20. Responsabilidades

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Debió suponer que los gatos serían los primeros en arrastrarla a un problema, no importaba que tan duro tratara ella de pasar desapercibida y comportarse con absoluta corrección en la mansión, sus gatos deseaban caos.

Esa tarde Brianna debió dejar la puerta de su habitación abierta en algún momento antes de bajar al llamado de Lady Sutherland para que compartieran el té, se había distraído porque ella fue increíblemente amable alagando el vestido que le había puesto Charlotte y sus amables modales pero Brianna no podía dejar de sentirse como una intrusa. La hacía contener la respiración cada vez que recogía la taza de delicada porcelana con miedo de que sus dedos la traicionaran y la rompiera, no le hacía preguntas directas pero Brianna se encontró relatando sobre su vida, sobre lo que fue su madre y cómo murió su padre.

Lady Sutherland podría tener un aspecto etéreo e intocable, con esa animosidad casi nerviosa al mover las manos y sus amables ojos oscuros, pero al hablar y expresarse se denotaba una fortaleza envidiable y, Brianna intuía, un malgenio explosivo tal como Sebastián.

Rápidamente sintió afinidad por ella.

— ¿Alguna vez fuiste en barco con tu padre? — le preguntó.

Brianna sonrió, agradecida porque aunque ella sabía que Lord Houghton era realmente su padre, aceptó fácilmente el hecho de que Brianna consideraba aquel hombre humilde como su padre.

— Solo unas pocas veces, menos de las que hubiera deseado. Él quería que estuviera en la escuela y no aprendiendo malas palabras en cubierta.

Lady Sutherland rió.

— Justo como un buen padre debe ser.

— Exactamente.

— Y apuesto que tú también disfrutabas la escuela — bebió delicadamente de su taza — Tienes ese orgulloso brillo en los de hambre del aprendizaje, si me permites decirlo.

— Lo hacía — admitió — En parte por todas las posibilidades que descubrí después de aprender a leer pero también porque él quería que yo realmente aprendiera. Siempre que regresaba a casa me traía libros y me pedía que leyera para él, poesía en su mayoría. Era tan feliz en ese entonces, ¿sabe? Porque mostraba tan orgullosamente cuanto había aprendido pero también porque sentía que él realmente disfrutaba escuchando la poesía.

Por un segundo Brianna se perdió con la mirada distante, en ese momento en el patio de una casa que no se caía a pedazos con su padre bronceado por el sol inclemente de altamar y las ropas sucias, trayendo libros a casa envueltos cuidadosamente para evitar que se estropearan por el clima y el almacenaje. Luego cerraba los ojos y la escuchaba por horas con su corazón suave y romántico en la mano, anhelante de palabras que no podía comprender porque no sabía leer. Brianna deseó que algún día pudiera enseñarle ella, pero muy rápido murió y todo quedó en promesas.

Parpadeó y miró hacia Lady Sutherland, sorprendiendose cuando ella se frotó debajo de los ojos y sorbió.

— ¿Amelia? ¿Las alergias empeoraron? — Brianna se levantó de su sofá — ¿Qué debo hacer?

— No, no. Solo me he puesto sentimental.

La mujer lloraba viéndose diminuta en el sofá y sus ropas oscuras de medio luto. Todavía le guardaba luto a su esposo y el padre de Sebastián, le había dicho con despreocupación. Lo había amado mucho, también dijo.

— Me has hecho recordar a alguien — dijo.

Pero no llegó a explicar a quien exactamente porque alguien llamó a la puerta del salón de día interrumpiendo su tarde, justo después entró el mayordomo con sus brazos extendidos y con un gato colgando de sus manos pero al mismo tiempo gritando y tratando de clavarle las uñas al anciano.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora