15. Cómodo y sofocante

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Su viaje continuó a la mañana siguiente, ella en un carruaje de alquiler demasiado grande y elegante mientras que Sebastián montaba adelante.

Las dimensiones no era lo único intimidante del carruaje, se dijo Brianna. Sino todo de ello propiamente, estar en un carruaje luego del accidente de hace dos noches la inquietaba a pesar de todo lo que había asegurado Sebastián sobre que era seguro. No dudaba de él, pero los accidentes tenían precisamente ese factor impredecible que ni siquiera él podría evitar.

Con los ojos fuertemente apretados trató de dormir pero la ansiedad la seguía persiguiendo porque estaba en una encrucijada. No quería estar dentro del carruaje pero no quería que él estuviera afuera, entonces pensaba en lo verdaderamente preocupante. Quería estar con él, su nervios necesitaban tenerlo cerca para serenarse y, lamentablemente, no tenía derecho de exigirlo. No debería siquiera pensarlo.

Apoyó su cabeza en el respaldo cubierto del asiento tras de sí y mantuvo los ojos cerrados, entonces rememoró la noche anterior.

Después de una función de dos horas en dónde una tras otra fueron ocurriendo secuencias musicales que contaban perfecta y hermosamente una historia trágica sobre una princesa perdida, un estafador encantador y el futuro próspero de un país puramente imaginario, después, luego de una ronda de aplausos conmovidos y silbidos alegres que quizás no podrías encontrar en un teatro elegante. Después se organizó un baile improvisado en la tarima resultante dónde todos estaban invitados a participar. Desde tenderos, lavanderas, criadas y mozos hasta los señores y señoras más elegantes locales que habían asistido se alinearon para bailar una cuadrilla y cualquier otro baile que tocaran los músicos de la compañía.

No debió bailar pero fue imposible resistirse a la calidez del grupo, especialmente cuando le pidió a Sebastián bailar con ella y él fríamente la rechazó prefiriendo quedarse a un lado, en el borde de la multitud. Había necesitado desprenderse de la vergüenza y dolor por esa cruda verdad, por supuesto que él no bailaría con ella.

Pasaron horas que a ella le parecieron pocas en el calor del momento, cuando finalmente decidió despedirse él se había mantenido en el mismo lugar, un vaso medio vacío en la mano y una mirada inexpresiva en el rostro. Brianna no se disculpó porque no había hecho nada que mereciera una disculpa, después de años de ser una esclava para su madre por fin era dueña de su tiempo y de su vida. Le gustaba bailar, aunque se tratara de algo apenas recientemente descubierto para ella, le gustaba mucho bailar y rodearse de personas que lo hacían exquisitamente, aunque ese primer inicio fue torpe dónde algunos otros parecían flotar entre los patrones intricados, fue lo suficientemente constituyente para hacerla desear más.

Que él no sabía bailar era irrelevante cuando una vez en Londres no se le presentaría otra oportunidad para que lo hiciera con ella. Quizás ni siquiera para verse de nuevo.

Esa distancia entre ellos que él parecía querer promover a toda costa, era buena. Era lo que se debía a hacer para no seguir coqueteando con la delgada línea que los mantenía como amigos, solo debía recordárselo cada vez que sentía ese persistente dolor en su pecho.

A la par del miedo y desasosiego que sentía conforme se acercaban más y más a Londres. Era todo un mundo desconocido para ella, si podía suponer algo correctamente era que las personas serían diferentes, era la base de la aristocracia y la burguesía, personas que la poca dosis que había tenido en su vida ya le habían causado mucho daño, en grandes cantidades solo podía temer lo que podría ocurrir. Y con personas diferentes consecuentemente todo lo demás sería diferente, las casas, las calles, las tiendas, el mismísimo día y noche.

Ella, aunque no quisiera, debería ser diferente.

En cuanto pensaba cuando se encontrara con su padre biológico sentía verdaderas ganas de vomitar, él podría haber cambiado para mejor se decía. Podría aceptarla y ayudarla, si bien no como su hija porque jamás la reconocería como tal, tal vez le ayudaría a encontrar un empleo decente y un lugar para vivir. Tal vez se volvería a desmayar como la última vez. Tal vez la odiaría...Ya ni siquiera sabía para que acudiría a él o a Londres. Entonces el sinsentido de su vida se tornaba abrumador.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora