Crimen

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Los días en los cuales su esposo debia salir de la ciudad y dejarla sola, eran una especie de descanso y paraíso para Fiore, quien podía deambular por la vivienda sin que las bruscas manos de Timoteo la tocaran contra su voluntad, incluso podía comportarse como lo que era, la señora de la casa.
Salió al jardín disfrutando del clima soleado que azotaba en esa época del año mientras leía uno de los pocos libros que disfrutaba leer en la soledad de su compañía, aunque decir que se encontraba sola era una exageración, como siempre, desde hace ya un mes Donna le seguía a todos lados e incluso se había convertido en su confidente y en la segunda persona en la que más confiaba en esa retorcida familia.
—No pareces disfrutar mucho del clima. —Señaló Fiore al notar como la muchacha abanicaba su rostro sin dejar de beber de una jarra de agua que mantenía a su lado.
—Odio los climas soleados. Soy como un perro invernal, póngame nieve y seré feliz. —Respondió causando una pequeña risa en la mujer. Al contrario de otras ocasiones, esta vez el saco de su traje estaba ausente y solo su blusa blanca cubría su pecho, junto con la funda de su arma a un costado—. Además, exponerme al sol hace que mí piel tome un tono rojo horrible.
—Desventajas de ser alguien bastante blanco.
—Si. Ojala tuviera su hermoso tono de piel. —Dijo de manera ausente y como si no lo hubiera pensado ya que continuó abanicando su rostro bajo la sombra de una de las sombrillas, sin embargo, Fiore la escuchó sintiendo algo extraño en su estómago. No era nada común que alguien le diera cumplidos y le descolocó escuchar algo positivo respecto a su físico.
—Entonces. —Carraspeó tratando de recuperar el habla—. Quiero creer que te criaste en un lugar helado, ¿verdad?
—Algo así. En realidad nací en esta ciudad, pero cuando tenía cinco años, nos mudamos a países bajos y ahí estuve hasta hace unos meses. —Respondió Donna sin notar el titubeo de la mujer a la que servía.
—¿Qué te hizo volver? —Cuestiono dejando de lado el libro que estaba leyendo para poner su completa atención en la muchacha pálida notando su mirada se ensombrecía por algún recuerdo que seguramente no compartiría en ese momento. Quiso cambiar el tema cuando un grito femenino se escuchó hasta aquellos jardines provenientes del interior de la mansión, sin importarle si eso se traduciría en problemas.
Los gritos provenían de uno de los cuartos recreativos que mantenía la puerta abierta. Una chica estaba siendo sujetada por dos de los más nuevos reclutas de la familia encima de una de las mesas de billar de la sala. Un tercer hombre trataba de abrirse camino por el vestido de la muchacha, quien solo podía ser capaz de negar con la cabeza mientras que las lágrimas caían por su rostro, el cual parecía haber sido golpeado recientemente.
—Deténganse. —Exclamó Fiore siendo completamente ignorada por los tres hombres, quienes continuaron con su despreciable acto, sintiendo la sangre hervir en su cuerpo se giró para mirar a su guardiana—. Donna, quiero que los detengas.
—Como ordene. —Gruño desenfundando su arma para disparar en la pierna del tercer chico sin siquiera parpadear. El disparo logró el efecto deseado haciendo que los dos chicos soltaran a la muchacha para auxiliar a su compañero, quien gimoteaba en el suelo que rápidamente comenzaba a mancharse de sangre.
—¿Qué diablos te pasa, puta? —Exclamó uno de ellos mirando a Donna como si quisiera dispararle, pero su cartuchera estaba más lejos de él de lo que estaba de las dos mujeres.
—Su jefa dijo que se detengan. —Respondió sin guardar el arma. Apenas en ese momento fue que los tres chicos parecieron percatarse de la presencia de Fiore palideciendo en el acto, si bien frente a su marido, su autoridad era nula, cuando se encontraba sola, era quien daba las órdenes en esa casa—. Y si no la escuchan estoy mas que feliz de mandarlos al infierno.
—Lo lamentamos, señora. —Se disculpó uno de ellos agachando la cabeza.
—No voy a tolerar este tipo de comportamientos en mí casa. —Soltó con frialdad—. Ahora, es mejor que lleven a su compañero a la enfermería y quiero que limpien este desastre.
Asintiendo tomaron al chico herido de los hombros para sacarlo de la habitación entre los quejidos del herido. Cuando finalmente se alejaron, fueron los sollozos de la muchacha que se había intentado refugiar de sus agresores en un rincón de la sala. Mirándola con pena, Fiore se acercó a ella, pero la mirada de la muchacha estaba clavada en el charco de sangre que se había hecho y al notarla, soltó un gritó retrocediendo como si quisiera mimetizarse con la pared a su espalda.
—Oye, tranquila. No voy a hacerte nada. —Musitó levantando las manos, sentía un nudo en la garganta al hablarle. Le recordaba demasiado a como ella se sentía cuando recién llegó a la mansión. Noches y noches de terror deseando morir en lugar de pasar por aquella vida, llorar cada que escuchaba la voz o los pasos de Timoteo acercarse, pronto aprendió a no hacerlo y guardarse sus sentimientos debido a que, cada vez que lloraba o trataba de negarse a cumplir lo que él llamaba “Responsabilidades maritales”, la golpiza que le seguía era una pesadilla que la continuaba atormentando.
—Hey, te conozco. —Habló Donna tomando a Fiore del hombro para apartarla con cuidado, tal vez creía que ver a la esposa del Don era peor para la muchacha—. Te llamas Amilla, ¿Verdad? Te he visto por los alrededores.
La mirada desenfocada de la joven se desvió de la gran mancha de sangre para clavarse en la guardaespaldas de Fiore sin dejar de abrazarse. El miedo hacía que su piel luciera aún más pálida resaltando más los golpes en su cuerpo.
—Trabajo en la cocina. —Logró pronunciar entre temblores. Ahí fue cuando Fiore la reconoció, solía verla casi todos los días, pero jamás le puso la suficiente atención como para reconocerla al instante. Una chica bajita, muy delgada y bastante introvertida que de inmediato se convirtió en una presa para la mayoría de los hombres ahí.
—Adoro la comida que cocinas. —Soltó en un intento de llevar la conversación a otro tema que no fuera lo recién ocurrido, sin embargo, Fiore no podía dejar de pensar en ello y se sentía incapaz de dejar eso de lado.
—¿Esto te ocurre muy seguido? —Cuestiono ganándose una mirada molesta de Donna—. Si no me respondes no podré ayudarte.
—¿Cómo podría ayudarme? —Escupió mirándola como si estuviera frente a su peor enemigo, de pronto quiso saltarle encima con la intención de lastimarla, pero Donna fue aún más rápida logrando detenerla—. Eres parte de ellos. Me han hecho esto antes y nunca trataste de evitarlo.
Eso era verdad y seguramente no dejaría de culparse en lo que restara de vida por no intervenir cada que veía a una chica ser abusada por los trabajadores de su esposo, pero ahora que se encontraba al mando de la mansión, consideraba su deber proteger a todo aquel que estuviera ahí, mujer u hombre. No entendía de donde provenía esa valentía de desafiar las órdenes de Timoteo, sin embargo, el comprender lo que pasaba frente a sus ojos, le llenaba de un gran enojo.
—Puedes confiar o no en mí. Solo quiero que respondas a mí pregunta.
—Siempre me pasa y siempre son esos tres. han estado jugando conmigo desde que llegué a este lugar. —Explotó antes de cubrir su rostro y continuar llorando, en ese momento, un par de mucamas llegó a la habitación, una de ellas fue de inmediato junto a la chica, mientras que la otra mujer comenzó a limpiar la sangre.
Fiore se sentía impotente al ver que no pudo ayudarla a sentirse mejor, por lo que optó por salir de ahí sintiendo como las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos. Era una persona completamente inutil en lo concerniente a su alrededor.
—Señora, ¿está bien? —Preguntó Donna recordandole que ella siempre estaría detrás de ella, si bien era por órdenes de Timoteo, le confortaba no estar sola en esos momentos. Incapaz de resistirlo, comenzó a llorar cubriendo su rostro con sus manos. Ni siquiera le importaba estar en medio de uno de los pasillos de la mansión y que cualquiera podría pasar por ahí, pero ya estaba cansada de fingir que solo a ella le afectaba el machismo que se vivía en esa familia, sabía que no era la única, sin embargo, el miedo le hacía ignorar su alrededor.
—Soy una persona en verdad patética. No puedo hacer nada por nadie. ¿Cómo podría hacer que estas cosas dejaran de pasar? —Dijo sintiendo como los brazos de Donna la estrechaban contra su pecho mientras sus manos acariciaban su cabello.
—Cortando el problema de raíz. —Declaró contra su oído. Fiore se separó de ella para tratar de averiguar si bromeaba, pero la joven lucía tan seria como siempre—. Haciéndoles ver que no soportarás ese tipo de cosas cuando tu estes a cargo.
—Jamás he lastimado a nadie.
—Tiene suerte de que yo esté aquí dispuesta a cumplir con cualquier orden que salga de sus labios.
Diez segundos fue lo que tardó tomando la decisión     que seguramente haría enfurecer a su marido y le haría ganarse una paliza, pero, Donna tenía razón, si quería que los hombres que tampoco dudarían en abusar de ella bajo las órdenes de Timoteo, la tomaran en serio, debia tomar opciones difíciles y que condenaría su alma al infierno.
Camino sin mostrar una pizca de duda hacia la enfermería, donde los tres hombres se encontraban esperando por noticias sobre el estado de su compañero, lista para hacer justicia.
—Señora. —Saludó uno de ellos levantándose del asiento en el que estaba. El herido continuaba en una de las camas mientras que el doctor de la familia removía la bala.
—Necesito preguntarles algo. ¿De quién fue la idea de abusar de esa muchacha? —Cuestiono de manera fría alternando la mirada entre los tres hombres, quienes se miraron entre ellos sin decir una sola palabra—. ¿Ninguno? ¿Debería entonces matar a los tres?
—¿Señora?
—Tal vez sus oídos necesiten atención. —Repitió Fiore cruzándose de brazos—. Me dirán de quien fue la idea o los matare a los tres.
El silencio y la tensión que le siguió a sus palabras fue tanto que podía ser cortado por un cuchillo. Los tres hombres parecían no creer en sus palabras y el doctor ya hacía unos segundos que salió de la sala para evitar verse involucrado en aquella confrontación.
—Puede que sus diminutos cerebros no comprendan las palabras de mí señora. —Hablo Donna adelantando para llegar con el hombre sobre la camilla, posar su mano en la pierna herida y apretar arrancando un grito de dolor—. Pero, ella necesita una respuesta.
—Fue Tino. —Exclamó el herido incapaz de resistir el dolor mucho más—. Cuando nosotros entramos al salón, él ya estaba golpeándola.
El aludido quiso salir de la enfermería rápidamente, pero fue detenido por su otro compañero, quien parecía haber tomado la decisión de entregarlo en cambio de salvar su propio pellejo.
—No solo fui yo. Estos idiotas no hicieron nada más que unirse a la diversión. —Se excusó sin dejar de pelear para librarse del fuerte agarre de su compañero, quien era al menos una cabeza más alto y no planeaba dejarlo ir.
—Y de ellos -me encargare después. —Dijo Fiore mirando a los dos jóvenes que no morirían ese día, pero que sí serían castigados por lo ocurrido—. Quiero que esto sea una lección para todos. No permitiré este tipo de comportamientos cuando esté al mando.
Miro a Donna, quien se acercó al joven sometido con el arma lista colocándola en su frente. No dejaba de pelear por su libertad, sin embargo, el agarre del compañero parecía de acero puro y lo único que logró fue quedar arrodillado.
—Por favor, señora, juro que no volveré a hacerlo. —Suplicó negando con la cabeza repetidas veces dejando de lado sus intentos por escapar, lo cual aprovechó su compañero para soltarlo y acercarse al herido sin quitar la mirada de encima del condenado.
—Ella también rogó que te detuvieras, pero la ignoraste. Yo haré lo mismo con tus palabras, después de todo, las acciones dicen más que las palabras. —Fiore sentía todo su cuerpo temblar de anticipación. Una sola seña y toda su vida cambiaría seguramente para peor. No podía retractarse, no ahora que ya tenía la atención de los dos hombres que se encargarían de contar lo ocurrido a sus compañeros—. Debiste pensar en las consecuencias antes de hacerlo.
Con un simple asentimiento de cabeza, Donna apretó el gatillo matando al instante al joven, cuyo cuerpo cayó al suelo con un espasmo y con restos de masa encefálica manchando el suelo de la enfermería. Fiore supo en ese instante que el momento atormentaría sus pensamientos por un largo rato. Había asistido y visto ejecuciones sin parar desde su matrimonio con Timoteo con él jalando el gatillo sin ningún tipo de remordimiento, ninguna había sido como esa.
—Quiero que limpien este desastre. —Ordenó a los dos jóvenes que no dejaban de mirar el cuerpo de su compañero, el herido había comenzado a temblar mientras que el otro sudaba más de lo normal y removía sus manos incómodo—. Pero, primero debo castigarlos por lo que hicieron.
—Como ordene, señora. —Musitó uno de ellos agachando la cabeza. Era extraño que lo aceptara tan fácil, pero suponía que no haría ninguna diferencia negarse.
—¿Qué ordena que haga? —Cuestiono Donna sin mostrar arrepentimiento por haber terminado con una vida. Tal vez no era la primera vez que lo hacía y lo veía como algo normal, ni siquiera un solo cabello de su cabeza estaba fuera de lugar después de eso.
—Tal vez debemos darles heridas gemelas. —Respondió señalando a la herida de bala de quien yacía sobre la camilla. Sin cuestionar otra cosa, Donna apuntó a la pierna del otro hombre disparándole en el muslo.
—Maldición. —Gruñó cayendo al suelo sujetando su pierna para evitar desangrarse.
—No quiero que lo que pasó vuelva a ocurrir. De otra forma, terminaran haciendole compañia a su compañero al infierno. —Finalizó señalando al cuerpo del joven. Los dos hombres asintieron a sus palabras y dándose por satisfecha salió de la enfermería encontrándose con el doctor que deambulaba por el pasillo hecho un manojo de nervios por los disparos que se habían escuchado—. Lamento el desastre, doctor y puede que uno de ellos necesite atención médica.
Sin decir nada continuó caminando consciente de que las miradas de los demás habitantes de la mansión la miraban y cuchicheaban sobre lo ocurrido con la chica y en esa pequeña enfermería. Algunos hombres aún la miraban con burla, pero le satisfacía ver que la gran mayoría desviaba los ojos al verla e incluso inclinaban un poco la cabeza en señal de respeto. Algo que jamás imaginó tener en su vida, y que ahora se mostraba posible.

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Ave Enjaulada (Placeres Desconocidos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora