Dagnor

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No pronuncié palabra alguna después de oír las suyas. 

Se preocupó por mí. Se preocupó por dónde estaba. 

Sabía que salir así de repente no había sido la mejor manera de marcharme. 

Pero el día había sido duro. En muchos sentidos. 

Desde que desperté con ella en mis brazos no fui capaz de dejar de pensar en ello durante el resto del día. 

Dormir abrazada a ella había sido de las pocas cosas que más me habían fascinado. 

Jamás había dormido tan plácidamente. 

La noche fue fría, pero sentir su pequeño cuerpo aferrado al mío con fuerza en busca de calor y protección fue algo que jamás he vivido.

Su cuerpo suave y cómodo encajaba a la perfección con el mío, sus pequeñas manos agarradas a mis ropajes como si temiera de que me fuera, su nariz respirando mi pecho, su pelo acariciando mi rostro... 

Maldita sea, despierta. 

Deja de pensar en ello de una vez. Solo fue porque ella lo necesitaba. 

Se hubiese muerto de lo contrario. 

En cuanto abrí los ojos se alejó de mí. 

Solamente me usó. Es eso lo correcto.

El día fue incómodo. Lo pasamos juntos, pero ni uno pronunció palabra alguna. Parecía que no pudiéramos hablar del tema o lo evitábamos a toda costa. 

Eso me molestaba. 

Pero lo que realmente me estaba quitando las ganas de vivir, era lidiar con la erección que mantenía desde que su cuerpo tocó el mío. 

Dioses del Vahalla. 

Soy hombre, y como todo hombre tengo mis necesidades. Pero nunca me había pasado que con tan solo tocar el cuerpo de alguien el mío lo reclamara con tal ansia que apenas puedo ni respirar. 

Por supuesto jamás lo insinué. Ella no comparte lo mismo por mí ni tampoco quiero incomodarla aún más. 

Pero era verla de reojo, admirarla mientras me daba la espalda, su cuerpo, sus escasas curvas, su pelo enredado en trenzas perfectas, su pequeño y bello rostro... Mi erección no hacía más que doler. 

Normal que pasara el día sin decir palabra alguna y gruñendo. 

Por eso, después de la noche, el tan solo pensamiento de que pudiera volver a pasar lo de la noche anterior pudo con mi cuerpo. Me levanté y me marché dejándola sola y fría. 

Por un segundo me sentí como un malnacido, pero en realidad, yo lo soy. 

No debo preocuparme por una esclava a la que salvé, suficiente ya había hecho por ella. La había permitido vivir demasiadas veces para ser yo. 

No entendía que me pasaba con esa mujer a un lado de sentirme atraído como todo hombre a un bella mujer. 

Porque era bella. Muy bella. 

Que recuperara peso y salud después de encontrarle en aquella ciudad ciudad hizo que sacara a relucir su belleza natural. 

Necesitaba urgentemente desahogarme, y para ello más una mujer del pueblo estaba dispuesto a ello sin pedirme nada a cambio. 

Y eso es lo que hice. 



Ahora que he regresado. Y me dice que se había preocupado por dónde estaba un sensación de culpa e incomodidad sacudió mi cuerpo. 

Un poderoso vikingo se enamora de una esclava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora