34. Monstruo

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Todos salieron de la habitación menos Sebastián, el doctor y Charlotte mientras limpiaban los rastros de sangre de su ropa para ponerle un camisón nuevo y una manta. Había dispuesto que se quedará Charlotte y no su madre porque no estaba seguro de que ella soportara muy bien descubrir las marcas en su espalda, necesitaba la eficiencia y fiereza de Charlotte porque sino él mismo se derrumbaría.

Una vez limpia y cubierta Charlotte dió un paso atrás y se volvió para ahogar un grito enojado que los hizo mirarla.

- ¿Cómo se atreve alguien a hacerle esto a una persona?

Nadie respondió porque por dentro también se hacían la misma pregunta y no había una respuesta plausible.

Sebastián se quedó a su lado, sosteniendo su mano y tocando suavemente un lado de su rostro. Su precioso rostro en forma de corazón contrastaba pálido en medio de su cabello rojo y el cuello alto de su camisón rosa, el lado derecho de su frente estaba vendado y cubierto despues de que estuvo limpio y cerrado, mientras que después de que limpiaron la sangre descubrió que parte de las marcas en la parte posterior de su cuello subía a su barbilla donde el dolor dijo sombriamente quedaría una cicatriz.

- Intentaremos despertarla - dijo el hombre inmediatamente después.

Con un trozo de tela empapado en un fuerte olor ácido se acercó para pasarlo por debajo de su nariz, Sebastián contuvo el aliento y escuchó a Charlotte hacer lo mismo.

Inicialmente no hubo respuesta hasta que el doctor movió un poco más cerca la tela, Brianna arrugó su nariz adorablemente y lentamente sus ojos parpadearon hasta abrirse. Su mirada se mantuvo baja mientras su respiración se hacía más profunda, tal vez de manera inconsciente Sebastián sintió como apretaba sus manos y exhalaba suavemente. Con cada músculo de su cuerpo en tensión Sebastián esperó en silencio mientras ella asimilaba y volvía a la consciencia lentamente, su corazón latía con dolorosa fuerza en su pecho cuando ella no levantó su mirada sino que su expresión se contrajo y se echó a llorar.

- ¿Brianna? - susurró.

Ella jadeó y lo miró, sus preciosos ojos cafés parecían sin vida y muy, muy tristes. No había fuego, no habían llamas o alegría allí.

- ¡Sebastián!

No sabía cómo tomar que ella le echara los brazos al cuello y se abrazara a él para llorar contra su pecho, no eran lágrimas de alegría o alivio por finalmente estar en casa sino de agonía y tristeza. Miró hacia el doctor pero él negó con la cabeza desconcertado también.

Con cuidado frotó su espalda de arriba a abajo para tratar de consolarla pero con la misma rapidez y abruptamente ella se apartó y trató de levantarse.

- ¿Dónde está? - su voz era dolorosamente ronca.

- Querida, necesito que trates de calmarte...

- No - ella gimió al sacudir la cabeza y cerró sus ojos llevándose una mano a la frente - Dios mío. Duele.

- Recuestate un momento, Brianna.

- Señorita Smith, no es seguro que se mueva todavía - dijo el doctor - Más adelante...

Ella negó, resistiéndose firmemente. Respiró hondo un par de veces antes de lograr abrir los ojos pero no se fijó en nadie más sino que en Sebastián.

- Podré calmarme cuando lo tenga enfrente y este segura que está bien.

Sebastián no entendía nada y no estaba seguro de que ella no estuviera alucinando o algo peor pero asintió. Ya le había dicho una vez que haría cualquier cosa por ella.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora