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Habían pasado algunos días más y el rizado solo había visitado de entrada por salida a su pequeña ranita. Llegaba con las manos vacías, ya no había regalos, ni leche, ni pañales, ni juguetes, ni peluches. Nada, ya no llevaba nada, solo iba, estaba con él, cinco o diez minutos y se iba, dejándolo llorando por lo acostumbrado que estaba a él