La esposa del Don.

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Tres ejecuciones en menos de una semana, incluso Fiore comenzaba a notar algo extraño en la organización de su esposo. Alguien lo había marcado y haría cualquier cosa para arruinar su negocio. Ella se había sorprendido pensando en el asunto e incluso sopesando que grupo sería lo suficientemente estupido para tratar de hundirlo. Había varios, su esposo había hecho enojar a varios grupos e incluso a bastantes funcionarios del gobierno en su camino a convertirse en los líderes del tráfico de droga en el país.

—¿Acaso no están haciendo bien su trabajo? —Exclamó Timoteo sacando a su esposa de sus cavilaciones—. Estas traiciones no pasarían si ustedes siempre se mantuvieran vigilantes.

—Lo lamento, señor. —Dijo el segundo al mando de la familia, Pietro, un ruso que había huido de su país debido a una serie de asesinatos que lo convirtieron en un objetivo bastante jugoso y lo que lo hizo huir a Italia terminando en ese lugar—. Pero, nos han llegado noticias acerca de la unión entre la familia Cocci y los Andie, creemos que ellos son los culpables de los intentos de robo.

—¿Y por qué no han hecho nada?

—No queremos comenzar una guerra de familias sin estar completamente seguros. —Explicó el ruso calmando la ira del jefe—. No se preocupe, señor, continuaremos buscando alguna pista. Algún error deben tener en sus movimientos.

Con esas palabras, Timoteo dio por finalizada la reunión ordenando que el cuerpo que yacía en el suelo con dos disparos en el pecho fuera retirado de su vista. Salieron todos los hombres con excepción de Nicolao y la nueva adquisición, Donna, quien seguía a Fiore por todos lados.

—Estoy harto de lo incompetentes que son. —Farfulló el hombre yendo por una bebida—. Tal vez debería tomar el asunto en mis propias manos.

—¿Hablas de una reunión de familias? —Cuestiono Fiore sin mirarlo a los ojos. No solía opinar sobre esos asuntos y temía la reacción de su marido por hacerlo. El hombre vació su bebida para servirse otra antes de responder.

—Podría ser una opción o también podría ofrecerte a cambio de paz. —Aquellas palabras causaron que el ambiente en la habitación se tensara. Por el rabillo del ojo, Fiore noto como Nicolao bajaba la mirada incómodo por estar ahí siendo incapaz de evitar aquello. Para su sorpresa, Donna llevó una de sus manos con disimulo a la funda de su arma y miraba al hombre como si lo odiara, cosa que le parecía contradictoria recordando lo feliz que estaba cuando fue admitida en la familia hacía más de dos semanas atrás.

—Si es lo que necesitas. —Respondió incapaz de llevarle la contraria. Timoteo se acercó sin soltar el vaso de alcohol que llevaba para tomarla de la barbilla y hacerla mirarlo, estaba molesto y apretaba con más fuerza de la necesaria.

—¿Eso te gustaría? ¿La puta dentro de ti disfruta cuando la regalo? ¿Cuando la ofrezco a cuanto hombre quiera? —Escupió su marido clavando las uñas en las mejillas de la mujer.

—Claro que no. —Logró decir tratando de no hacer notar el pavor que comenzaba a sentir en su cuerpo e impedir que las lágrimas corrieran por sus mejillas, a pesar del miedo, no le daría el gusto de hacerle notar que su toque y agresividad aun la herían.

—Señor. —Interrumpio Nicolao sin mirarlo—. Pietro necesita su evaluación sobre uno de los nuevos cargamentos que llegaron.

El hombre pareció recuperar el control de sus emociones al escuchar a su guardia personal y dándole solo un par de ligeros golpes en sus mejillas salió de la oficina con el jovencito detrás de él, quien solo pudo darle una mirada rápida antes de ir tras su jefe.

Fiore pudo respirar con calma al ver cerrarse la puerta, temblaba un poco por lo que opto por tomar asiento en la silla de su esposo para calmar su desbocado corazón.

—Tenga un poco de agua. —Ofreció Donna tendiéndole un vaso lleno de agua helada. En el tiempo que llevaba siendo su guardaespaldas personal, Fiore había logrado averiguar pocas cosas sobre ella. No solía hablar mucho, sobre todo no de su vida personal, cosa que la esposa del Don solía agradecer. Nunca fue una niña muy habladora y después de todo lo que había ocurrido en su vida, se convirtió en alguien aún más retraído. Agradecía que Donna tampoco fuera sociable, le ahorraba tener que callarla.

—Salgamos, no aguanto más estar encerrada. —Soltó levantándose para salir de la oficina.

Donna condujo varios minutos por las calles de la ciudad de Palermo sin ningún rumbo específico, a Fiore le gustaba solo salir y observar las calles llenas de peatones que tenían la suerte de no tener su vida. Cuánto daría por ser una de esas personas, sin preocuparse por solo complacer a un hombre que ni siquiera la consideraba persona y solía disfrutar de su sufrimiento.

—¿Algún destino que tenga en mente? —Preguntó Donna mirándola desde el espejo retrovisor, sus ojos eran de un color extraño, ya que no podía determinar si eran completamente negros o un raro azul electrico y su piel palida contrastaba con la tez morena de Fiore.

—¿Qué te parece detenernos en la marina? —Respondió de manera ausente pensando en el único lugar de la ciudad que le daba un poco de confort. La Guardiana asintió guiando el auto a su nuevo destino.

Desde pequeña ver el mar le animaba. Haber sido abandonada por su madre, quien ya no pudo continuar en una relación basada en la violencia física que sufria al lado de su padre, la había dañado de bastantes maneras, sobre todo porque la culpaba por dejarla bajo el cuidado de alguien que solo se dedico a hacer su vida un infierno. Pocos de sus recuerdos felices provenían del mar, desde que su madre le llevaba ahí huyendo del maltrato, hasta sus encuentros con sus amigos, quienes solían reunirse en una playa para pasar el rato.

A esa hora, el lugar se encontraba repleto de personas, locales y turistas que paseaban por ahí sin importarles el sol que se encontraba en todo su esplendor. Camino por entre las personas mirando los yates anclados y los que recién comenzaban sus viajes salir del lugar hasta encontrar una banca vacía en uno de los rincones menos frecuentados para tomar asiento y solo quedarse contemplando el océano con Donna como única compañía.

—Debes pensar que soy una mujer patética. —Soltó con una risa amarga haciendo que la joven la mirara sin ninguna expresión en su rostro. Ella ni siquiera sabía porqué estaba diciendo eso, como si quisiera excusarse por su conducta—. Soy solo un adorno y un juguete en esa casa.

Sentía las lágrimas caer por su rostro permitiéndose ser débil por unos pocos momentos antes de volver a su estoico caracter el cual ya era conocido por toda la familia D'agnolo, como una mujer fría y rota por su propio marido.

—Nada de eso, señora. —Habló la chica ofreciéndole un pañuelo para limpiar su rostro, siempre parecía estar cargada con lo necesario cuando salían a la ciudad—. Más bien la admiro. No conozco a mucha gente que pudiera resistir lo que, seguramente usted ha sufrido.

Al principio no había estado muy convencida por la idea de tener una sombra que respondía directamente a su marido y quien la podía acusar con el mismo de alguna insubordinación que hiciera, causando un gran castigo en su cuerpo del cual podría tardar días en sanar, pero con los días, Donna había probado ser alguien completamente diferente a lo que creyó. Consideraba que el número de personas en esa casa en las que confiaba aumentó a dos.

—¿Por qué haces esto, Donna? Este mundo es demasiado violento para alguien como tú. —Soltó la morena girando para invitar a la chica a sentarse a su lado.

—Al igual que usted, no tuve otra opción. —Fue toda la respuesta que dio y que le dejó aún más preguntas sobre su vida, cosa de la cual ya comenzaba a aumentar su curiosidad sobre la vida de la muchacha y él como había alguien que no parecía haber tenido una difícil vida se convirtió en integrante de una de las familias más peligrosas de Italia.

 —Fue toda la respuesta que dio y que le dejó aún más preguntas sobre su vida, cosa de la cual ya comenzaba a aumentar su curiosidad sobre la vida de la muchacha y él como había alguien que no parecía haber tenido una difícil vida se convirtió en ...

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Ave Enjaulada (Placeres Desconocidos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora