30. Whisky y Té

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Amelia estaba muy preocupada.

Su cariño por ella y su propia preocupación llevaron a Brianna a salir de noche en coche alquilado hacia los edificios en la calle paralela a la calle comercial donde se encontraban prestigiosos apartamentos de solteria de Lores distinguidos.

En búsqueda de Sebastián. No lo habían visto ni tenido noticias por cuatro días.

Le dieron las llaves y la dirección del apartamento de él, al parecer ella podría ser la única a la que no enviaría se paseo al entrar intempestivamente a su casa.

Pero en cuanto cruzó la puerta se arrepintió de haberlo hecho. ¿Qué tal si estaba acompañado? ¿Si la razón de su aparente declive no era otra que un momento de profundo desenfreno con una mujer? Se quedó inmóvil en medio del pequeño vestíbulo escuchando por cualquier ruido o señal que indicara algo, no estaba segura de qué, solo que indicara que no debía estar allí en ese momento sino en su casa preparándose para ir a dormir como debería estar haciendo.

Pero el silencio fue ensordecedor, mantuvo su mirada fija en la puerta a su izquierda inclinándose levemente hacia adelante en una sensación de suspensión que se fue cargando de tensión hasta volverse profundamente inquietante.

- ¿Sebastián?

Su ayuda de cámara dijo que sin duda estaría allí, pero podría haber salido, ¿no?

Era un hombre adulto, no debería sentir ese nudo de preocupación en el pecho, volvió a llamar su nombre sin recibir respuesta. Mantuvo su capa y guantes puestos apesar de sentir como el frío se filtraba a través de la tela húmeda por la lluvia y dudo un momento más antes de decidirse a avanzar hacia la puerta entornada a su izquierda, la empujó con una mano a la vez que observaba atentamente cada rincón de la habitación. Nunca había estado allí pero reconoció cada detalle como parte de Sebastián, era un lugar en apariencia opulento con diferentes pliegos de empapelado oscuro y apliques de velas de gas en las paredes pero también observó la comodidad y vulnerabilidad en ello, habían ventanas por todos lados, además de una notable ausencia de muebles que parecían abarrotar cada otra habitación de Inglaterra y en el suelo de madera caoba casi dorada no habían alfombras. Austero para los estándares, pero muy cómodo.

Pero el hecho de que la moderna e imponente chimenea no estuviera encendida en un día tan frío le causó un escalofrío, que se intensificó cuando su mirada viajó por la habitación para descubrir una ventana abierta de par en par por donde entraba el viento helado y la lluvia.

Y lo encontró a él. Fue por demás impactante mirarlo muy quieto y pálido en una silla casi directamente debajo de la ventana, con sus brazos cruzados y sin importarle el frío, su garganta se cerró y se tambaleó horrorizada.

- ¡Sebastián!

Corrió hacia él y con sus manos temblando buscó su rostro, temiendo profundamente lo peor pero en cuanto tuvo su rostro entre sus manos descubrió que él no estaba inconsciente sino dormido. Apretó sus mejillas y lo sacudió brevemente.

- ¿Sebastián? - luego lo hizo más fuerte, sintiendo como la preocupación en su pecho se calentaba para avivar su irritación - Sebastián Walsh, despierta.

- ¿Hmmm?

Él entreabrió sus ojos en apenas rendijas.

- ¿Sabes lo preocupada que esta tu madre, maldito hombre desconsiderado?. ¿Lo preocupada que estaba yo?

- ¿Brie?

- Estás borracho - acusó, molesta con como él sonrió a su rostro confirmando lo inminente pero aún así su aliento no apestaba a alcohol - ¿Lo estás?

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora