13. Voltaire

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Brianna primero se despertó aturdida y en un limbo de somnolencia profunda que le impedía abrir completamente los ojos, luego el estallido de un cristal muy cerca de su oído la alertó y la hizo despertar completamente.

En medio de una oscuridad ligera y angustiante, parpadeó y se quedó inmóvil ante los gritos y quejas débiles, un bebé lloraba a gritos mientras alguien rezaba o balbuceaba. Por encima de todo un zumbido que latía en su oído y le impedía identificar con claridad las palabras.

¿Estaba soñando?

¿En qué momento se había quedado dormida que no recordaba?

¿Estaba dormida siquiera?

Una fuerte sacudida que la hizo castañear los dientes detuvo el zumbido y reconoció la voz masculina que hablaba frente a ella.

— Dios mío, Brianna. Respóndeme

— ¿Sebastián?

Parpadeó y alargó la mano que tenía conciencia frente a ella para apartarse de lo que le impedía ver con claridad, en medio de la noche primero distinguió los brillantes botones de su chaqueta y el nudo arrugado de su corbata, nunca había visto botones tan delicadamente tallados y limpios en su vida y la visión la hizo distraerse un instante, luego subió su mirada a sus rasgos fuertes y el cabello oscuro desordenado, escuchó mientras él exhalaba con fuerza sobre su rostro y su aliento hacerle cosquillas sobre la nariz.

— Si, soy yo. Tranquila, querida.

Pero él no sonaba tranquilo. Sonaba asustado y por la forma como sus manos se aferraban a ella con dolorosa fuerza él estaba muy lejos de estar bien y Brianna no debería sentirse tan agusto al despertar en sus brazos o desear que estuviera aún más cerca de lo que ya era evidente

Brianna supo que debía ponerse en orden ella misma entonces, se desprendió del aturdimiento y el inútil sueño para reconstruir los hechos. Lo último que recordaba era haber subido al carruaje de la diligencia por la mañana, pero ya era de noche y habían sufrido alguna clase de accidente que los dejó volcados a un lado, pero no del todo, todavía estaban de pie. Un bebé lloraba porque había un bebé dentro del carruaje con sus padres, también tres mujeres mayores que le habían ofrecido budín y una manta, sin contar a ella y Sebastián. El cristal de la ventana se había quebrado y de allí el ruido pero al mirar superficialmente no vio nada más grave.

— Debemos salir de aquí — le dijo Brianna, él tenía los ojos muy abiertos y asintió, entonces Brianna repuso suavemente — Necesitas soltarme primero, Sebastián. Estoy bien.

Él lo hizo, como si apenas fuera consciente del agarre de muerte que tenía alrededor de sus costillas. Se miraron a los ojos un momento más, una extraña mirada cruzando los suyos a la vez que tragaba con fuerza, el parpadeo nervioso y el temblor de sus manos al pasárselas por el rostro no era una algo que Brianna le hubiera visto nunca y que la hizo estremecerse, pero antes de que pudiera revisarlo con más detenimiento él la dejó en el asiento gentilmente y se movió hacia la puerta.

— Intentaré abrir la puerta — le indicó entonces con voz ronca, como si él mismo hubiera gritado.

La presión en su pecho por él no la dejó mientras se giraba para ayudar a la familia con el bebé que se habían quedado petrificados por la impresión, la madre fue la primera en reaccionar mirando a su bebé que tenía el rostro rojo de tanto llorar.

— Él está bien — le aseguró Brianna, la peor parte se la había llevado el padre que tenía algunos rasguños de la ventana rota y debía tener un hombro dislocado por el golpe. Le sonrió a la mujer que debía tener apenas unos años más que ella — Solo se enojó mucho porque lo despertaron intempestivamente. Debe de ser un dormilón muy malhumorado.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora