𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟧

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Permanecía en el palacio. La vista se cubría por una rotunda y evidente noche envuelto en de una profunda oscuridad. Fui capaz de escuchar a mi hermano Benjamín pronunciar mi nombre con desesperación suplicando mi ayuda un segundo antes de que Rene Farfán decidiera atravesar una espada por su pecho. Corrí tan pronto pude en su dirección, pero al final no importaba el empeño colocado en lo realizado, siendo que terminaba en el mismo punto del salón real de tronos del palacio.

De aquellos asientos, se desborda un líquido viscoso y negro que comenzó a atraparme conteniendo mis movimientos.

—Maldición o Bendición —escuché la voz del consejero real decírmelo una y otra vez, mientras mi cuerpo se hundía en dolor. El mismo que me produjo ser electrocutada, mientras más de una decena de personas me observaban. No conseguí vislumbrar a todos, pero sabía quiénes eran. Mis fantasmas personales. Gente que alguna vez herí o maté.

¿Realmente cuantos de los que conocía sabían las cosas que había cometido?

Perdí la cuenta hace muchas semanas atrás de todas aquellas vidas que había sustraído, sin embargo, comprendí que jamás se marcharían de mi mente.

—Que es uno más —me susurraba su voz pesé que no logré verle cuando de pronto, su manos se convirtieron en las mías y descubría que era yo quién clavaba el filo en el pecho de mi hermano.

Con estrépito, me reincorporé de la cama con mis más que acelerados latidos al mil por hora que por un breve instante, creí observar a René Farfán en la esquina de la habitación. Me miró con una amplia sonrisa en sus labios. De no ser porque yo misma le vi morir, habría jurado que era real y estaba vivo.

Mi frente y pecho perlaron en sudor. Jadié esperando no haber gritado y haber despertado a Vanss que yacía en la cama continúa a la mía. Le había dicho que no era correcto que durmiera con sus compañeros. Tenía por sentado que todos los habitantes de la cabaña eran unos caballeros, pero al ser nosotras junto con Kendra, las únicas mujeres, les sugerí que durmieran en mi habitación.

"Una dama debe tener su propia habitación" dije.

Por supuesto que fue respondido con una carcajada por parte suya.

"Tus arcaicas tradiciones" exclamó y pudiera que fuera cierto, pero para mí no lo eran. Fui criada con aquellos principios y para toda Victoria, aquel decreto era sumamente importante y castigado de no cumplirse.

Finalmente, solo las dos dormimos en la habitación, pues Kendra no cedió ante ofrecerse a escoltar la cabaña el resto de la noche junto con otros guardias.

Temí haber despertado a la comandante desertora, pero al parecer ella solía tener sus propios fantasmas personales iguales o peores que los míos, siendo que la escuché tartamudear levemente "no" varias veces, al tiempo que tiraba de su sábanas un tanto con los pies para después, seguir durmiendo profundamente.

Contemplé que ya no podría dormir más, así qué me coloqué la vestimenta del día anterior, puesto que no me pondría el vestido que mi abuela envió para mí que usaría en la reunión con los gobernadores. Con sigilo, salí de la cabaña escoltada con dos guardias fuertes que vigilaban las afueras, ya que todos adentro todavía dormían.

El cielo aún coloreaba entre la noche y la alborada. Anaranjado en el borde de las nebulosas nubes anunciando la creciente mañana. Al igual que todos, poseía ropa de la guardia. Fácil, suave y cómodo camuflaje. Estar sola sacaba en mí la personalidad más triste y melancólica que me habitaba. Además qué la pesadilla nocturna no ayudó tampoco, sin embargo, cuando me encontré dentro de mi paseo por el bloque de entrenamiento, logré encontrar calma entre cuchillos, estrellas y dagas.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS ♨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora