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Mâhıdevran se encontraba recostada a un árbol desde hace más de una hora, observando la panorámica de un extenso valle que era rodeado por frondosas colinas. Justo ahí se alzaba un pequeño castillo, el cuál estaba a disposición del ejército otomano en Ertuğrul.

A esa hora había mucho movimiento a sus alrededores. Tenía entendido que a unos pocos kilómetros se ubicaba un pequeño pueblo, el cuál proveía al ejército los suministros necesarios.

Casi una semana les tomó llegar hasta allí, cabalgando sin descanso y atravesando los atajos que conocían. El viaje fue mucho más complicado para Mâhıdevran, pues no había descansado adecuadamente a pesar de que su alimentación fue tan buena como fuese posible.

Era la esperanza de ver nuevamente a su hijo la principal fuente de energía que la mantenía de pie y con la espada en alto.

—Han regresado los espías y confirmaron la presencia de Emirhan. Yahya efendi y otros cuatro hombres más se están preparando para un ataque sorpresa al caer la noche.

—¿Y mi hijo? —preguntó sin despegar la vista de la puerta principal.

—Me temo que tendremos que averiguar por nuestra cuenta. El pueblo no está muy lejos, estaremos de regreso antes de que inicie la misión.

Mâhıdevran suspiró, pues la situación era compleja y no había podido parar de pensar en lo que vivió bajo los techos de su propio hogar.

Una vez divisaron el pueblo, la sultana cubrió su cabeza con uno de los hijab de su hermana, con el fin de mantener su identidad en secreto. Era un día bastante concurrido en el pueblo, puesto que estaban suministrando los puestos de alimentos en el mercado.

Merzif llamó a Mâhıdevran para que dejara el caballo afuera de una mezquita y se entremezclaban con la gente.

—Lleve las mejores manzanas de toda Bursa, paşa. Le garantizo que no encontrará mejores que esta. —ofreció un hombre de mediana edad que tenía un parche en el ojo. Lucía un poco extraña, aún así se le restó importancia al asunto.

Merzif tomó una de las manzanas y luego de inspeccionarla por completo se la entregó a Mâhıdevran.

—Deme una docena de sus mejores manzanas. Pan y carne de cordero también.

—Por supuesto —el hombre sonrió satisfecho— ¿Le gustaría un poco de té, bey?

—Muchas gracias —ambos ingresaron a la tienda del hombre y tomaron asiento. Una agradable y robusta mujer se encargó de servirles el té, mientras dos pequeños niños jugaban tras sus faldas. A Mâhıdevran se le estrujó el corazón, pues el rostro de su hijo apareció en su mente. Extrañaba tenerlo en sus brazos y poder sentir la suavidad y calidez de su piel—. Quisiera preguntarle algo. Mi esposa y yo acabamos de llegar al pueblo, estamos en búsqueda de una nodriza que pueda alimentar a nuestro bebé.

—Me temo que no cuento con tales servicios, bey, pero si me permite, conozco a alguien que le podría ayudar —Merzif asintió. El hombre caminó dos casas abajo y llamó a un muchacho, el cual apareció minutos más tarde—. Lleva al hombre con Mehmed bey de inmediato.

—Llegó al lugar indicado, paşa. Mehmed bey es uno de los hombres más ricos del pueblo, hace poco una de sus criadas dio a luz.

Mâhıdevran los observó salir de la tienda y continuó bebiendo el té, sumida en sus pensamientos. En cuanto recuperara a su hijo, le pediría a Merzif que los llevara hasta Ankara. Tal situación le hizo recordar lo efímera que es la vida, Allah no lo permita pero no permitiría que Davut falleciera sin conocer a su hijo.

—¿Qué es lo que le sucede, señora? —preguntó la mujer, sacándola de su ensimismamiento.

—¿Disculpe?

LA SULTANA DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora