04. Ladrones inútiles

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Brianna.

Un nombre escocés acorde con su apariencia. Con ese cabello pelirrojo que se dió cuenta era oscuro y se iluminaba como el fuego encendido en la luz, además de su piel lechosa llena de diminutas pecas que causarían una apoplejia en Londres, en su nariz respingona y sus mejillas sonrojadas jovialmente e incluso sus ojos cambia colores. Había escuchado vagamente del encanto escocés y algunas meretrices se habían colgado de esto para atraer a propios y extraños pero nunca había sido testigo de ello, porque a pesar de que conocía a escocés nunca uno como ella. Era una ninfa del norte en medio de ese pueblo en el sur.

Totalmente desconcertante.

En parte porque ella era una criada. Lo había dicho. Pero Sebastián hubiera jurado que ella era alguien de la nobleza, no por su tono claramente, porque allí estaba el acento y torpeza de alguien que no ha recibido una correcta educación, sino por su apariencia y desenvolvimiento. Le había parecido elegante al moverse, con gracia sin que lo intentara incluso si estaba cargando esas bestias, además de que su belleza no encajaba con una simple criada. No era porque él se sintiera decepcionado por su posición, era solo una chica desconocida con la que había tropezado, al viajar era inevitable encontrarse con extraños. Solo que debido a las circunstancias ella había dejado una fuerte impresión en él.

Ella y su estúpido corazón.

Sebastián miró una vez más hacia atrás antes de adentrarse en el pueblo y perderla de vista, ella había cruzado el portón y estaba hablando con alguien dentro de la casa, ella sonreía mientras hablaba.

Supuso que era eso, que ella sonreía y reía con una absurda facilidad. Él que estaba acostumbrado al desapego y condescendencia de la alta sociedad con su montón de reglas o a la superficialidad y la engañosa calidez de las fiestas inmundas a las que asistía, nadie sonreía así en esos lugares.

De un malhumor más agravado Sebastián continuó con su camino siguiendo la disposición usual que tenían todos los pueblos diminutos, orientados alrededor de la iglesia con la posada a un lado y tiendas al azar, la taberna de confianza al frente. Si, podía admitir que la provincia tenía su encanto empolvado y simple pero que sabía solo lo hacía más complicado y propicio a contratiempos, cómo que la posada estaba llena de visitantes porque se había varado un coche de postas y que a menos que quisiera partir hacia Londres a lomos de un burro de dudosa resistencia estaba varado allí también. Porque por su aspecto fue tomado como un criado más y fue enviado a los establos con los demás mozos.

Bueno, entonces no podía culpar a Brianna por confundirlo con un criado menor. Y aunque se sintió tentado de seguir su consejo y mencionar su nombre, no lo hizo sino que volvió a salir del abarrotado y caluroso lugar y se quedó de pie en la plaza.

Tenía demasiado orgullo para regresar a la mansión de la baronesa, lo que lo dejaba con pocas posibilidades más que pasar la noche en algún desafortunado lugar al aire libre.

— Maldita sea — se tiró del cabello con fuerza al tiempo que el sol se volvía insoportable.

— Señor, hágase a un lado si no la va a usar — fue empujado a un lado por un bruto que se sambulló de cabeza en la fuente.

Horrorizado, Sebastián no se alejó lo suficiente para evitar ser salpicado cuando el hombre se levantó y se sacudió el agua de encima como un animal. Él debió haber hecho algún ruido de desagrado porque el hombre mitad bestia lo volvió a empujar para repetir la acción alertando a otro para que se acercará a hacer lo mismo.

«Que indecencia, dios mío»

Decidió dirigirse por la primera calle que se le puso enfrente y estaba lo suficientemente despejada para caminar sin ser pisado dónde se apoyó contra una pared de piedra y se deslizó hasta sentarse. Odiando lo humillante de la situación, él tenía una renta anual de diez mil libras, propiedades lujosas y un próspero condado. Estaba considerando su propia estupidez, rebajándose lo suficiente para llamarse imbécil después de nunca haberlo hecho, cuando un niño entró corriendo en el callejón. Sebastián reconoció sus intenciones antes de pasara frente a él e intentara arrebatarle el anillo en su dedo meñique, no solo evito el intento de robó sino que lo pateó en la espinilla haciéndolo que tropezara y se revolcara en el suelo.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora