𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟪

17 11 22
                                    

Es como estar dentro de un sueño. Dentro de una aterradora pesadilla. Siento volver al día que conocí a Damián Marven Farfán. Aquella vez, tendió su brazo para sostenerme y evitar que cayera después de perder parte de mi familia en El Celeste, y desde entonces, no dejó de hacerlo. Sin darme cuenta, él me había protegido, ayudado y salvado únicamente porque él deseaba que yo viviera, aunque el problema aquí era que yo esperaba hacerlo a su lado.

El general de Victoria había tomado la decisión por los dos: clavar el filo en su corazón antes que en el mío. Y es por eso que cuando la espada cede de su cuerpo, éste cae al suelo en un golpe que remueve el polvo de la plaza del menester, junto con el de Diego, que por igual mi espada lo atraviesa en simultaneidad.

-¡No, no, no! -emerge de mi boca en un grito que me desgarra la garganta.

Me muevo con desespero, deseando ir hasta él, sin embargo, aquel par de controladores todavía sujetan mi cintura y brazos, conteniéndome. Puedo sentir sus mentes invadiéndome, pero de alguna forma ya no estoy consiente, pues he ignorado todo sentido de ruido, grito o disparo que procede después de aquel atroz acto.

Es peor que morir. Es locura, fuego y sangre. Líquido escarlata corre por mi rostro en un santiamén. Sangre de mis dos captores que se desploman en el instante que flechas les atraviesan el craneo, cayendo inevitablemente con ellos sobre la plaza en un azote que me condena a la soledad.

Tras levantar la mirada, mis ojos colisionan con los de ya sin vida de Diego. Después de tanto, de tantas promesas que me hice al fin se encontraba muerto, pero el precio para ello fue demasiado alto. Sus oscuros ojos yacen abiertos, ya que jamás imaginó que aquel fuerte que tantas veces exclamó salvarme con su vida pudiera sacrificarse de tal forma por mí sin titubearlo un segundo siquiera. Prometí que ser lo último que Diego viera antes de morir y erré, pero no me importa él. Ya no.

-¿Damián? -susurro su nombre como si pudiera oírme.

No soy capaz de contemplar su rostro, siendo que cayó boca abajo, aunque si lo hago con la sangre que comienza a emerger de su cuerpo, y es por eso que me deslizo arrastras para tocar la mano en la que aún descansa mi espada empuñada en sus dedos. Tal vez aún pueda sanarlo, salvarlo si sus latidos aún persisten. Quizá ese fue su plan.

-Vive -le ruego, sin embargo apenas consiguen mis dedos deslizarse en los suyos por unos breves segundos antes de que un brazo rodee mi cintura.

Me levanta sin esfuerzo alguno, alejándome de la posibilidad de salvarle para emprender huía. Mis pies y apenas responden lo suficiente para dejar atrás el cuerpo de Damián.

Sé que es una tradición victoriana dejar a una persona en el sitio donde la vida se ha perdido, pero no quiero que yazca aquí. No en este sitio. No con esta gente.

-Hay que volver -digo solo para mí, mientras el fuego cruzado nos rodea y un grito ensordecedor me regresa de nuevo a la realidad.

Pronto, me percato que se trata de Benjamín, quien acaba de ser herido con un par de balas que le atraviesan el hombro izquierdo. Aquella herida hace que suelte el arma de sus manos. Enfoco mi mirada adelante para notar un jet con arqueros de la guardia negra en cada esquina flaqueandonos. Probablemente fueron ellos quienes mataron a los controladores, los cuales su único crimen fue sobrevivir a un virus mortal y adquirir una habilidad.

Soldado respaldan nuestra ingreso por la escotilla trasera al tiempo que está se cierra.

-¡Asistencia médica!

Escuho pedir a un soldado, y puedo adivinar que es para mi hermano, qué cae de rodillas detrás de mí, sin embargo, es como si mi alrededor no existiera, como si todo fuera una visión borrosa y solo respiro por supervivencia. Solo puedo seguir dando pasos adentro de la plataforma metálica con mi mano tocando el frio metal de aquel transporte, tratando de sostenerme y negar la realidad.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS ♨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora