𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟥

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Soldados se preparaban. Tanto la guardia negra como la azul, apresuraban su paso por instrucciones que los llevarían a completar la misión por la que se han preparado por un largo tiempo. Camino por los pasillos de la comandancia de vigilancia de la casa gobernadora dejando al coronel de la zona al mando con las órdenes de que prepare a su escuadrón para salir a la metrópolis aledaña, Isidro.

—¿Realmente piensas que ataquen o que solamente busquen intimidar? —habló Faustino siguiendo mi apresurado paso—. Crees que los ciudadanos se unan a su propuesta porque si es así, debemos protegerte ¿Serían acaso tan idiotas como para atacar una instalación con fuertes? -su mano colisionó con su frente—. Pero si se atrevieron a atacar la planta eléctrica ¡Por supuesto que son capaces!

Esas y más preguntas se hizo Faustino, las cuales no respondí, pues estaba tan concentrada en que hacer que no le otorgué ni medio segundo para desgastarme en ello, aunque eso no evitó desenfocarme, ya que su armoniosa voz podía ser escuchada hasta la otra nación, por lo que le pedí que callara alzando mi mano como correctivo. Cuando su voz finalmente se va, comencé a cuestionarme lo que debía hacer.

¿Qué esperaban que hiciera?

Había cometido error tras error por ser tan predecible tiempo atrás, pero es que no encontraba otra manera de actuar. Pudiera que tal vez no supiera lo que ellos maquinaban, pero si sabía de lo que yo era capaz.

—Lucharé, Faus. Iré a donde mis soldados vayan.

Esperaba apoyo de su parte, sin embargo, el solo apretó mi hombro con severidad para que le mirara. Abrió la boca, aunque no emergió voz alguna, por lo que lo único que logró ejecutar fue hacer énfasis con las manos en su garganta logrando entender su punto.

—Habla —exclamé haciendo volver su grave voz.

Mi habilidad era intensa cuando no la usaba y en ocasiones mis palabras se convertían en ordenes sin quererlo. La mayoría de veces sucedía con empleados de la casa que no notaban u olvidaban lo que les hacia.

—Lo siento, Faus. No fue mi intención, lo juro. Es que aún no tengo mucho control en esto, perdóname por favor —abogué por mí, bajando los hombros. Faustino solo me miró acariciando su cuello sin acostumbrarse todavía de lo que yo era capaz de hacer, ya que recientemente se lo confesé durante su estancia.

—Pues espero que desates con ellos ese descontrol que posees, porque créeme que los necesitaremos.

—Lo sé —contesté con pesar.

—¡Ofelia! —llamó mi abuela bajando las escaleras de la casa gobernadora acompañada de su mozo Lucas.

—Iré por Roberta. Sí algo le pasa, Ágata me mata. Nos vemos aquí ¿de acuerdo? —asenté y lo dejé marchar para así, no tener que lidiar con las desairosas miradas de mi abuela por desaprobar en su totalidad mi amistad y alianza con los seguidores.

—¿Qué fue eso de hace minutos? Se sintió desde mi habitación y Gladiola dijo —detuvo su lengua tras visualizar la gran voluta de humo procedente de la planta eléctrica—... ¡Por toda Victoria!

—Kendra —llamé a mi escolta personal—. Lleva a mi abuela, mi tía, a Lucas, los niños y todo el personal de la propiedad a los sótanos del refugio. Ve con más guardias para hacerlo eficaz.

—¿Es que tú no nos acompañarás?

—No —simplemente le contesté a mi abuela y me alejé.

Solo la mitad de todos los soldados se retiraron a las afueras por órdenes mías y del coronel Rendel que me apoyaba en esa ocasión. Aquellas se dividían en dos grupos. Unos a los alrededores de la casa gobernadora para proteger al poblado junto a la estación eléctrica y otro, me acompañarían a traer al comandante Marven y al futuro primer ministro Ernesto Pinzón de la ciudad, pues sus deberes los habían llevado justo al centro de la precariedad del evento pasado.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS ♨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora