años en paz junto a su familia. El próximo gran vizir será tu esposo. Aunque si no deseas esperar, el gobernador de Egipto ha demostrado tener un profundo interés en ti; nuestro mayor tesoro proviene de Egipto, así que no puedo pensar en un hombre más adinerado y apto para ti que él.

—No. No quiero. —afirmó inmediatamente. Casarse con ese hombre significaba tener que mudarse a Egipto, cosa que jamás aceptaría.

—Mâhıdevran, como sultana es tu deber casarte.

—No lo haré, Süleyman. No me agradan tus candidatos, no me gustan, así que no me casaré.

—¿Acaso hay alguien en tu corazón? Si es así, házmelo saber. —A su mente llegó inmediatamente el rostro de Davut.

—Süleyman ¿A quién pretende nombrar como nuevo gran visir? —lo encaró—. Ambos sabemos que será Pargali Ibrahim ¿sería capaz de romper el corazón de Hatice? Porque estoy segura de que está al tanto de los sentimientos que tienen el uno por el otro. Tú no eres como nuestro padre, Süleyman, tú respetas el amor, pero no me amas lo suficiente como para pasar por encima de las normas como lo hacía nuestro padre. No voy a casarme, no hasta que yo lo decida.

—Cuida tus palabras, Mâhıdevran, recuerda que frente a ti está el sultán del mundo.

—Y frente a usted está una sultana de nacimiento, tu hermana, la diferencia es que usted está sentado en el trono otomano.

—¿Acaso estás amenazándome?

—Claro que no, Süleyman, solo le recuerdo que yo no soy una mujer cualquiera. Nunca lo olvide. —hizo una reverencia y se marchó. Supuso que, si hubiese pedido ser casada con Davut, lo hubiese conseguido; pero Süleyman no confiaba en él, no como confiaba en Ibrahim, por lo que su amado jamás llegaría a ser gran vizir. Aquel puesto era importante, pues mientras intentaba implantar el nuevo sistema monárquico, necesitaba a una figura masculina muy poderosa e influyente para convencer al pueblo de que el sultanato de las mujeres sería mucho más beneficioso.

En el camino de oro, se topó con el gran vizir. Este notó que estaba disgustada, y al ver de dónde provenía supo de inmediato lo que ocurría.

—Sultana, no me diga que ha tenido otra discusión con el sultán. —ella sonrió con amargura.

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora