El poder animal se ondulaba con inquietud cuando Bonnie regresó del sueño. Ese poder se tensaba, deslizándose contra su piel, preparándose para salir, para escapar.
Fue entonces que recordó. El suave toque de los firmes labios de Boyd, el contacto breve y casi tentativo, algo lleno de inocencia y ternura, pero el animal no logró discernir un significado que no fuera una aberrante traición. La leona condujo el fuego, arrastrando a Bonnie a una locura bañada en rojo, la locura era un rugido en sus oídos, en su sangre. Involuntariamente se movió, el reflejo ágil y veloz, casi inconsciente, conducido desde la parte salvaje que se negaba a obedecerle.
Garras se hundieron en la carne caliente, la sangre las manchó con su color escarlata.
Bonnie sintió un amargo sabor en su garganta.
Pero hubo un movimiento, una presencia, que capturó su atención antes de que las náuseas se convirtiesen en la necesidad de vomitar. Aquella presencia iba acompañada de un aroma fresco, acuoso, debajo estaba esa esencia terrenal, cálida, lo suficientemente distinguible para saber quién era su dueño. Era como oler el permafrost mezclado con el suelo del bosque, rico y lleno de vida.
Trent olía así.
Debía ser alguna cosa de jaguares, tal vez todos tenían algo del bosque, algo codificado en sus genes. No lo sabía con seguridad, Bonnie nunca había tenido ningún tipo de contacto con los cambiantes jaguares hasta conocer a Trent. En primer lugar porque sus números si bien no eran tan escasos como los leopardos de las nieves, seguían siendo bajos, y en segundo lugar porque eran ridículamente evasivos.
Sabía, además, por su abuela Gigi, que verlos tan al norte del continente era lo más extraño de ellos. Los jaguares parecían más cómodos distribuyendose por el centro y el sur, especialmente en las franjas del Ecuador.
El hecho de que Trent se mostrara cómodo en esta zona geográfica podía considerarse un milagro.
Con la pena y culpa aplazadas momentáneamente por la pequeña oleada de curiosidad, Bonnie abrió los ojos. Fue recibida por una tenue oscuridad, un tipo diferente de luz bañando la habitación del cirujano.
Sintió un ardor en el rostro al comprender que se había quedado dormida en la cama de Trent.
Y él estaba ahí, en la otra punta del dormitorio, casi metido entre las puertas del armario empotrado. Toda su espalda iba descubierta y ella se encontró mirando fijo antes de poder detenerse a pensar en lo inadecuado que parecía eso.
Trent no estaba construido como los demás machos en la coalición. Donde los demás tenían hombros anchos y músculos grandes, Trent tenía una constitución más delgada y compacta. Sin embargo, descubrió que nadie se movía como él, un león estaba construido para la fuerza y el poder, un jaguar... Estaba hecho para un sigilo mortal.
Sus movimientos precisos, prácticos, confiados.
De nuevo, Trent estaba frente a ella, su cuerpo sólo resguardado por unos pantalones de chandal negros. Algo se abatió en su mente, lo ignoró cuando su voz se escuchó afilada como una navaja cuando dijo:
-Espero que hayas descansado.
No había signo de reproche, pero había algo en esa dureza que no le gustaba. Ese pensamiento se hundió con rapidez cuando entendió hasta qué punto él era consciente de ella, cuando ni siquiera había movido un solo músculo. Bonnie seguía recostada, su cabeza apenas levantada para mirar los ágiles contornos lisos de su espalda.
Esos músculos tenían algo de definición, sobre todo en la parte de los omóplatos, pronto se dio cuenta de las líneas irregulares de color que los surcaban en diagonales.
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Cautivo (Serie Gold Pride 3.5)
RomanceLa vida de Bonnie Lewis no puede empeorar... O tal vez sí. Su compañero ya está emparejado, su instinto de emparejamiento sigue activo y para colmo su animal está a un pelo de salirse de control. Y por si no fuera poco, el calor que inunda su cuerpo...