21. Tomar y arrebatar

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— Dos reglas muy rápidas para caminar por Londres — Charlotte la detuvo justo antes de que bajaran del carruaje, se inclinó en el espacio en medio con esa forma tan extrovertida de hablar con todo su cuerpo — Mantén los ojos muy abiertos todo el tiempo y siempre camina por la derecha. Te parecerá absurdo pero si quieres sobrevivir solo hazme caso.

Esa mañana Charlotte le había pedido que acompañar a la modista y a su vez también le ofreció ser su guía para conociera la ciudad. Según sus palabras, sería una visita rápida a la modista y luego un paseo por las mejores calles de Londres, también la llevaría a una pastelería, específicamente está última parada era la más importante e impostergable según su criterio porque a Brianna le encantaría.

— ¿Sobrevivir? — Brianna la miró con sus cejas arqueadas — ¿Es en este momento en el que quieres que te diga que estás siendo ridículamente exagerada?

Charlotte sonrió.

— Solo trato de proteger a mi recién descubierta alma gemela.

Brianna se echó a reír.

— Ahora realmente estás exagerando — el mozo abrió la puerta del carruaje en ese momento, extendiendo una mano enguantada primero para Charlotte y luego a Brianna, en cuanto estuvieron en la acera Charlotte enlazó su brazo con Brianna — ¿Sabes que también hay calles en Amethtown?

— Pero no hay tantos carteristas, vendedores ambulantes y cretinos en general — aconsejó inclinando su barbilla a ambos lados de la calle — Actualmente han ocurrido una oleada de incidentes con ladrones y carruajes desbocados con los que tenemos que ser extra cuidadosas. Además, Sebastián no me perdonaría si te ocurre algo.

Brianna sintió como si uno de esos carruajes desbocados la hubiera golpeado ante la mención de Sebastián, ya se cumplían dos semanas desde la última vez que lo había visto y aunque sabía que había visitado la mansión un par de veces la había evitado como la peste, lo único que había visto era su espalda alejarse por los escalones de entrada. Alguien que también lo echaba de menos era Voltaire, que se perdía todos los días en la biblioteca y cada vez aparecía dormido en la silla del estudio de la que a veces se desprendía el olor de su dueño.

Al menos debería tener alguna consideración con el gato, pensaba molesta. Al menos debería saludarme brevemente.

Al menos un segundo.

Cogidas de los brazos caminaron en silencio por en medio de la ruidosa calle, a ambos lados se elevaban edificios alineados unos con otros con la arquitectura usual de un negocio en la primera planta y departamentos de habitación en las siguientes, el hollín se elevaban en cielo manchado lo que sería un cielo gris celeste de otro modo, no había ni un solo árbol a la vista lo que era lamentable ya que había leído en algún libro de los beneficios que tenía un árbol para limpiar el aire. Mientras tanto la acera con adoquines elevados y la línea de la carretera se desdibujaba, las personas iban de un lado a otro con celeridad con altas columnas de cajas paquetería y bolsas de compras, los carruajes corriendo por las calles con relinchos de los caballos y gritos de los cocheros.

Lo que más le impactaba eran los niños con caras sucias y sudorosas caminando entre la gente, algunos metiendo sus deditos delgados y ligeros en los bolsillos de hombres y mujeres distraídas pero también existían otros arriesgándose abiertamente al lanzarse a la calle para recoger las riendas de los caballos y cuidar los carruajes y las monturas mientras las personas hacían sus compras.

Muy rápidamente el brillo y emoción de Londres se perdía cuando miraba a esos niños, no le agradaba la ciudad cuando creaban tan marcadamente cada brecha entre los de más arriba con los de más abajo.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora