Venganza

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—¿Interrumpieron mí trabajo para esto? —Se quejó Fiore masajeando el puente de su nariz mientras miraba a los dos hombres frente a ella—. Tengo cosas más importantes que hacer, que escucharlos pelear por una absurda disputa.
La mujer llevaba horas enclaustrada en su propia oficina, revisando cada centavo obtenido por sus nuevas alianzas, tanto con los Cocci, como con un par de familias griegas. También debia revisar aquellos negocios que se usaban de tapadera y para el lavado del dinero obtenido. Hacer todo eso le causaba un ligero dolor de cabeza.
—Pero, señora…
—Pero nada. A no ser que sus problemas tengan algo que ver con su paga, no entiendo porque tengo que escucharlos quejarse uno del otro.
—Este imbécil dijo que me mataría. —Exclamó uno de los hombres señalando al joven a su lado—. Esas palabras se pueden tomar como traición.
—No soy su niñera. —Continuó la mujer firme en su decisión—. Cualquier problema que tengan deben resolverlo ustedes. Al menos ya sabemos a quién culpar si uno de los dos muere.
Los hombres continuaron discutiendo frente Fiore haciendo imposible el concentrarse en su trabajo y comenzando a perder la paciencia. No entendía porque iban con ella para ese tipo de disputas, hasta que recordó que su marido no se encontraba en la mansión debido a una reunión con el alcalde y el jefe de la policía de Palermo. Pietro también había ido con él, por lo que ella había quedado a cargo de todo, incluso de aquellas disputas infantiles.
—Caballeros, por favor. —Intervino Donna antes de que Fiore explotara—. Todos somos adultos aquí, no veo necesidad de estarnos peleando por nimiedades.
—No es una nimiedad. —Saltó el otro joven completamente colérico y que parecía estar a punto de saltarle al cuello de su, aparentemente, nuevo enemigo—. Este bastardo abuso de mí novia.
Aquello lo cambiaba todo. Sintiendo que el enojo comenzaba a reemplazar el hartazgo en sus venas, Fiore dejó a un lado todas aquellas cuentas, para mirar al que estaba siendo acusado.
—¿Es eso verdad?
—Estábamos en una fiesta. Ambos habíamos bebido y las cosas se dieron. —Explicó el hombre encogiéndose de hombros.
—Eres un puto mentiroso. Ella jamás ha bebido un vaso de alcohol en su vida. —Soltó el joven—. Debió ponerle algo en la bebida.
—Esta es una acusación muy grave, Theo. —Dijo Fiore, aunque una parte de ella le creía completamente.
—Lo sería si no tuviera pruebas. —Dijo metiendo una mano en su bolsillo para sacar un teléfono—. Este video ha estado vagando por varios de nuestra familia. Se ve que no está en sus cinco sentidos.
Volteo el teléfono para que la mujer pudiera ver exactamente a que se refería. Lograba verse al joven sobre la muchacha embistiendola, solo se podían escuchar los gruñidos del chico mientras realizaba el acto, mientras que la chica parecía estar dormida sin hacer ni un ruido.
—¿Quién grabó esto? —Cuestiono mirando al abusador mientras que el otro chico llamado Theo, volvió a guardar el teléfono, en sus ojos parecía estar conteniendo las lágrimas por lo sucedido. El aludido no dijo nada mientras miraba a otro punto que no fuera la señora D’agnolo, por lo que Fiore le hizo una sutil seña a Donna para tomar al chico de los brazos y golpearlo detrás de las rodillas forzandolo a arrodillarse.
—No hice nada malo. Yo no le puse eso en la bebida. —Soltó comenzando a sonar asustado.
—Entonces, admites que no estaba en sus cinco sentidos. —Mencionó la mujer con tono gélido, mientras que Donna ponía extra presión en su agarre para causarle más dolor—. Tendrás otra oportunidad, ¿de quién fue el plan?
—Antonio. —Reveló el chico entre quejidos de dolor—. Creyó que sería una buena broma hacia Theo.
—¿Broma? ¿Abusar de alguien te parece una broma? —El tono de Fiore comenzaba a sonar más molesto conforme la conversación avanzaba—. Traigan a Antonio, quizá él tenga algo más inteligente que decir.
Theo asintió saliendo de inmediato de la oficina, mientras que Donna continuaba sometiendo al joven, el cual lucía bastante asustado, seguramente recordaba el destino que les aguardo a sus compañeros bastantes semanas atrás.
Después de unos minutos el joven volvió acompañado de Antonio, un hombre de casi dos metros y que podría sacarle el ojo a alguien con solo sus manos. Lo había visto hacerlo varias veces.
—Antonio. Este chico me ha dicho que fuiste tú el de la “brillante”  idea de abusar de la novia de Theo. —Comenzó apenas lo vio entrar.
—¿ Y qué si lo hice? —Respondió cruzándose de brazos mirándola como si no fuera la gran cosa. Aquella mirada siempre le causaba escalofríos, si Timoteo era un sádico, ese hombre frente a ella, era mil veces peor.
—¿Entonces lo admites?
—Fue su culpa. Si no hubiera querido que le pasara lo que pasó, hubiera optado por quedarse en su casa. —Señaló sin cambiar su mirada—. Theo también es culpable por llevarla.
—Eres un increíble bastardo… —El aludido estuvo a punto de saltarle encima, sin embargo, fue detenido por Fiore con una simple negación de cabeza.
—Debes tener los huevos demasiado grandes para admitir eso en mí presencia. —Reclamó molesta.
—Tu bien sabes de que tamaño los tengo, ¿o no? —Gruño con una mirada lasciva recorriendo el cuerpo de Fiore, quien no pudo evitar sentir escalofríos al verse bajo la mirada de aquel hombre—. Debería hacer algo sobresaliente para que el jefe me deje otro par de horas con tu compañía.
A esas palabras les siguió el fuerte sonido de un disparo junto con los gritos de agonía de Antonio, quien cayó al suelo sujetándose la entrepierna. Sorprendida, Fiore miró a Donna. La joven había desenfundado su arma e ignorando al chico que estaba sometiendo le disparó al enorme hombre.
—No debiste haber hecho eso, Donna. —Señaló la esposa del jefe por sobre los gritos del hombre, aquello, si bien le satisfacía, ahora significaba que debia castigarla por ello—. No de esa forma.
—No me importa, aceptaré cualquier castigo necesario. —Se encogió de hombros volviendo a enfundar su arma. Fiore negó con la cabeza antes de volverse a Theo, quien solo sonreía al ver a Antonio en el suelo.
—Theo. Se que esto no deshará el daño a tu novia, pero espero que ambos tengan un consuelo.
—¿Qué del otro bastardo? —Cuestiono señalando con la cabeza al muchacho aterrado en el suelo.
—Tendrá el mismo castigo, pero que sea lejos de mí oficina. Llévatelo. —El muchacho asintió tomando al joven por las axilas forzandolo a levantarse. Este comenzó a rogar negando con la cabeza—. Espero esto te sirva de castigo por creer que drogar y forzar a una mujer está bien. Y trae a alguien para que se lleve a Antonio, por favor.
—Maldita perra. El señor Timoteo no pasará esto por alto. —Escupió entre quejidos de dolor sin dejar de sostener su hombría arruinada y manchando de sangre la costosa alfombra.
—Estoy segura de eso, pero creo que podré continuar en pie. Cosa que no puedo decir de ti.
Fiore estaba aterrada por eso, conocía cuál sería la reacción de su marido y posiblemente la cantidad de golpes que le caerían encima, sin embargo, no dejaría que ese hombre tuviera una satisfacción por verla asustada, por lo que oculto el temblor de sus manos debajo del escritorio.
Pasaron unos segundos hasta que un par de hombres llegaron a la oficina mirando sorprendidos a su compañero.
—Llevenlo a la enfermería. Tal vez aún haya tiempo de volver a pegarle la verga, aunque es mejor que no guarde muchas esperanzas y traigan a alguien para que limpie.
—Lamento haber actuado sin su permiso. —Se disculpó Donna en cuanto los hombres se fueron dejando atrás solo un grotesco rastro de sangre.
—Eso fue extremadamente inconsciente de tu parte, Donna. —Regañó Fiore pasando las manos por su rostro.
—Lo sé, pero es que la forma en la que le hablo y la miraba, me enfureció. —Explicó bajando la mirada, no se notaba arrepentida de hacerlo, pero sí de estar siendo regañada por la esposa del jefe.
—No puedes dejar salir tus sentimientos de esa manera. —Continuó levantándose de su asiento para caminar hacia la joven y tomarla del rostro para mirarla a los ojos—. ¿Y si ese hombre hubiera sido Timoteo?
—Hace mucho que sueño en hacerle eso al jefe, también. —Trato de bromear notando que Fiore no le veía nada de gracioso al asunto.
—Debería informarle de eso a Timoteo cuando regrese.
—Hágalo, como dije antes, tomaré cualquier castigo de buena gana.
—No digas eso. —Cortó la mujer—. Nunca lo digas. No sabes lo mal que me pone imaginarte siendo lastimada.
—¿Y cree que yo no sufro cada que está a puertas cerradas con él? —Exclamó a viva voz, Fiore miro la puerta de la oficina, esperando que no hubiera nadie detrás de la misma—. Odio verla cada día con diferentes golpes. Temo que algún día la mate.
—Como dije, de Timoteo puedo encargarme yo y lo haré. En tanto el grandulón no hable, yo fui la que le disparó.
—No puede hacer eso.
—Puedo y lo haré. De todas formas, lidiarás con un castigo. —Musitó Fiore pensando en que sería lo apropiado. Odiaría tener que castigarla ella misma, cualquier imagen de ella lastimándola, era inadmisible en su cabeza—. Bajaras al sótano y les dirás lo que hiciste. Tal vez encuentren algo no muy desagradable para ti.
—Si son iguales al grandullón, seguramente será bastante desagradable, pero no se preocupe por mí. Puedo encargarme de ellos.
—En verdad, no debiste hacerlo. —Inclinó la cabeza sin soltar de las mejillas para volver a mirarla y colocar un pequeño beso en sus labios.
—Ojalá este fuera el castigo. —Dijo Donna con una sonrisa antes de volver a besarla. Estuvieron así por varios segundos hasta que un par de criadas entraron para llevarse la alfombra llena de sangre—. Como desearía que estuviéramos en esa habitación de Florencia de nuevo.
Las mejillas de Fiore se tiñeron de rojo al escucharla, no es que hubiera olvidado lo ocurrido, pero sentía que su cuerpo reclamaba a la joven en su interior de nuevo y la espera para que eso ocurriera era insoportable. En primera, tendrían que estar lejos de la mansión, donde nadie pudiera reconocerlas y pudieran darle rienda suelta a su pasión. En segunda, no podían alejarse tan seguido porque eso encendería las alarmas en Timoteo y condenaría a la joven a  una muerte segura.
—Quisiera lo mismo, pero…
—Lo sé. Algún día volveremos a alejarnos y poder estar en tus brazos de nuevo. —Susurró Donna besándola por última vez antes de alejarse—. Por ahora, creo que tengo un castigo que enfrentar.
Una vez la chica salió de la oficina, Fiore trató de volver a sus asuntos con el dinero, sin embargo, el estar imaginando lo que estaría sufriendo en manos de aquellos locos, le hacía prender la cabeza.
Pudo volver al trabajo dejando atrás sus pensamientos sobre Donna y lo recién ocurrido. Los ingresos lucían bastante prometedores, no quería admitirlo, pero la unión con los Cocci resultó bastante fructífera y les estaba dando más dinero que nunca. No todas eran buenas noticias, pero los ingresos les ayudarían y darían ventaja en caso de necesitar sobornar a funcionarios, policías e incluso militares.
Cuando estudiaba no creyó que todo conocimiento aprendido terminaría usandose para ese tipo de trabajo. Aunque la verdad es que jamás pensó con exactitud en que terminaría trabajando al graduarse, siempre fue tratar de sobrevivir ese día para pasar al otro en medio de los abusos de los traficantes y la violencia de su padre.
—Fiore. —Entró Timoteo a la oficina cuando la noche ya había invadido cada rincón de la mansión—. Llevas haciendo eso todo el día.
—Aún no termino. Cada vez parece que hay algún gasto nuevo que aparece. —Contestó la mujer sin levantar la mirada de su papeleo—. ¿Cómo fue la reunión con el alcalde y el jefe de la policía?
—Los tenemos en la palma de nuestras manos. Son más fáciles de manipular que un adolescente. —Respondió tomando asiento frente al escritorio de Fiore. Era de las pocas veces en que parecía ser ella la jefa y él un simple subordinado, aunque claro no lo admitiría en voz alta—. Por eso el dinero es nuestro mayor aliado, logra hacer que el mundo gire a nuestro alrededor.
—Supongo que tienes razón.
—Siempre la tengo, cariño. —Sonrió el hombre llevando a los labios un cigarrillo—. Pude notar que tu sombra no está en el pasillo.
—Ocurrio algo… —Comenzó queriendo ponerle fin al tema más temprano que tarde—. Tuve un pequeño altercado con Antonio.
—¿Qué hiciste? — Sonaba genuinamente curioso por lo que Fiore soltó un gran suspiro antes de continuar.
—Puede que le haya disparado en la entrepierna. —Reveló notando como la curiosidad en el rostro de su marido daba paso a la molestia—. Él y otro chico creyeron que sería gracioso drogar y abusar de una chica, grabar el acto para después mostrárselo al novio de la muchacha. 
—¿Está muerto? Antonio. —Cuestiono sin mostrar alguna señal de molestia.
—No creo, cuando lo sacaron de aquí aun estaba quejándose.
—De acuerdo. Es bueno que sepas transmitir autoridad. —Señaló asintiendo con la cabeza. Fiore creyó que ya había pasado lo peor se permitió estar más tranquila, sin embargo, Timoteo aún tenía quejas sobre su comportamiento—. ¿Cómo es que tenias un arma? No tienes mí autorización para usar una.
—Se la quite a Donna. Estaba a mí lado cuando discutía con Antonio. —Respondió rápidamente—. Como dije, estaba molesta y no pensé en las consecuencias.
—Para ser tu guardaespaldas parece que no tuviste mucho problema en desarmarla.
—Me di cuenta de eso, por lo que también la envié a un castigo. —Explicó la mujer con su mejor representación de desinterés en su voz—. Si yo pude hacer eso, cualquiera podría desarmarla.
—Y no queremos eso. Tu vida es demasiado valiosa como para no tener la mejor seguridad a tu alrededor, pero me sorprende que no hayas pasado eso por alto. —Admitió el hombre levantándose de la silla para rodear el escritorio y tomar a la mujer por los hombros, quien necesitó de toda su fuerza mental para no estremecerse por su toque.
—¿Por qué lo dices? —Cuestionó en voz baja notando como el agarre de su esposo se hacía más fuerte.
—Por un momento creí que dejarías pasar todo lo malo que haga. Cuando le disparó a aquellos chicos y mató a un tercero, no hiciste nada.
—Eso fue bajo mis órdenes. —Respondió en voz baja—. Esta vez se merecía el castigo.
—Supongo que sí. —Musitó alejándose y permitiendole a Fiore respirar tranquila—. Comienzas a entender nuestra forma de trabajar. Quien diría que solo se necesitabas un par de años para eso.
Sin añadir nada más, el hombre dejó la habitación sumiéndose en un profundo silencio, mientras que la mujer pensaba en lo recién ocurrido. Era una de las pocas veces en que sus conversaciones no terminaba con algún golpe o con él abusando de ella y si bien agradeció esa paz, no podía dejar de pensar que esa paz podría ser el preludio de algo peor.
Cuando por fin terminó de revisar todo lo relacionado con los gastos e ingresos de la droga que movían por todo el país, salió de la oficina casi soltando un grito al ver a Donna esperándola afuera. Su rostro parecía intacto, pero algo en su mirada le transmitía inconformidad y dolor.
—Donna, ¿estás bien? —Cuestiono genuinamente preocupada por cualquier cosa que le pudiera pasar. La tomó de los hombros tratando de ver alguna herida que ella tratara de ocultar.
—Nada que pueda matarme. —Respondió levantándose un extremo de su camisa mostrándole un par de moretones en su estómago—. Yo contrataría sujetos que de verdad supieran golpear.
—No bromees con eso. —Cortó Fiore volviendo a entrar a su oficina para buscar un botiquín. Debido a su constante maltrato, siempre mantenía uno cerca, no sabía cuándo es que a su marido le daría por golpearla. Donna entró tras ella tomando asiento en un pequeño sofá del lugar.
—¿Su esposo estuvo aquí? —Preguntó mirando sus alrededores.
—Pues sí, ¿Cómo lo supiste?
—El olor a tabaco, es demasiado penetrante. No tuvo problema con él, ¿O si?
—Comprendio bastante mis razones para dispararle al idiota. Aunque, siendo honesta, me preocupa que su tranquilidad solo sea una fachada. —Respondió tomando el botiquín entre sus manos para acercarse a Donna—. Quítate la blusa.
—¿Así sin más? ¿Sin un beso o un por favor?
—No estoy bromeando.
—Yo tampoco. Usualmente toma un poco más de tiempo para lograr desvestirme. —Soltó Donna jalandola del cuello hacia ella para besarla. Debido a la sorpresa, Fiore tiró el botiquín al suelo cayendo sobre las piernas de la joven, quien no dejaba de besarla.
—Espera, Timoteo está aquí. —Advirtió tratando de separarse, sin embargo, la joven le atrajo de vuelta moviendo sus labios con ansias. Se removió un poco en un nuevo intento de alejarse, pero el agarre de Donna parecía de acero, de pronto no estaba con ella en su oficina, había regresado con su marido, quien la sometía sobre su escritorio golpeándola—. Detente. Por favor.
Algo en sus palabras hizo que la joven notara algo mal y se separara para mirarla preocupada, Fiore ya no comprendía dónde se encontraba cayendo al suelo con los ojos cerrados y cubriéndose los oídos.
—Señora Fiore. —Exclamó la joven colocándose a su altura, quiso tocarla, pero la mujer rechazó el contacto retrayendose mas hacia ella misma. Le recordaba a aquella chica de la cual habían defendido de los tres hombres en una de las salas recreativas, por lo que comprendio lo que ocurría—. Mierda, lo lamento. No pensé en lo que hacía. 
—Detente, por favor. —Musitó Fiore mirando a la nada con su respiración agitada.
—Ya me detuve. No soy el jefe. No voy a golpearla. —Continuó repitiendo hasta que la mujer comenzó a calmarse y a comprender dónde se encontraba.
—¿Donna? —Logró decir fijando su mirada en la joven. Acto seguido recorrio con los ojos la habitación para cerciorarse de que se encontraban solas y no con su marido en su oficina—. Creí que…
—Perdóneme. —Dijo la aludida agachando la cabeza—. Fue mí culpa e hice que se sintiera mal. Debería irme.
La chica hizo ademán de levantarse, pero fue detenida por Fiore, quien la tomó de la mano atrayéndola a ella. Quería olvidar lo que acababa de pasar y creía que sus brazos lograron ese cometido.
—No quiero que me dejes sola, por favor.
—Pero, señora. Es mí culpa que esté así. Se que no se siente cómoda haciendo esto en su casa y no le hice caso. —Donna parecía estar a punto de llorar de lo avergonzada y culpable que se sentía, volvió a tratar de alejarse, pero ahora era el agarre de Fiore el que parecía de acero, sin querer soltar a la joven, quien optó por sentarse en el suelo junto a ella hasta que lograra tranquilizarse.
—Quedate. —Esta vez su tono de voz hizo sonar la palabras como una orden por lo que Donna se quedó haciendole compañía, pero sin tocarla.
Pasados unos minutos parecía que Fiore ya estaba más tranquila, por lo que levantó la cabeza para mirar a  Donna, estoica en su posición sin acercarse.
—Lo lamento. —Susurró de manera casi inentendible, sin embargo, la joven estaba lo suficientemente cerca para escucharla.
—¿Qué? ¿Por qué siempre tiene que disculparse por lo que los demás hagan? Esto fue mí error, usted está mal por algo que yo hice, no por su culpa. —Reclamó molesta la joven sin querer mirarla—. Soy una inconsciente y espero pueda perdonarme por eso. 
Recuperando por completo el control de su cuerpo, Fiore recargó su cabeza en el hombre de Donna, lo cual causó que la joven se tensara por unos instantes antes de relajarse bajo su toque. No la tocaba, pero al tenerla así le tranquilizaba un poco, sin importarles que estuvieran demasiado cerca del peligro. Que el jefe de la familia D’agnolo pudiera entrar a la habitación en cualquier segundo y darse cuenta de lo que había entre ellas dos, cosa que seguramente causaría la muerte de las dos mujeres y no de una manera rápida.
—Te lo dije. Una mujer rota. —Susurró Fiore escondiendo su rostro entre el cuello de la chica—. Detesto no poder ser una persona normal.
—No es su culpa. Todos tenemos nuestros demonios susurrandonos en la oreja a la espera de cometer un error que nos condene. —Dijo Donna titubeando un poco antes de continuar—. La verdad es que no me lastimaron tanto porque volví a hacer algo muy malo.
Aquellas palabras le causaron escalofríos a la mujer, quien levantó la cabeza para mirar hacia los ojos de la chica, algo en su tono de voz indicaba malas noticias.
—¿Qué hiciste?
—Los mate.

—¿Qué hiciste?—Los mate

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Ave Enjaulada (Placeres Desconocidos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora