Promesas

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El olor a humedad era insoportable, las paredes grises y agrietadas formaban un largo pasillo. Se sentía cercano a la muerte. Al fondo el pasillo se cortaba de forma abrupta por una pared, unos trozos de hierro se hundían en ella formando una escalera.

El último camino hacia su libertad.

Pero se detuvo cuando ella se quedó atrás.

—Tienes que seguir sin mí —ella dijo con una voz a punto de quebrarse—. Tienes que irte.

—No —Una rabia furiosa en su voz—. Tú vienes conmigo.

El joven no tenía compasión por ella, no esa clase de sentimiento que lo hacía querer salvarla. No. El joven solo sentía una rabia profunda y casi venenosa, casi, porque en el fondo también sentía lástima por aquella criatura, lo cual lo confundía y lo enfurecía. No quería salvarla para que viviera feliz, quería que viviera para poder tener la oportunidad de acabar con ella cuando fuese lo suficientemente fuerte.

—Por favor no me mires así... —Suplicó—. Hice lo que pude.

—No hiciste una mierda —aseveró—. Tú..., tú les ayudaste a poner esa cosa en mi cabeza. —Los disparos y las voces se escucharon más cerca—. Ven.

El joven tiró de su brazo, la hizo moverse, subieron por los hierros oxidados y abrieron una escotilla. Afuera había una ligera llovizna que parecía un rocío tenue, pero el joven no se maravilló cuando la libertad vino a abrazarlo, al ver la inmensidad del bosque, el verde y el marrón, el frío y el gris, nada de eso lo cautivo. Nada.

¿De qué le servía ser libre cuando ya estaba destrozado?

La única forma de mantenerse andando sobre este mundo repleto de gente despiadada y cruel era acabando con la causa de todo su dolor.

Los nombres se apilaron en una lista en su mente cuando estuvo de pie en el exterior. Decidido, el joven volvió a tirar del brazo de ella y pusieron distancia. Cuando sus debilitados músculos ya no resistieron el esfuerzo, descansaron al resguardo de un grupo de pinos.

—No me mires así.

—No puedo evitarlo.

—Me matarán por esto.

—La única persona que puede matarte seré yo —El joven la miró a los ojos, ella se veía tan asustada, tan derrotada que ni siquiera intentó alejarse—. Si quieres resarcirte por el daño que me has hecho, tienes que vivir. En diez años, luego de acabar con el resto, te buscaré, te mataré y luego nos encontraremos en el infierno.

El joven le extendió su mano, sus muñecas tenían cicatrices viejas, heridas de incontables luchas contra grilletes de metal. Heridas que no logró sanar por completo.

Las tendría de por vida.

—Si quieres redención, promete que vivirás.

Su pálido rostro, alguna vez lo consideró bello, con sus rasgos orientales y su largo cabello negro. Ahora estaba triste, líneas de lágrimas debajo de sus ojos negros. Ella respiró profundo una vez, el tormento de su emoción disminuyó un poco. Ella era fuerte.

—Lo prometo —dijo, apretando su mano—. Viviré, nos quedan diez años.

El joven asintió. Ahora cada uno estaba por su cuenta.

—La carretera más cercana está al norte, toma —del bolsillo de su uniforme azul sacó un pequeño objeto redondo, una brújula—. Te ayudará a orientarte.

El joven sacudió la cabeza.

—La necesitas, estaré bien, yo tengo mis sentidos.

«Mi animal es lo único que me queda»

Cautivo (Serie Gold Pride 3.5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora