32. Dhru

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Brianna estaba temblando cuando salió a la noche, apenas amanecía pero el cielo estaba tan encapotado que no se asomaba ni un solo trozo de luz en el lienzo grisáceo. Aún no sabía los nombres de la calles pero por los edificios nuevos y perfectamente alineados sabía que era un barrio noble, supuso que era una moda que los hombres con título o solteros en general tuvieran departamentos en esos lugares.

No vió ni un alma al salir a la calle pero sintió en sus huesos como si cada persona a la redonda supiera lo que había hecho, que se le veía en la cara y cuando abriera la boca lo confesaría a cualquiera que pasara.

Después de su momento apasionado, la había despertado el rugido de trueno afuera, Sebastián desnudo y extendido a su lado había vuelto su rostro a la almohada y continuado durmiendo. Brianna, sin embargo, se había sentido asustada al despertarse en un lugar desconocido, desnuda y con alguien rodeándola por las caderas estrechamente, con los ojos de par en par había observado los paneles de madera oscura del techo mientras todo regresaba a ella.

No solo todo lo ocurrido y hablado en la noche, sino todo lo demás. Porque no podía ignorarlo, por más dulce e idílico que fueran sus momentos en la cama lo que la esperaba fuera no iba a desaparecer.

Después la asaltó la urgencia de alejarse, no era exactamente rechazo o arrepentimientos, sino todo lo demás cayendole encima y sofocandola.

Confiaba en él, pero no confiaba en si misma.

No confiaba en la sociedad.

No confiaba en el futuro.

Se cubrió la cabeza con su capa al salir a la llovizna ligera y comenzó a buscar en la calle el carruaje de Amelia que la había llevado hasta allí. Le había pedido al cochero que la esperara y a su vez Amelia le había especificado que no la dejara pero podría haberse ido. Apretó sus manos en puños, la silueta del lujoso anillo clavándose en su palma como un objeto extraño, aunque debería haberselo quitado y dejado en la mesa de noche como se había tentado a hacer con el collar.

No. Ella había aceptado.

Había aceptado casarse con él y aunque a la tenue luz del día parecía una locura y un arrebato más. No iba a romper sin más con esa preciosa promesa.

Solo necesitaba un tiempo sola y después hablar con claridad con él. No podía embarcarse en un matrimonio cuando todo lo demás en su vida estaba sumido en el suspenso.

Como antes y varias veces a la semana había ocurrido, sintió una presencia flotar a sus espaldas, unos ojos clavarse como agujas en su cuello y de que alguien pisaba su sombra. Miré hacia atrás con un jadeo pero como las otras veces no había nadie.

Caminó hacia la izquierda donde había un callejón estrecho y poco iluminado donde podría haberse quedado el hombre con el carruaje para no entorpecer el tránsito, antes de entrar un tirón en su falda la hizo detenerse y volverse.

Creyendo que se había enganchado en algo Brianna recogió un puñado de esta en sus manos pero al mirar hacia abajo y descubrir la pequeña figura delante de ella soltó un grito agustiado.

Calado hasta los huesos de lluvia y con una apariencia fantasmagórica de haber estado así por días, el rostro pálido de pómulos hundidos, los ojos enormes y el cabello muerto y descolorido no parecía un niño ni siquiera una persona.

- Brie - dijo.

El tiempo, la lluvia e incluso sus latidos se detuvieron bruscamente, Brianna se sintió fuera de su cuerpo mientras veía sin ver al niño frente a ella aferrarse a un trozo de su falda, su pequeña mano sucia mientras sus delgados hombros se curvaban hacia adentro. Ella jadeó cuando se quedó sin aire y lentamente se agachó para quedar a su altura, con cuidado levantó una mano para quitar de su rostro su cabello opaco, podría no ser pero los conmovedores ojos verdes que le devolvieron la mirada rodeados de lágrimas se lo confirmaron.

Amar al vizconde Donde viven las historias. Descúbrelo ahora