Rápidamente Sebastián descubrió que la muchacha no era de las personas que sabían mantenerse en silencio, para su desgracia.
- Hace un día hermoso, ¿no cree?
- Difícilmente - respondió él en voz baja.
La escuchó reír brevemente que en cuanto se volvió para mirarla, porque iba varios pasos por delante sin considerar sus pasos más cortos y lentos, volvió a descubrir que tenía también la fatídica costumbre de sonreír con cierta frecuencia, una sonrisa grande y brillante que hacía que sus mejillas se redondearán cómo dos pequeñas manzanas y sus ojos se sonrieran también.
Ugh. Era asquerosamente dulce.
- ¿Y entonces según usted que más necesita para ser un buen día?
Cuando se hizo evidente que ella deseaba una respuesta, Sebastián encogió un solo hombro y continuó caminando.
- Menos luz.
- Y rayos y centellas y una lluvia torrencial que opaquen su propio malhumor, supongo.
Una mueca tiró de sus labios y rodó sus ojos, además de todos esos persistentes aspectos que atraían la atención a primera vez vista, ella también era inteligente y rápida con sus palabras para responder a cada cosa que le dijera. Pero ella sonrió y encogió un hombro a su vez.
- Lo siento, era un chiste.
- Tiene un humor particular - refunfuñó Sebastián.
- Usted también, déjeme decirle - movió sus brazos alrededor de la carga que traía, Sebastián supuso que era pesada e incómoda pero se dijo que ya había hecho suficiente por las bestias con dejarles su chaqueta. Luego ella apuró el paso para ponerse a su lado - ¿Puedo preguntarle algo, señor?
- Nada la ha detenido hasta ahora.
La mocosa había sido lo más impertinente que había sido alguien con él en toda su vida.
- Bueno, ya que acepta tan amable - continuó astutamente - ¿Trabaja usted en la casa de la baronesa?
Sebastián frunció el ceño y se detuvo a medio paso porque además de que esa pregunta no era lo que creyó preguntaría y lo obvio a preguntar que era su nombre, sino que la sola mención de la baronesa le provocó punzadas en el espinazo y se sintió ofendido.
- ¿Me veo como un criado corriente?- su voz se elevó.
Ella se detuvo frente a él y lo miró de arriba a abajo, deteniéndose en su rostro de nuevo.
- Pues no, pero he escuchado que ella contrata a personas de Londres que son... ¿Cuál es la palabra? ¿Excéntricas? - lo miró con sus ojos verdes muy redondos y expectantes cómo si esperara que él la corrigiera cómo antes.
Por un minuto Sebastián olvidó de que estaban hablando y que estaba ofendido porque identificó vulnerabilidad en ella, ya había notado como se esforzaba por limitar su acento y algunas palabras las decía lento y cuidadosamente, le hizo preguntarse quién era ella en realidad. Pero así como él no se había presentado formalmente ella tampoco tenía prisa por hacerlo.
- Solo he escuchado que los lacayos los contrata la señora y las criadas el barón - silenciosa e inocentemente dejó en el aire lo que implicaba -Lo digo sin ánimo de ofender, señor. Me parece usted muy divertido en realidad, solo tenía curiosidad por saber si trabaja allí porque nunca antes lo había visto.
Ya más tarde refunfuñaría porque lo llamara divertido cuando evidentemente se había esforzado toda su vida por ser cualquier cosa menos divertido. Peligroso, grosero o imponente encajaban mejor.
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Amar al vizconde
RomanceÉl cayó en una trampa por una doncella en apuros... De camino a un importante negocio para solucionar su problema actual Sebastian Walsh, el taciturno y libertino vizconde de Sutherland se encuentra con no sólo un par de problemas de transporte en...